El viento cambió de dirección y la situación se volvió
incontrolada. El pinar comenzó a arder propagando el fuego en todas
direcciones. Dan Johansson asomó a la ventana de su casa. Era una casa blanca,
de madera, como las otras cinco que formaban Västvyn, cerca de Hölm.
–Hay que evacuar
–¿Y ellos? – dijo su mujer
–Ya deben saberlo, son gente que viene de fuera, con
medios…
–Justamente Dan, vienen de fuera, no saben cómo es esto.
Los operarios e ingenieros siguieron montando sus equipos
hasta que las llamas llegaron a unos metros de la playa que estaba más cerca
del lago. Para entonces ya no quedaba escapatoria. El recurso preventivo que
estaba solo en la caseta de la plataforma más elevada. Seguramente se habría
quedado allí. Todos sabían cómo era John. Muy estricto con las cosas pequeñas,
pero poco preparado para las grandes. Todo el mundo odiaba a John. Hasta Dan,
el vecino de la obra, que no tenía nada que ver con ellos.
–¿Y qué será de ese inglés raro que venía a recoger el
correo?
–¿Ese impresentable? No daba ni las gracias, vaya inútil engreído,
espero que esté bien, pero…
–Dan, me da miedo que le pase algo a esa gente.
–Sube al coche antes de que no podamos cruzar el puente.
–Dan…
Aunque estaban a solo unas yardas de las obras Dan no
quería correr riesgos. Como seguramente habría hecho John. Debía estar en su
caseta, con sus papeles, mientras las llamas se lo comían todo alrededor.
El jefe de equipo Marc y sus supervisores lograron
agrupar a todos en la plataforma. Los árboles en llamas estaban por todos lados
y vieron como comenzaban a caer por el vial. No había salida. Estaban en una
isla sin árboles, de momento a salvo, pero todo cambiaría conforme comenzaran a
caer hacia dentro las coníferas en llamas. El terror comenzó a apoderarse de
los montadores, Hussain se puso de rodillas pidiendo a Allah que le permitiera
volver a ver s sus hijos, Jousef hizo lo mismo y otros como Nuno se pusieron a
llorar desconsolados. Uno de los gigantes de fibra comenzó a arder y el humo
negro y asqueroso contaminó toda la playa de montaje. Cuando el fuego llegara a
los generadores todo iba a explotar.
Marc no paraba de llamar pidiendo auxilio, finalmente consiguió
contactar con la central quienes se pusieron en contacto con los transportistas
para avisarles que no se acercaran a la zona, aunque no le dieron una respuesta
al supervisor. Estaban solos y los servicios de emergencia tardarían en llegar.
Aunque fueran diez minutos, no tenían más minutos antes de que el fuego llegara
a los generadores y todo se fuera a tomar vientos.
De pronto, en medio de aquel infierno, apareció como caído
del cielo el coche de John por detrás del árbol caído que bloqueaba el vial. Estaba
envuelto en llamas y de pronto todas desaparecieron. Traía enganchado del coche
un tráiler con uno de los equipos de limpieza repleto de agua que volaba en
todas direcciones mientras gritaba llamándolos a evacuar.
–¿De dónde ha salido este tío?, dijo Marc al verlo.
–¡Corre, corre!, decía Hussain mientras se dirigía hacia
la fuente de agua.
Aparecieron entonces sobre el vial cinco coches con sus
carros llenos de agua y mangueras a presión creando un túnel de agua. Entre
ellos estaba Dan. No podían creerlo. John había aparecido en Västvyn con su
maldito coche en llamas y bajo mil juramentos les dijo que salieran todos a
cargar agua del lago, que había que rescatar a la gente del montaje. Nadie se
negó a echar una mano. Salieron en caravana hacia la posición donde estaban.
Cuando llegaron los equipos de emergencias y los bomberos
todo el personal estaba evacuado al borde del lago. Dan y Marc se saludaron por
primera vez y se abrazaron.
–¿Dónde está John?
–No puedo creer cómo les ha salvado ese maldito inglés…
–Yo tampoco, pero si no es por él.
–Eso está claro, pero míralo ahora. Está allí tratando de
quitarse de encima al de la ambulancia que quiere currarle las quemaduras.
Seguramente le está diciendo que no sabe hacer su trabajo, que vaya mierda de
servicio…
–John es John, es nuestro querido recurso preventivo John…
–Y suerte que lo tenéis…
–Tú lo has dicho Dan, suerte que lo tenemos con nosotros.
Algún día se lo diré…
–Cuando te deje hacerlo. Yo creo que debe estar contento,
aunque no lo parezca.
–Lo está, seguramente lo está, pero nunca lo sabremos.
Pernando Gaztelu