jueves, 31 de mayo de 2012

MONOLOGO DE UNA MODELO



                                           

Se está bien en este sitio si no tuviera dolor de cuello. La vista es magnífica y hay unos barcos preciosos. Estoy  harta de este trabajo. Todos los días poniendo posturitas imposibles y obedeciendo la tiranía de los fotógrafos: “Que gires la cabeza hacia la izquierda, luego a la derecha, que me quede quieta, ahora que estoy despeinada…”. La gente piensa cuando nos ve en las revistas,  que tenemos mucha suerte por viajar, ser delgadas y altas, por andar siempre tan bien vestidas y  ganar mucho dinero.

Viajar…eso sí que me gustaría. La última vez que fui a París sólo pude ver la Torre Eiffel  desde abajo. Nunca hay  tiempo para más.

  Pero lo peor es la comida…Me encanta comer y sobre todo los dulces. Paso todo el día a base de lechuga, pepino y  huevo duro.  Mi estómago protesta en voz alta y la maquilladora encima se cachondea: “Que luego se te pone todo en las cartucheras”. Si me pillan comiendo algo prohibido me amenazan con el despido. Un día los mandaré  a todos al carajo.

En cuanto a la ropa…Nada de regalarte lo que te has puesto en la sesión. Si se rompe lo cosen y si se mancha lo llevan a la tintorería. A continuación se lo dejan  a una famosa, por ejemplo que, además, es rica y se lo podría comprar, no como yo que estoy pagando la hipoteca del piso y ayudando a mi madre viuda y a mis tres hermanos pequeños. Los sueldos… Yo tengo  la suerte de estar en una agencia y ser “mileurista”. A otras les pagan por sesión.

Alberto, el fotógrafo, viene hacia mí con cara de pocos amigos. Dice que está cansado de darme órdenes. Le miro a los ojos con una de mis mejores y dulces sonrisas. Mientras, bajo la protección de mi falda, levanto la pierna con disimulo, tropieza y cae al agua.  Le veo chapotear con movimientos torpes. Parece que no sabe nadar. El equipo me aprueba con un fuerte aplauso.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Liebster blog

Hola amig@s, Yolanda desde su blog http://microsyotrashistorias.blogspot.com.es/, nos ha elegido como uno de sus 5 blogs favoritos para la cadena Liebster blog.

Las condiciones para seguir la cadena y darse a conocer son las siguientes.

1. Copiar el premio en el blog y enlazarlo al bloguer que te lo otorgó.
2. Señalar tus cinco blogs preferidos con menos de 200 seguidores y escribir comentarios en sus blogs para que conozcan que han recibido el premio.
3. Y, por último, esperar que continúen con la cadena y elijan a sus 5 blogs preferidos. (Entre ellos no debe estar el blog de la persona que te ha elegido.



A la espera de vuestras opiniones, vamos eligiendo los siguientes blogs, que tienen pocos seguidores, porque forman parte de los que escribimos en el colectivo de V.E. y son como nuestra familia:


http://inventariodelucrecia.blogspot.com.es/
http://elblogdelterror-wisquensin.blogspot.com.es/
http://enredadaenlaspalabras.blogspot.com.es/
http://itacadeshabitada.blogspot.com.es/
http://jardinesrioturia.blogspot.com.es/
http://ficcionesdeamparo.blogspot.com.es/



UNA SITUACIÓN POCO DESEABLE


Mientras como los bombones de las disculpas, os contaré la anécdota acaecida hace algún tiempo.

Estaba posando en un día triste y melancólico, entregada totalmente a la contemplación del mar. No sé realmente qué pasó. ¡Algo me golpeó! Fue tanta la fuerza que llevaba, que rompió mi equilibrio y me encontré en el agua agarrada a un pequeño saliente del muro.
Recuperada del susto, me encontraba sentada en mi sofá, con ropa seca y una taza de chocolate bien caliente. Juan, entre risas incontrolables, comenzó a narrarme lo ocurrido: dos chicos se  pasaban una pelota entre bromas irónicas, acabando éstas, en una pequeña disputa. La pelota iba de uno al otro cada vez con más fuerza, llevando en ella la rabia de los muchachos. El chico más cercano a mí, la vio acercarse con demasiada potencia y lo más acertado que le pareció hacer, fue apartarse, dando ésta en mi cuerpo y con ello terminando yo en una situación poco deseable y algo mojada. Los muchachos se hallaban con cara de súplica delante de mí.

Amenacé a Juan si publicara otra foto que no fuera ésta, que la cámara con su guiño descarado se atrevió a inmortalizar.

Los muchachos me mandan una caja de bombones todos los fines de semana, porque sus padres no tienen conocimiento de estos hechos.

La decisión




Hablaron de aquel asunto hasta agotarse, pero ya habían transcurrido nueve semanas y apremiaba tomar la decisión. «Iré a ver al Dr. Rafael Benítez» -le dijo Manuel en un arrebato. «Es el único que puede solucionarlo». 

Irene no supo o no quiso reaccionar. Ahogó su mirada en el mar frente a sí y dejó que los recuerdos la inundaran al ritmo de las olas. «Rafael» -musitó, mientras su mano dibujaba mecánicamente círculos sobre su abdomen. Sus caminos volverían a cruzarse después de algún tiempo y paradójicamente sería él; él, que años atrás tanto insistió para que tuvieran un hijo, quien lo resolvería.

martes, 29 de mayo de 2012

Jerga marinera.

Diez metros de eslora, ¿qué diablos será la eslora?. Proa y Popa, ¿por qué no dirán simplemente delante y detrás?. Babor y estribor, ¿qué tiene de malo decir derecha o izquierda? Ballestrinque, as de guía, nudo de encapilar. Estoy segura de que esos nombres no existen, se los inventan para hablar en clave, para que no les entendamos cuando están todos juntitos, en la cantina, hablando de nosotras. 
Calabrote, trinquete, !ya os gustaría! Guindaleza, ¡eso se lo diréis a todas!. Lebeche, mar enarbolada, ¡dejad de inventar palabras de una puñetera vez!
¡Cómo os odio!, nunca jamás volveré a salir con un marinero. 

(Espero que el mar me lo traiga de vuelta).

LA ESPERA DE MANUELA



Habían pasado al menos cinco años y allí estaba otra vez, con mi ilusión intacta, esperando su barco. Los nervios bailaban desbocados en mi estómago y mi corazón latía a un ritmo nuevo. Le vi acercarse, su mirada se posó en la mía, después se paró en mi pecho y bajó hasta mis piernas, para volver a mis ojos llena de admiración y deseo…
Esta vez no me gritó: ¡Eh, Manolo, amarra el cabo!

Bajo el mar






Miraba sin cesar el fondo del mar como si estuviera hechizada. Era toda su vida. La tierra, tras una corta degustación, no la atraía. Quería despojarse de todos los ropajes que le impedían sentirse libre. Seguía esperando. Ya se le estaba haciendo demasiado largo el intercambio. Ansiaba volver, pero sin su cola de sirena no podía sumergirse.

MI AMADA MATILDE





Mi muy amada Matilde. Solo unas letras  para decirte que me ha producido un gran alborozo recibir tu fotografía. Estás tan llena de vida que has rebosado la mía en un instante…
Te escribo desde un rincón sombrío y escueto del patio, aquí no hay mucho papel, ni mucha luz, solamente abunda el tiempo…y ahora, mirándote, remirándote, tengo la certeza de que me crees, que sabes que no lo hice, que todo fue un embuste, una argucia de tu padre para alejarme de ti… para hurtarme tu aroma…
Mi querida Matilde. Solo te pido que guardes intacto el hueco de tu regazo para poder descansar mi cabeza en él…Regresaré… ;mientras, cada tarde acudo para apartar el cabello de tu cara y mirarte a los ojos y susurrarte… y arropar con delicadeza tus hombros con la chaqueta que ahora reposa en mi sueño…
El compañero de celda me arrebatará tu fotografía, ¡estoy seguro! pero no sabe, no sospecha ese infeliz, que la tengo grabada a fuego en mi memoria…
Siempre tuyo. Armando.

"JUAN SIN CRÉDITO"

Siempre se quedaba sentado en su butaca hasta el final de los créditos, hasta que la última persona partícipe en la película aparecía, hasta que quien llevó las pizzas Margarita al ayudante del director, en los exteriores rodados en Sicilia, aquél día de bochorno con 39 grados a la sombra, aparecía inmortalizado con su nombre subiendo en una cortinilla formada por cientos de nombres, escritos en Bookman old style o el tipo de letra de moda en aquel momento. 
Los acomodadores de los cines Lumiere, le llamaban “Juan sin crédito”. Él sabía que se ponían nerviosos esperando, sabía que miraban sus relojes pendientes del comienzo del siguiente pase, sabía que proyectaban toda su energía negativa hacia su persona, pero, también sabía lo que le había costado la entrada del cine y por ese dinero, tenía derecho a leer hasta el nombre de los dobladores. Además, sabía que lo más importante de una película, son los millones de letras que salen cuando termina, cuando todos se levantan y vuelven a la cotidianidad de sus vidas, interrumpida por las escasas dos horas de la historia de personas que quizá no existan, pero que, actores, guionistas, directores, productores, ayudantes de dirección, maquilladores, expertos en efectos especiales, músicos y un sin fin de oficios varios, se empeñan en inventar. “Juan sin crédito”, se quedaba hasta que se apagaban las luces y se cerraba el telón y gracias a ello, aprendió que la mayoría de los productores tenían apellidos judíos, que la canción más repetida en la historia del cine era un tango de Gardel, que casi todos los técnicos de imagen eran japoneses, que el "best boy" no tenía porque ser un buen chico, que, a veces, hay sorpresas en mitad de los créditos que no te puedes perder y que los créditos más largos de la historia del cine son los del “Señor de los Anillos”. Pero, lo mejor estaba por llegar. Una tarde de lunes, en los cines Lumiere, “Juan sin crédito”, conocería a su alma gemela. La sala se vaciaría y ella esperaría como él hasta el final, como cada lunes en la sesión de las 16:30, pero esa tarde, el encargado del proyector de los cines Lumiere, quiso tomar cartas en el asunto y tras los créditos de “Algo para recordar”, empalmaría un fotograma en el que se leía en letra cursiva: “Pídele salir, estáis hechos el uno para el otro”. Y se cerró el telón, se apagaron las luces, la sala quedó vacía. Los acomodadores, cerraron tras de sí las puertas del cine.  

FERRY P

Lella fue la primera en despertarse. Tras asearse y vestirse bajó al restaurante del hotel sin despertar a Edouard. Pidió una taza de café y se puso a leer Le Figaro –una costumbre heredada de Ferry, sin duda-.
El motor no rugía, sonaba. Hacía horas que había dejado atrás París, sin detenerse, sin mirar atrás, con la noche como única compañera de viaje. El coche devoraba las líneas de la carretera con la misma frecuencia armónica que el viento acariciaba su rostro, todavía desencajado por las lágrimas... los amores no se pueden compartir por mucho tiempo, el sexo sí. ¿O era al revés? No lo iba a descubrir aquella noche, por lo que resolvió disfrutar de la conducción de aquella maravilla sobre la que estaba sentado. Con esa media de velocidad llegaría a Stuttgart a hora del desayuno. Pisó el acelerador y el motor respondió con más potencia.
Edouard besó la frente de Lella, como todas las mañanas y, como todas las mañanas, le deseó buenos días. Cogió una tostada para el camino y la cámara de tiracuello. Se despidió con un beso al aire. Lella le miró sin levantar la cabeza y juntó los labios para avanzarlos poco a poco hasta que, de ellos, salió un sonido suavieso*. Se dirigió al café del día anterior. Robert estaba esperándole sentado en el mismo sitio, pero ahora sin los dos jóvenes parecía incluso de su misma edad. Intercambiaron sus cámaras, o quizás fuesen sus miradas.
—Me llamo Edouard.
—Lo sé. Yo, Robert. ¿Y ella?
—No será un problema.
Y continuaron hablando sobre cuál sería la mejor postura de las cabezas de los modelos para poder inmortalizar la belleza de un beso.


* Suavieso: calidad de caricia con intención íntima y sexual,  impúdica y deshonesta que dirían nuestros abuelos.

EN FACE – HÔTEL DE VILLE - PARIS


Con el prototipo 356 era cuestión de pocas horas llegar a Paris, siete u ocho como mucho. Con un poco de suerte llegaría antes de que se pusiera el sol. Metió la llave en el contacto y el motor rugió las notas más bellas que ningún ser humano hubiera oído jamás.
Edouard decidió utilizar el flash de la Laika a pesar de que todavía quedaba una hora de luz; así, Ferry, los localizaría sin dificultad.
A Lella le pareció una tontería que malgastara tanta lámpara, pero decidió concentrar sus fuerzas en posar entre todos aquellos trajes tristes, entre todos aquellos rostros grises. Estaba muy cansada. Giró su cabeza a la derecha y vio como una pareja se besaba mientras caminaban y una cámara a pocos metros se disparaba. Ese momento tan bello le robó una lágrima, o quizás fueran dos, eso no importa. La pareja dejó de besarse, de caminar y se sentó junto al fotógrafo que los acababa de inmortalizar. —Camarero, tres cafés con leche para nosotros, —dijo el dueño de la cámara, que continuaba haciendo instantáneas de los dos jóvenes.
Aunque quedaba luz, ya se había puesto el sol. Edouard se acercó a Lella y sugirió que sería mejor continuar esperándolo por la mañana. Ambos eran conscientes de que Ferry no volvería jamás. El fotógrafo de las instantáneas clavó varias veces su mirada mecánica en ellos mientras se alejaban y Edouard se percató de ello. Cuando desaparecieron escribió “Boubat – ? – Doisneau” en Le Monde que había sobre la mesa.

lunes, 28 de mayo de 2012

LELLA AU CONCARNEAU

Sí, era Lella, posando para Edouard en el puerto de Concarneau. Detuve el nuevo prototipo 356 frente a ellos y los invité a un aperitivo. Pastis para ella, Cognac para él y Campari con soda y corteza de mandarina para mí. La tarde  se presentaba con unas inquietantes nubes grises surcando un cielo encendido de fondo que competía con el pelo de Lella. El azul del mar inundaba sus ojos, mientras Edouard hablaba sin cesar, y su mirada recordaba, sin duda –lo sé-, las noches que pasamos juntos durante la fiesta de las redes azules de aquel verano.
No se estaba mal en esa Maison de la Mémé, junto al puerto. Edouard seguía con su infinita conversación amena e irresistible que hacía que, tanto Lella como yo, lo apreciásemos mucho más que el resto de los mortales, de hecho, éramos los únicos que podíamos soportarlo. Qué genio perdió la industria automovilística cuando cambió la llave inglesa por la cámara, pero le resultó más satisfactorio que Lella fuese el centro de su vida a través de su cámara, y no mis caballos disfrazados en un chasis de latón. La inmortalidad por el dinero... no es mal negocio si lo ves desde ese punto de vista.
La mirada de Lella y la voz de Edouard acabaron por hipnotizarme –los cuatro Campari también ayudaron algo, lo reconozco-. Cuando desperté la habitación todavía olía a Edouard, y en el espejo del tocador un mensaje escrito con carmín decía:
EN FACE 
HÔTEL DE VILLE
PARIS!


La chica del puerto



Nadie oyó jamás una sola palabra que saliera de su boca. Sus labios, para quienes alguna vez la vieron, eran el dibujo de una mueca rosada.
No hubo quien supiera su nombre ni a qué dedicaba su tiempo. Nadie supo explicar hacia adonde llevaba el camino que en silencio recorría mientras el viento bailaba sus ropas y se enredaba en sus cabellos.  
Sin embargo, cada tarde, se la veía sentaba en el mismo lugar, a solas con sus pensamientos y con los ojos inundados de los verdes y azules mecidos por el vaivén de las olas.

Dicen que el mar guarda, celoso, los secretos de su alma.




LA CASA HABITADA


La casa habitada
A estas alturas del camino, yo, ya no soy la misma, mi capacidad de sufrimiento ha medrado sin control y mi ávido aliento de vivir, ha menguado sin esfuerzo…
Me siento huérfana de deseos, desvalijada por las emociones, ellas, viajan en libertad por esta casa que habito desde hace tiempo, y que poco a poco se desdibuja ante el espejo de los recuerdos…
¡No soy nadie sin mis recuerdos!. Lo digo, lo pienso, lo siento… pero, algunos pesan tanto, otros amargan como las almendras amargas… y me mareo y dejo crecer mi pelo hasta el infinito, simplemente, para poderlo cortar cuando la ausencia de ilusión me produce la náusea,  la necesidad de mutilar…

LA INMEDIATEZ




               Me llamo Julia. Tengo cincuenta y tres años y trabajo en una fábrica de conservas. Mi marido es minero, en paro. Tenemos dos hijos, una chica y un chico.

En estos momentos Joaquín se encuentra encerrado en una galería de la mina a trescientos metros de profundidad. Junto a él se encuentran otros siete compañeros en su misma situación. Debido a  los recortes en el sector del carbón se ha despedido a un centenar de trabajadores. Unos pelean desde dentro, el resto les apoya en las calles por medio de protestas que son silenciadas por las cargas policiales. Todo el vecindario les apoya. Los pequeños comerciantes también se ven afectados por la nueva política: sus ventas han descendido notablemente.

Cuando termino mi jornada en la fábrica, comienza otra en mi hogar, limpiando y planchando la ropa de mis hijos que, día tras día, salen en busca de su primer trabajo. Mario es titulado en Ingeniería Eléctrica y Rosa es economista. Me temo que en breve emigrarán hacia otros países.

Sin apenas tomarme un respiro he de dirigirme al restaurante “El Corzo”. Allí trabajo por las tardes limpiando y recogiendo la vajilla que han utilizado aquéllos que pueden pagar un menú de  ochenta euros por persona.

Hoy ha habido una comida importante. Son hombres, unos diez. Están tomando la última copa mientras ríen y hablan en voz alta. Puedo distinguir al alcalde. Hay dos directores de banco, el farmacéutico y el resto son representantes de multinacionales relacionadas con el sector alimentario, según cuenta mi jefe.  

Mientras el sudor resbala por mi frente y mis articulaciones protestan por el exceso de humedad. Les escucho parlotear mientras sortean, entre ellos, si es viable la fábrica donde trabajo o les resulta más rentable su cierre inmediato.

Han pedido licores de orujo. Coloco los diez pequeños vasos en la bandeja y extraigo de mi bolso el laxante en polvo que me recetó el médico. Esta noche la pasarán en sus cuartos de baño aquejados  de una “inmediata” descomposición. Yo estaré en la boca de la mina, acompañada por las familias que velan por los hombres encerrados.







sábado, 26 de mayo de 2012

Los prójimos


A mí lo que más rabia me da en la vida son los prójimos. “Debes  amar al prójimo como a ti mismo”, me enseñaron en el colegio. Yo entonces aún no había desarrollado mi sentido crítico y me lo creía todo. Luego, a lo largo del tiempo, ¡me he encontrado con cada prójimo! Imposible amarlos, desde luego. Más bien, en muchas ocasiones, mi ardiente corazón se ha visto inundado de odio por alguno que otro de estos sujetos.
¿Pero quiénes son exactamente los prójimos? Deben ser aquellos pobrecitos que se apostaban a la puerta de la catedral de mi ciudad y unas, también prójimas, muy bien peinadas, cargadas de joyas y vestidas con pieles de animales muertos, les daban una limosnita al salir de misa y se quedaban ellas con la conciencia descansada por cumplir con los santos preceptos.
Yo he sido más bien de amar a mis amigos, a  mis familiares, a la gente que sonríe cuando te habla, a los que te facilitan las cosas, a los que te hacen la vida más agradable y ligera, a los que son justos, a los que vibran, a los que sueñan, a los que tienen sentido del humor, a los generosos, a los delicados, a los sinceros, a los luchadores, a los auténticos…
Últimamente hay unos prójimos que se han empeñado en fastidiarnos la vida a la mayoría de los ciudadanos. Son los llamados prójimos-buitres cuyas cualidades más sobresalientes son la  codicia,  la avaricia y  la crueldad. Y a ellos destino todo el odio y la rabia que sea capaz de reunir y les deseo que sufran con creces todo el daño y el sufrimiento que están infligiendo a lo demás. 

viernes, 25 de mayo de 2012

DIARIO DE UNA MADRE EN APUROS




Son las fiestas de mi pueblo. Antes, ya no recuerdo cuándo, me encantaban. Ahora me espantan. Tengo dos hijas como casi todos ya sabéis, Lara que la semana que viene cumple seis y la pequeña Olivia que está a punto de cumplir los dos. Pues bien, ya sé que algo así no se puede decir y que no está bien ni pensarlo, pero… ¡¡¡¡Necesito unas vacaciones de madre ya!!!!
Quiero dormir del tirón una noche entera y despertarme al mediodía. Quiero ver una sesión de Sexo en Nueva York y después "Enamorarse" de Streel y de Niro sin levantarme del sofá para nada. Quiero escribir relajada y poder leerme un libro entero del tirón. Quiero darme un baño de espuma y llamar mientras a una amiga para charlar de tonterías. Quiero depilarme, tintarme el pelo en una peluquería, irme de tiendas... Quiero salir una noche sin hora de recogida y bailar hasta que me duela todo. Sí, lo sé. No soy nada original.
Ayer salí de casa en dirección al parque a las seis de la tarde. Lara empezó a llorar justo a esa hora porque su mejor amiga le había dicho que las marcas de nacimiento son horribles y a ella le dio por querer arrancarse su pequeño lunar del hombro fuese como fuese y cuando vio que no podía se empeñó en que fuésemos al hospital en vez de al parque. Me negué por las buenas y al final por las malas, claro. A las nueve, de regreso a casa, aún seguía llorando. A todo esto, la pequeña tuvo otra rabieta de casi una hora en la que estuvo pataleando justo al lado de los columpios porque no dejaba que ningún otro niño se subiese en ellos. Os juro que hubo un momento en que estuve a punto de irme a una terraza, pedirme una tila y dejarlas a las dos allí con sus respectivas llantos. No lo hice. Ejercí de madre novata, que es lo que soy, e intenté dialogar una y muchas veces para nada. Mis hijas son las más cabezonas del mundo lo tengo comprobado.
Llegando a casa rodeada de peñas y bandas de música, me crucé con mi marido que salía con sus amigos de cena y me dice que no lleva la llave del portal y que por favor esté pendiente para abrirle la puerta cuando vuelva. A las tres de la mañana harta de hace zapping y de oír el escándalo del bar que tengo en la esquina me dormí pensando que me daba igual que durmiese en la calle. Oí el timbre a las seis y media. Le abrí y todo. No penséis mal.
Hoy, como ya suponía, está que no puede con su alma y me ha pedido que las saque yo a ver los pasacalles. La historia es casi igual que la de ayer pero con treinta y cinco grados sobre nuestras cabezas y con la diferencia de que la rabieta de Lara ha sido porque su amiga, la misma otra vez, le ha dicho que nuestra casa está sin pagar del todo y que la mitad es del banco. ¡Un dramón, vamos!
Hemos vuelto al mediodía sin tomarme ni una caña, con Olivia desnuda porque se ha vomitado encima después de inflarse a llorar cuando ha visto a la Bruja gigante de las fiestas, con Lara llorando otra vez porque somos "un poco pobres" y con el extra de la amiga de Lara que se nos ha invitado a comer en casa. Mi marido seguía durmiendo.
Está tarde tengo que vestirlas para el desfile del Bando de la Huerta y antes sentarme a hacer los deberes con Lara e intentar quitarle la manía del lunar, de la casa y de lo nuevo que la amiga se le haya ocurrido contarle mientras no las vigilo e intento que la pequeña se duerma, cosa que por otro lado va a ser casi imposible con el follón que aún hay en la calle.

A todo esto, ¿he dicho ya que necesito unas vacaciones?

MALDITO INVENTO


Quiero meditar sobre uno de los inventos más retorcidos, malévolos y demoníacos de la historia de la humanidad. Un artilugio que, diseñado con refinado sadismo, nos daña la moral día a día y, aunque nuestro deseo es su pronta destrucción, por no decir extinción, no tenemos más remedio que doblegarnos a su tiránico mandato.
 No, no me refiero a cosas tan normales y hasta aceptables en una civilización como la bomba atómica, la de hidrógeno, el gas mostaza o el lanzallamas. Me refiero a algo aún peor: el despertador.
Estoy seguro que el tipo que inventó dicho aparato no se hablaba con sus vecinos, no lo tragaban en la comunidad del bloque o su mujer le engañaba con el del quinto, era un amargado, es fijo que los bancos no le daban crédito alguno y no se podía largar al Caribe a veranear, por lo tanto, como venganza, inventó el artilugio.
Hay que ser malo en la vida para inventar algo que, cuando estás en los en los dulces brazos de Morfeo, donde eres el héroe de mil aventuras, con un sonido estridente te devuelva a la cruda realidad… ¡Llego tarde al trabajo!
Entonces comienza la tortura: saltas de la cama como un poseso, cegado por el sueño te pones la camisa como pantalones, los pantalones como camisa y te lanzas a prepararte un café –caliente o frío, da igual, sin  azúcar que no hay tiempo para ello-. Con la taza aún en las manos, corres escalera abajo, saltando los peldaños de seis en seis para alcanzar el coche y salir pitando a la oficina. Cuando estás en su interior con la llave de contacto a punto de arrancar tu mente tiene un momento de lucidez, se despeja y cae en la cuenta de la cruda realidad: ¡Hoy es Domingo, merluzo!
Por eso digo que al tipo que inventó el despertador había que hacerle un juicio de Nuremberg, llenarle el traje de pica pica y, a ser posible, cuando se esté duchando en pleno invierno, cerrarle la llave del agua caliente.
Y le voy a decir lo que dice mi amigo Arcos, gitano de pro, cuando alguien le toca mucho, pero que mucho, la moral, que ya es difícil porque es un cacho de pan:
-¡Mal fario te parta, malos mengues te “joan”, so “esaborío”!
Bueno, compañeros, como ya es tarde, voy a poner el despertador para mañana que me tengo que levantar tempranito para ir al “currelo”, que si no, me quedo dormido y me tengo que tragar la bulla del jefe y no están los tiempos para eso.
¡Buenas noches!

Revisión protocolaria


Mehrdad Zaeri


A veces te cabreas y les dices que ya vale, que con tanto adelanto en la ingeniería robótica, por ejemplo,   cómo  es que aun no se ha inventado nada menos doloroso. Como es corta,  pasa rápido, te consuelas. Pero esta vez se llamaba ecografía mamaria, te dejaron en una camilla y no aparecía nadie. Por la hora que era, pensaste, aburrida, en echarte una siestecilla, pero tu sentido de la compostura te lo impidió. Entonces apareció él, no te miró, apenas te saludó, lo achacaste tal vez al pudor por el cuadro que se exhibía ante sus ojos. Te hizo daño, mucho daño, pero no le dijiste nada, aguantaste muda y siguió hurgando, sin preguntar. Dedujiste que era un cretino, o tal vez andaba agobiado por los recortes de personal. Intentabas justificarlo. Ni media palabra por su parte.  Te convenció más la primera opción. Justiciera, decidiste que aprendiera una lección, no podía irse de rositas, te lo cargarías en el próximo relato. Se iba a enterar. Saliste de aquel cuartucho más animada. Ahora, para ti ya está muerto y  su deuda saldada.

COSAS QUE ME CABREAN MUCHO Y QUE NUNCA OS DIJE PORQUE SONÓ EL TELÉFONO: ERA YOLANDA...

La prueba del 9 para divisiones y multiplicaciones
...Era Yolanda asegurándome que el 1 ya no era primo. Me llevé un disgusto tremendo. Me dio la dirección de un blog –bitácora le llama ella- para que lo viera con mis propios ojos y que, en caso de no creérmelo, me tirara de cabeza, sin desvestirme, en la piscina de la wikipedia y que buceara. No me apetecía con la amenaza de gota fría que rondaba por el Benicadell, así que tomé el camino fácil de los crédulos... pero me jodió tanto que no volví a comprar ningún cupón de los ciegos que acabara con ese número.
Otra cosa que también me cabrea es que los números cardinales, aplicados a personas, cuando llegan al X, pasan a ser ordinales. ¿Por qué no se puede decir Benedicto décimo? Está claro que no se refiere a ninguna lotería. Mi teoría es que a partir de ese número empiezan los problemas lingüísticos... la ambigüedad de si es undécimo, onceavo, decimoprimero –incorrecto este último-.
No me gusta ya esa manía que tenían los futuristas de bautizar todos, bueno, en realidad la mayoría, de sus manifiestos el undécimo día del mes. Desde lo de las Torres Gemelas, ya no me parece tan gracioso.
Tampoco soporto que la división del tiempo sea sexagesimal. Como hace tiempo que el espacio y el tiempo están unidos por la velocidad, me molesta sobremanera que uno tenga un patrón decimal y el otro no. En realidad, para seros sincero, es porque no me gustan los hexágonos –al duplicarlo aparece el dodecágono invisible de la esfera de los relojes-, prefiero los pentágonos.
Ni que decir tiene de la división del año en doce meses, ni de estos en 30, 31, 28 ó 29 días. Claro que lo del mes bisiesto es comprensible pero ¿por qué tiene que ser en febrero? ¡Todos los meses de 30 y para pasar de mes, uno extra... festivo, claro; y para cambiar de año... otro más! Algo así pretendió Bonaparte a principios del XIX.
Ahora bien, lo que ya me resulta insufrible e insoportable es que se confundan los números con las cantidades. Un número es un nombre que no significa nada si detrás no tiene un apellido, es decir, si no se le asocia algo físico, o metafísico, incluso psicofísico. Esto lo digo porque el primer año del segundo milenio, no es el año 2000, sino el año 2001.
No crean que estoy mal de la cabeza... que estoy peor, porque si me pongo a hablar de los números imaginarios acabo nervioso y con temblores en las manos. O del número π, del número e, del número de oro... hasta que llego al fabuloso enigma de LA PRUEBA DEL 9; ¡entonces me calmo! (Ay señor, que a gusto me he quedado).

jueves, 24 de mayo de 2012

Volver a empezar


Se rompen. Como cristal estrellado contra el suelo... las ilusiones y los sueños, se rompen en añicos. Y no te das cuenta hasta que pisas un pequeño trozo y se te clava tan dentro, que te hace sangrar. Pero entonces, ya es demasiado tarde.
Porque las ilusiones y los sueños, se van resquebrajando en silencio. No puedes ver las pequeñas grietas que se abren, que se hacen cada vez más grandes y profundas. Las intuyes, aunque intentas ignorarlas, pero no puedes verlas. Estás ciega.
Y por esas grietas, se te han ido escapando los recuerdos felices, las palabras de amor, las caricias, las miradas con las que te hablaba y la calma que te calaba el alma con su sola presencia. Y parece que no pudiera ser, pero te has acostumbrado. Has dejado que se escapen.
Y cuando buscas consuelo en tu cajita de momentos inolvidables, encuentras instantáneas de sonrisas con el mar al fondo, de paisajes que mirabas y no veías porque aquellos días con la luz de sus ojos tenías suficiente.
Encuentras, entre recortes de papeles, puntos de libro y otras tonterías, pequeños trozos de papel satinado que dibujan el día en que nació tu primer hijo, el día en que cumplió su primer añito, aquel domingo en que, valiente, decidió que era el momento de quitar las ruedas traseras de la bicicleta, los nacimientos de sus hermanos… y esos simples papeles, terminan por destrozarte. 
No entiendes cómo has llegado a estar así, tan sola. No asimilas romper del todo aquella seguridad del hogar que tanto esfuerzo te llevó construir.
Y lloras. Y gritas. Y maldices. Y el llanto te aprieta en la sien y te duele tanto el alma y se te encoje tanto el corazón, que parece que no puedes respirar, que crees que jamás volverás a ser feliz, que ya no vale la pena seguir luchando.
Entonces, una noche, mientras todos duermen y tú, incapaz de conciliar el sueño, estás sentada en el sofá del salón, empiezas a observar las cosas que te rodean. Miras los muebles, las cortinas, el sofá, los cuadros… y te das cuenta de que todo ese atrezzo que llenaba tu vida ha dejado de ser importante para ti.
Algo ha cambiado en tu manera de pensar, en tu mente, dentro de ti. Y entonces, te da rabia haber pasado tantas horas limpiando el polvo y haciendo de tu casa un escaparate. Te maldices por haber regañado tanto a tus hijos por tocar aquel jarrón o aquella figurita. Te sientes mal por haber perdido el tiempo, tu tiempo y el de tus hijos, en vivir una farsa ordenada y limpia.
Y de nuevo lloras y sientes pena, pero ya no gritas. Te quedas ahí sentada, todo la noche, analizando lo que ha pasado, asumiendo lo que está pasando e intentando planear lo que tendrá que llegar.
A la mañana siguiente, algo ha cambiado. La luz es diferente en tus ojos y sientes una paz interior que hacía mucho, mucho tiempo habías perdido. Sientes como si te hubieses quitado un peso de encima, como si hubieses perdido una carga muy pesada a la que ya te habías acostumbrado.
Y piensas que se acabó, que ya no aguantas más y que ahora, todo va a ser diferente. Sientes miedo, pero estás decidida.  
Quedas con las amigas y escupes todo lo vivido. Ellas te escuchan y lloran contigo y aún sonríen cuando tú, sarcástica, relatas tu vida aliñándola con notas de humor, para que no parezca todo tan duro como en realidad fue. Y te apoyan, te abrazan, te dejan vaciarte durante una noche entera, compartiendo mesa y copas.
Y van pasando los días y te sorprendes sonriendo o comentando la situación con algún conocido que hacía tiempo no veías. Se lo comentas como el que ha decidido comprarse un coche o cambiar las cortinas del salón. Decirlo te ayuda y la forma en cómo lo explicas, te deja ver, te permite darte cuenta, de que has tomado la decisión correcta, porque no te duele. No te sientes mal.
Buscas un hogar donde volver a empezar. Algo pequeño, que esté recogido en un par de horas, que tenga mucha luz y sobre todo, que te guste, que te dé “buen rollito” al entrar. Y mira por donde, casualidades de la vida, tomando un café te encuentras con un conocido al que hacía muchos años no veías.
Mientras te pone al día de su vida le miras y recuerdas que el día que te lo presentaron te pareció un tipo muy guapo (y lo sigue siendo, por supuesto).
Intentas no distraerte para no perder el hilo de lo que te está diciendo y casi tienes que aguantarte la risa porque te está explicando que se separó hace tiempo y que ha puesto el piso en alquiler.
Le dices que lo sientes y le preguntas si le importaría enseñarte el piso. Quedáis en ir un mediodía y nada más entrar por la puerta ves que es exactamente lo que estás buscando.

Y es que la vida, a veces, te sirve en bandeja de plata lo que necesitas. No sabría si llamarlo casualidad o destino… pero  ahora, poco a poco, piso con paso firme por el camino del volver a empezar, con la mente fría y a ratos, lo confieso, con el corazón encogido.   

miércoles, 23 de mayo de 2012

Despedida de un ratón



A mi hijo Eduard que, con lágrimas en los ojos, se despidió anoche del Ratón Pérez... 

- El día en que mamá me dijo quienes eran los Reyes Magos, yo ya lo sabía, lo mismo que sabía que el tronco de madera que había en casa de mi abuela no podía cagar regalos. Fue una mañana de reyes de hace un par de años. No sé bien por qué razón, de pronto, lo supe, y mientras mi hermano mediano jugaba con sus herramientas nuevas y el pequeño daba vueltas a una caja de cartón, me acerqué a ella y se lo pregunté. Me dijo que sí, que los regalos los compraban ella y papá y los escondían hasta esa mañana.  Se alegró de que yo lo aceptase tan bien y me abrazó muy fuerte mientras me decía lo orgullosa que estaba de ver lo mayor que me estoy haciendo.
Entonces me pidió que guardase el secreto por mis hermanos, para que ellos esperasen con ilusión ese día.
Cuando llega la mañana de reyes y oigo que se levanta, voy detrás de ella y la ayudo a colocar los paquetes de mis hermanos debajo del árbol. Siempre me engaña diciéndome que no ha encontrado lo que yo quería pero que seguro que los regalos me gustarán y cuando los abro, siempre, siempre... ahí está todo lo que yo escribí en mi carta.
Ayer fui al dentista y me sacó una muela que tenía caries. Cuando le pregunté a mamá si la ponía debajo de la almohada, no me gustó lo que vi en sus ojos y me dio como frío...no sé... una sensación rara. Mamá se secó las manos con un trapo viejo y me acarició la cara sin decir nada. Y entonces yo, me puse a llorar y ella también lloraba, pero sonreía. Entonces me lo dijo, pero yo sé que no es verdad... yo lo sé. Y también sé que la culpa es tuya, gato tonto,  y que por eso esta noche el ratoncito Pérez no ha venido.


La especie elegida.


De pequeño solía matar pollitos, son unos animales muy tontos. Mamá me los compraba y yo inventaba mil formas para acabar con ellos. La mejor, fue la vez que hice un “paso de pollitos” y derrapé con mi coche a pedales a toda velocidad justo encima de ellos.
Mamá estaba preocupada. El Doctor Barragán, le había dicho que era normal, que los niños no saben lo que hacen, que no distinguen entre el bien y el mal, que para mí sólo se trataba de un juego, el juego de la especie más fuerte, la especie elegida. El doctor, recomendó a Mamá, que me comprara animales más grandes para superar esa etapa de identidad agresiva, o algo así.
Pigüi, era un conejo gris con el rabo blanco, nos hicimos amigos enseguida. Sus ojillos rojos asustaban a mi hermana Rocío. Su nariz, siempre moviéndose, me divertía. Pigüi pesaba dos kilos y pico cuando dejó de patalear teniéndolo agarrado de las orejas, el día que quise averiguar lo elástico que era. Mamá se puso como loca. Aquel domingo, Papá, hizo una paella riquísima, mamá, no probó ni un bocado.
Cuando me regalaron a “Gizmo”, dijeron que iba a ser mi última oportunidad. En la foto me veis con él, mi padre, la sacó mientras yo le explicaba a "Gizmo" que no tenía nada que temer, que un gato tiene siete vidas, que los gatos siempre caen de pie, que sólo vivíamos en un quinto. "Gizmo", sabía escuchar, era un gato muy listo. Un día se fue por la noche y nunca regresó. Esta vez yo no tuve la culpa.
Con el tiempo, me convertí en lo que soy: el mejor cirujano torácico de España. Ya no rompo animales, ahora me toca arreglarlos.

DESCONSOLADO




Los trágicos llantos lo despertaban al anochecer cuando ya llevaba un rato en la cama. Se arrebujaba entre las sábanas temblando y pensando que no podían ser gatos como alguien le había dicho.  Ya no volvía a dormirse. Estaba convencido de que eran los bebés que lloraban porque estaban terriblemente solos y abandonados, querían estar donde él. Ya apenas recordaba a sus padres. Ahora su miedo era otro: que lo sacaran de aquel orfanato porque era mayor y en su lugar entraran aquellos pequeños que lloraban sin consuelo.

Despedida



Y recuerda… Nunca te relamas ni afiles las uñas en las patas de las sillas. Ahora eres un niño y los niños no hacen cosas de gatos aunque cuando eras un gatito hicieras cosas de niño. Y no olvides a tus hermanos. Una cosa es que ya no seas como nosotros y otra es que no nos tengas en cuenta. Mi madre nunca entendió que yo hablara a la forma humana. Creo que nunca lo aceptó y me sentí muy sola. Pero eso no te pasará a ti. Tienes que guardar el secreto. La señora del sótano así lo ha dicho, nadie debe saber lo que has sido. Solo tú. Tú y yo. Y ahora corre, aprende, vive todo lo que quieras vivir y ten cuidado con los perros y con algunos humanos. Anda, vete, vete, vete gatito mío, vete.

Mudanza


-Creo que ya está todo.

-¿Has bajado las persianas, Pedro?

-Sí y también he cerrado la llave de paso.

-Pues entonces, solo queda bajar las maletas –dijo Juana con un hilillo de voz.

-Vamos, mujer, no te amilanes. Ya verás como el cambio es para mejor.- Le acarició la mejilla rápidamente;parecía que su mano, acostumbrada a tareas más rudas, se avergonzara de aquel gesto furtivo.

-¡Saaanti, Saaaantiiiii! ¿Dónde estás, tesoro? ¡Nos vamos!

Pero el niño no contestó. Albergaba la esperanza de que se marcharan sin él. ¿Qué le importaba que el nuevo piso tuviera ascensor y fuera más grande si allí no podía llevarse a Pelusa?  
Escondido en el armario ropero, abrazado a su querido gato pardo, contenía las lágrimas y la respiración.



CAT

La vida de Esteban no era como la de los demás niños. Su padre se marchó de casa siendo él muy chico y su madre para intentar olvidar ese abandono comenzó a beber a todas horas. Con ello consiguió además olvidarse también del resto de su vida, incluido Esteban. Desde entonces el pequeño ejercía como cabeza de familia pese a tener sólo siete añitos.
Cada mañana al volver del colegio despertaba y arreglaba a su madre y después salía a comprar algo con lo que preparar el almuerzo de ambos. Sus amigos le solían salir al paso con reproches o preguntas impertinentes a las que él nunca respondía.
Una de esas mañanas en las que regresaba cargado de bolsas se encontró una gatito abandonado dentro de una caja de zapatos junto a su portal. No debía tener más de dos semanas. Tras reflexionar en silencio durante unos segundos agarró la caja como bien pudo y entró en casa dispuesto a encontrar un hueco donde poder esconderlo.
“Aquí estarás bien. Si no armas mucho ruido, mamá ni se dará cuenta de que estás. Te voy a llamar Cat y tendrás que cuidarla cuando yo esté en el colegio porque casi siempre está malita. Bueno ya te iras dando cuenta de cómo funciona todo…”
Lo colocó bajo su cama y fue a buscarle un tazón de leche con galletas que el recién llegado devoró en un menos de un minuto.
Cat pasó a ser el mejor amigo de Esteban, su confidente de penas y su compañero de juegos y gamberradas por el barrio. Junto a él se sentía tan feliz como antes de que su padre dejará de quererlo o de que su madre déjase de ser una mamá normal. Como antes de que todo fuese tan feo.
La mañana antes de Navidad Esteban salió a comprar algo especial para preparar la cena de Nochebuena. A su regreso una señora muy bien vestida lo esperaba sentada sobre su diminuta silla de la cocina.
“Creemos que tu madre no es capaz de cuidarte como debe. Ella no está bien, tú ya lo sabes, así que ha accedido a que te vayas a vivir a otro lugar donde vas a ser muy feliz con unos padres que te den todo lo que te mereces.”
Buscó en la mirada de su madre protección, pero ella no levantó la cabeza. Tragó saliva y entró a su cuarto a recoger sus cosas. No encontró a Cat bajo la cama ni por toda la casa. Lo llamó y llamó con gritos de auxilio hasta que lo obligaron a entrar en el coche a la fuerza, y sólo ahí, en ese momento, volvió a ser un pobre niño muerto de miedo. Cuando se sintió de nuevo solo.
Pero para su sorpresa cuando el coche arrancó de entre unos matorrales vio a Cat salir disparado tras ellos. Esteban rompió a llorar y le gritó tras los cristales un desgarrrador: "¡Adiós amigo, no te olvidaré jamás!”
Cat corrió y corrió junto a el coche a través de calles y grandes avenidas hasta que llegaron al final del trayecto y al que sería su primer hogar de acogida. Allí se abalanzó sobre el niño dándole mil lametones bajo las caras de asombro de todos los que observaban la escena.
Lo mismo pasó un mes más tarde cuando Esteban fue enviado a su segunda casa y después a la tercera… Y así hasta que llegaron a la que se convirtió en definitiva. En su verdadero hogar. Con unos padres que lo cuidaron como a un hijo y donde los dos pudieron por fin volver a corretear juntos y dormir sobre la misma cama. Como dos amigos.

martes, 22 de mayo de 2012

GENERAL


Reposaba sobre su muro, sucio, peludo y con la mirada desconfiada, desafiante.
Me costó mucho tiempo y esfuerzo ganarme su amistad. Él, agradecido, se dejaba acariciar y aceptaba alguna que otra espina de pescado que le ofrecía, engulléndola con ansiedad.
Tenía que buscarle un nombre. Le puse “General” porque era un gato altivo, orgulloso, de mirada penetrante, segura…como un buen general y como me encantaba jugar a los soldaditos, qué mejor nombre que éste.
Se hizo cómplice de mis travesuras, que no eran pocas, e incluso disfrutaba con ello. Al principio las sufrió el señor párroco, después doña Mercedes, la tendera, luego le tocó al boticario,  al cartero…a muchos más.
 Pero nunca imaginó que pronto comenzaría a sentirlas en sus propias carnes, como cuando concentré la luz solar con una lupa sobre su cola, o le hice andar sobre papel adhesivo para atrapar insectos…o cuando lo pinté de verde o le bañé en brea.
Él, como venganza, me contagió la tiña, dejándome medio calvo y envuelto en unos picores terribles.
Desde su muro, atento, se regocijaba contemplando los pescozones que mamá me propiciaba recordándome la nefasta amistad y la lista interminable de quejas que había recibido esos días por las travesuras.
El muy malvado…

EL SECRETO





                    Aquel día llovía a cántaros. Mi madre no me dejaba salir de casa. Aburrida, me dediqué a mirar por la ventana. Tras los gruesos hilos de agua, la vi saltar y correr hacia la terraza. Abrí silenciosamente la puerta y allí estaba; sentada sobre las patas de atrás se lamía una de las delanteras con parsimonia. La rosada lengua contrastaba con el color gris de su hermoso pelaje y el verde intenso de sus ojos. Contuve la emoción unos segundos y no me pude resistir a abrir la puerta con sigilo. Ella no se movió, sólo dejó de lamerse y fijó sus ojos en los míos. Me agaché despacio y le tendí mi mano. Dudó unos instantes pero se acercó y olisqueó mis dedos. Su silueta era demasiado delgada y su vientre estaba algo ajado. Entré en casa de puntillas y en un cuenco  puse un poco de leche a la que añadí unas migajas de pan que aumentaron de tamaño con rapidez. Ella continuaba sentada, le ofrecí el cuenco y comenzó a beber con apetito. Yo la contemplaba extasiada. De pronto, sentí unos pasos que salían de la casa, ella saltó como un rayo hacia los escalones y desapareció.

-Nena, te he dicho mil veces que no quiero animales en casa. Si les das de comer luego no te los quitas de encima. Además, tu padre tampoco quiere.

-Bueno, vale. ¡¡Pero yo quiero un gatito…me gustan mucho!! Además, cazan ratones y bichos...

El día siguiente amaneció soleado. Salí a la terraza, el suelo estaba ya seco y caminé hacia mi bici. Escuché un sonido nuevo para mí. Procedía del macizo de las hortensias. Separé sus ramas con cuidado y contemplé lo que, para mí, era un milagro. Había vuelto, pero no estaba sola. Cuatro chiquitines mamaban con avidez. Nos miramos las dos…sería nuestro secreto.

lunes, 21 de mayo de 2012

GATOS DE ESCAYOLA




El sol un día más se había colado en la cuadra, como él, y yo lo sabía porque llevaba tiempo espiándole a hurtadillas mientras me aburría esperando que ocurriera un milagro. Al principio, me conformaba con seguirle en la distancia, luego me atreví a moverme  unos metros… y otro de los días, abrí la puerta del corral sin prisas y con ilusión, y le vi allí, dormitando con el sol que con todo descaro se había adueñado de aquel sitio que olía tan mal…
Hoy me he acercado, con paso decidido a ratos y pegado al suelo en otros, casi jugando al: un, dos, tres, chocolate inglés… El calor y el sol estaban inmóviles, llenándolo todo, y él ejercía de amo del cortijo… Un, dos, tres y me acerco, él se incorpora, curva el espinazo y nuestras miradas se cruzan por primera vez… clava sus ojos azules en los míos… nuestras percepciones están a la misma altura.
-          ¿Qué haces aquí gatito? ¿Por qué te gusta este sitio?
Alargo los brazos e intento abrazarle con la vista, acariciarle con mis pequeñas manos, mi cara sonríe y mi corazón late muy rápido,  él me mira indiferente, como las figuras de escayola del patio, solamente eleva la cabeza y me pregunta:
-          ¿A ti también te dejan vagar solo?
Me quedo mudo, se hace un silencio espeso como el polvo de aquel sitio, no bajo la mirada y añade:
-          ¿Yo no soy de nadie, niño?
Me mira de nuevo y husmea sin reparo mi cara, estamos tan cerca que puedo oler su aliento de gato. Es increíble pero no tengo miedo, ni me tiemblan las piernas. Cuando mi padre me mira de ese modo… siento mucho, mucho miedo…
¡Juan a comer… ¡ ¿dónde te has metido? .Tu padre ya está sentado en la mesa…

Azrael



No me gustan nada los gatos. No es que no me gusten es que los odio, no puedo vivir cerca de ellos. Cuando era pequeña me encantaba ver a los recién nacidos. ¡Qué chiquitines y qué monos eran! Hace tiempo que no veo ninguna miniatura de gato pero seguro que me seguiría pareciendo precioso y un milagro de la naturaleza.
Mis problemas con ellos datan del año 1985 para ser exactos. Se dio la circunstancia de que vivía en un ático bohemio y precioso en la calle Vestuario, paralela a Comedias, en una de las zonas más hermosas de Valencia. Vivíamos allí mi hijo Manuel de cinco años y yo. Y luego estaba Victoria, la bella y bondadosa Victoria que cuidaba de Manuel mientras yo estaba trabajando. Victoria y su madre, que era pescatera y tenía las mismas virtudes que su hija, tenían pasión por los gatos y convivían con varios en su piso de la Plaza de Nápoles y Sicilia, otro lugar emblemático de la ciudad.
Un buen día, un ratoncillo atrevido se instaló con nosotros en casa sin pedir permiso y se sentía él tan a gusto al amor de la estufa de leña que teníamos en el centro de un amplio salón con vigas de madera. Y si hay algo que yo no pueda soportar de ninguna manera es a estos invitados indeseables compartiendo mi despensa, mi ropa y mi cuarto de baño.
Conversando sobre el problema con Victoria, me propuso prestarme a uno de sus gatos unos días, asegurándome que no quedaría ni rastro del ratoncillo. Acepté encantada el ofrecimiento pero mi vida se convirtió en un horror. Al miedo hacia el roedor se unía  aquel gato empalagoso que no paraba de restregarse contra mis piernas y que me seguía allá donde yo iba. Manuel estaba encantado y lo rebautizó como Azrael,  que era el gato de los pitufos. Pero yo le pedí a Victoria que por favor me librara de él y de sus directas insinuaciones y ella lo devolvió a su casa con gran pesar de mi hijo. El otro animalillo no tuvo tanta suerte, me armé de valor y acabé con el infortunado invitado de un escobazo certero.    


EL PREMIO






Los días se hacían eternos esperando la fecha. En mi mente infantil doce meses eran una larga condena que dormía un letargo eterno en el calendario. Tenía que hacer algo. Recurrí a las matemáticas, el diez marcado en un círculo rojo en la parte superior derecha de mi examen final, hizo que Timón, mi precioso gato de manchas oscuras, llegara a mi vida antes de lo previsto.

MICIFUZ

Micifuz, la gata de mi mujer –nunca ha sido muy buena poniendo nombres a los animales- se enredaba entre mis piernas cuando nos enfadábamos. Pasaba rozándose desde la punta de las orejas hasta la del rabo en una danza sensual que me calmaba y conseguía que aplazáramos la discusión hasta la siguiente mala mirada, hasta la siguiente mala palabra.
Desde que naciera nuestro hijo, las cosas no iban bien. Cuando la matrona le arrancó al chiquillo de sus entrañas pareció como si, con él, se llevara su instinto maternal. Algo sucedió dentro de ella, o dejó de suceder –no sé muy bien qué pensar-, pero el caso es que la relación acabó por deteriorarse aún más.
Tampoco ayudó mucho que la primera palabra del crío fuese “Miau”. Aquello la hundió en una tristeza aún mayor y las broncas eran una tónica constante que derivaron en mi odio hacia ella y en el suyo hacia la pobre criatura. Micifuz, entretanto, se hizo cargo de darle al pequeño serenidad, si no el amor, que mi esposa era incapaz de transmitirle. Era su compañera inseparable, le enseñó a perseguir ovillos de lana, a cazar ratones, a saltar sin hacerse daño y a rozarse cuando su madre y yo nos enzarzábamos en nuestra eterna discusión.
Así que no fue extrañó que Micifuz desapareciera un día. Ya no volvió a nuestra casa, ni volvería nunca más... lo sé porque fui yo quien la enterró en el jardín de atrás, una noche de luna nueva, con lágrimas en los ojos por haberme casado con ella y pensando quién evitaría ahora que terminásemos matándonos.