LÁGRIMAS CALLADAS

Clara entra en el juzgado con el ánimo auto-flagelado y camina por los pasillos mirando sin ver. Cuando llega a la sala nº 15 se detiene delante de la puerta, necesita coger fuerza e inspira con brío llenando los pulmones y expulsa poco a poco el aire y la rabia contenida. Deseaba tener el poder de parar el tiempo y volver atrás, cuando se intercambiaban los regalos de cumpleaños y se miraban como si el reflejo de un espejo les guiñase un ojo. ¡Añora su último abrazo! Le remuerde la conciencia por no haberle dado aún una digna sepultura. Su recuerdo le da firmeza para entrar bien erguida en la sala. Una media sonrisa maliciosa asoma por la comisura de sus labios como dardos envenenados.

La última vez que Clara vio aquel mal nacido a través de la luna de cristal de los anónimos, advirtió a un ser sin conciencia.

Sus miradas se encontraron y el miedo hizo mella en aquel hombre que momentos antes sonreía con sorna. En su cara se reflejaba una gran sorpresa y palideció. Apuntándola con un dedo tembloroso gritaba “ Yo la maté, juro que yo la maté”. Toda la sala se giró asombrada y miraron a Clara sin entender lo que estaba ocurriendo. Su abogado trataba de tranquilizarlo. Y empezó a narrar como si de una quimera se tratara y con todo lujo de detalles, el placer que sintió al robarle la vida a su hermana. Dando el punto exacto de donde se encontraba su cuerpo.

Sentada en la cama de aquella habitación solitaria, se siente acompañada. Se disponía a leer otra vez la dedicatoria que su hermana le había consagrado en el libro que aún no había terminado de leer. Su cuerpo se relaja dejándose llevar por emociones encontradas. Las lágrimas caen sin cesar. Calladas.