Ilustración de Daz (Malasia)
El
anciano se había ofrecido como donante, por escrito y firmado ante notario. Así
que, tan pronto recibió el aviso, se presentó en la clínica a toda prisa,
radiante de felicidad —a pesar de la silla de ruedas, el marcapasos y la
botella de oxígeno—; por fin iba a realizar su sueño. En cambio, el receptor, un
portero de fútbol de primera división que se había abierto el cráneo contra un
poste, con sus últimas fuerzas repetía:
—No
por favor, no quiero ese trasplante, me niego…
A
lo que el cirujano jefe le replicaba:
—La
alternativa es la muerte, cierta y rápida.
—¡Pues
moriré! ¡Deniego mi permiso para recibir ese trasplante!
—Según
la legislación vigente, en este caso decide el donante. Al que en estos
momentos están ya preparando para la operación.
Apenas
trajeron al anciano donante acostado en una camilla, al entrar en el quirófano
ya venía pidiendo excitado:
—¡Anestesia,
por favor!
En
tanto el receptor sollozaba:
—No,
por favor, tened piedad, no…
Y
el donante insistía:
—¡Corte
cirujano, corte!
Al
tiempo que, con un arrugado y tembloroso dedo, señalaba su cuello:
—¡Córteme
el cuello y pégueme ese pedazo de cuerpo!
—¿¡Y
que va a pasar con mi cabeza, vejestorio!?
—¿Esa
coliflor? Chico, no sé cómo puedes seguir hablando, el cerebro lo tienes en una
bandeja de plástico. Si notas un cosquilleo, son las moscas que andan chupando
sesos.
—¡Mentira!…
—Tranquilo,
chaval, todo cuadra: le pondrán tu cabeza a mi cuerpo y meterán el conjunto en
un ataúd. ¡Chapeau!, tío.
—Pero…
—Tú
no te preocupes, en cuanto cicatrice la unión, yo, decidiré si a mí me
apetece acercarme paseando por el cementerio para traer flores a nuestra tumba. Bueno… si las jovencitas
me dejan algún respiro.
—¡Ya
está bien de cháchara! —cortó el cirujano— ¿a mí quién me va a pagar?
—Pues…
el chaval este debe estar forrado, quince veces en la selección nacional…
—Sí,
vejestorio, tengo más de veinte millones en Gibraltar.
—Perfecto.
—No
corran tanto, sin la contraseña no hay dinero; y la única copia está en mi
cerebro, el que se comen las moscas.
—Pensándolo
bien, este cerebro no está tan mal, he hecho operaciones más difíciles… Claro
que cráneo, lo que es cráneo, no queda nada… ¡El del viejo, le pondré el cráneo
del viejo! Con su cerebro dentro, claro. Eso sí, le advierto de que se quedará calvo.
Tico Lorente (Carlet)