lunes, 31 de octubre de 2011

AQUEL PAN

              Y mi madre encendió la luz. Sobre la mesa de la cocina descansaba una barra de pan. No era grande y nunca lo fue. Y mi madre había llorado la noche anterior. Mis hermanos y yo pudimos oír cómo discutía con mi padre. Frases inconexas se filtraban a través del muro que nos separaba: “ya no puedo más” ,“tengo que luchar”, “están aquí al lado” ,“todos se han alistado”, “me voy por ellos”. Y mi madre lloraba y mi padre hablaba. Por la mañana mi padre ya no estaba, y mi madre encendió la luz. Sobre la mesa de la cocina descansaba una barra de pan. No era grande y nunca lo fue. Con un cuchillo mi madre fue cortando la barra de pan en pequeños trozos y los fue repartiendo:

Uno para ti
                                                                                    Otro para ti
Uno para ti      
                                                                                    Otro para ti
Uno para ti
                                                                                    Y otro para ti.


            Y mi madre apagó la luz. Y aquel pan, cautivo y desarmado, fue nuestro desayuno durante muchos años.

domingo, 30 de octubre de 2011

LIMPIEZA




Se levantó temprano como era su costumbre. Quería acabar  la colada de la ropa de invierno que pronto iba a necesitar. El pan ya estaba en el horno. Había llovido durante toda la noche y el viento arrastraba las hojas caídas de los árboles, produciendo un sonido que le recordaba el susurro de las monótonas letanías religiosas. Pondría en marcha la secadora. Salió al jardín a contemplar cómo amanecía el día con la taza de café en la mano. Aún era de noche. Un ruido irreconocible la dejó sin aliento. Vio el brillo de unos ojos que la contemplaban agazapados tras el seto. Solo se percató de que iba muy sucio. Ya no tendría que lavar ropa nunca más.

sábado, 29 de octubre de 2011

LA MERIENDA


LA HORA DE LA MERIENDA

Me llamo Alicia y tengo ocho años. Estoy contenta porque son las cinco de la tarde, hora de salir del cole. Mi madre viene todos los días a recogerme. Me espera en la puerta y me trae la merienda porque no me gusta la que dan aquí. Nada más verla corro para darle un beso mientras agarro el bocadillo que ha preparado para mí. Mmmm, pan recién hecho con chocolate, ella sabe que eso es lo que más me gusta. Adoro a mamá.
Volvemos a casa caminando despacio. Entre bocado y bocado, nos gusta mirar los escaparates de las tiendas que nos vamos encontrando. La papelería, es mi preferida, siempre me paro para ver  las cajas de lápices de colores. Quiero pedir una bien grande a los Reyes Magos.  De la pastelería, lo que más nos gusta es el olor de los croisannes de mantequilla. También nos paramos en la tienda de ropa donde mamá, a veces,  se compra algo. Cuando llegamos a casa, se lo prueba y se lo enseña a mi papá,  que siempre le dice que está muy guapa. Yo también se lo digo y mi hermano, que es más mayor, la mira con los ojos muy abiertos. 
Ahora vamos a cruzar un paso de peatones. Mamá me coge de la mano, aunque yo le digo que ya soy mayor. Miramos las dos hacia  la derecha y vemos un coche que se acerca muy rápido. Mi mamá grita muy fuerte. De repente, se ha hecho de noche. 
Mamá está a mi lado dormida en una cama que no tiene colchón. La habitación es muy rara.  Mi cama tampoco tiene colchón, es muy dura y hace frío. Solo estamos tapadas con una sábana. ¡Mamá, mamá, despierta! Vuelve  la cabeza hacia mí —¿Qué quieres hija?— Le pregunto que dónde estamos. Ella también parece confundida. Al otro lado de la puerta oigo a mi papá y a mi hermano ¡Están llorando! No sé qué está pasando, empiezo a sentirme mareada y noto como si mi cuerpo no pesara nada. Miro a mamá, está muy triste.  Escucho la voz de un hombre. Dice que todo fue demasiado rápido, que la velocidad que llevaba aquel coche era suficiente para matarnos en el acto y que no sufrimos nada.
 Estoy flotando en la habitación.  Mamá  me lleva de la mano, porque ella también flota.

LA ARTESA

Cuando Mary tenía seis años estaba fascinada con aquel mueble, un arcón con patas llamado artesa. Esperaba impaciente a que llegase el sábado y mamá se dispusiera a hacer el pan. Observaba maravillada el proceso. Mamá se ponía un pañuelo en la cabeza, le ponía otro a ella y levantaba la tapa de la artesa. Primero, con una espátula rascaba bien las paredes y el fondo quitando los restos de masa seca que habían quedado de la vez anterior. Se convertían en polvo, un polvo grisáceo que recogía y echaba en un cubo que sostenía la niña. Volcaba el saco de harina y la esparcía dejando un gran hueco en el centro, donde ponía la levadura deshecha, añadía un poco de agua templada con sal y metía las manos. Lo movía todo: mezclando, aireando, pidiéndole a Mary que añadiese agua. Movía todo el cuerpo al ritmo de los brazos: adelante, atrás y hacia los lados, consiguiendo una masa pegajosa que se adhería a los dedos y que alguna vez acabó en la nariz curiosa de Mary. Luego, mamá amontonaba toda la masa en un lateral, la cubría y cerraba la tapa. Cuando volvían a abrirla, ante el asombro perpetuo de la niña, ¡milagro!, la masa había crecido.


Entonces empezaba el proceso de dar forma al pan. Mamá cortaba un trozo de masa y le daba forma de bollo redondo y lo dejaba reposando en una tabla. Así hasta que casi no quedaba masa. Entonces cogía un pedazo que aplastaba con el rodillo y lo ponía en una bandeja, añadía cebolla, chorizo, tocino y lo cubría con otra tapa de masa cerrándolo por los bordes. Era la empanada que la familia comería al mediodía. Con los restos hacía un bollito más pequeño que rellenaba con chocolate, mermelada o una salchicha para la merienda de los niños. Mientras, papá iba calentando el horno: encendía dentro un fuego que alimentaba con ramas secas y cuando estaba rojo el ladrillo del lateral, avisaba a mamá que ya podía traer el pan, y barría las brasas. Mary, ayudada por mamá, cogía el cuchillo y cortaba la superficie de los panes “para que se haga por dentro”. Papá lo metía en el horno y ¡ta-chán!, salía el pan doradito, calentito y rico-rico.


Mary quería amasar el pan en la artesa y para ello necesitaba crecer. Mamá siempre le decía que cuando fuese grande podría hacerlo. Era su mayor deseo: hundir las manos en la harina, en esa masa pegajosa, cortarla, darle forma y que al comerlo todos dijeran que era el pan más delicioso (delicioso, sí, no podía ser menos) que habían probado nunca. “Tal vez…¡tal vez si se metía en la artesa crecería como la masa!”


Ese viernes pidió ayuda a su hermano Juan y entre los dos levantaron la tapa para que Mary se metiera dentro. Juan bajó la tapa y dejó allí a su hermana, a oscuras. A ella no le importaba, “seguro que estoy creciendo”, hasta que notó el polvillo en la garganta y que no podía respirar bien. “¿Y si crezco tanto que mamá no me reconoce cuando salga?” Entonces empezó el miedo. Le picaban las piernas y los brazos. “Están creciendo”. Empujó la tapa pero no pudo abrirla. Notaba “gusanitos” moviéndose por su cuerpo. Cada vez con menos fuerza gritaba: ¡Mamá, sácame de aquí! ¡Mamá, que no quiero crecer! Los padres la buscaron por toda la casa antes de que Juan dijese que “estaba creciendo en la artesa”. El padre corrió asustado y abrió la tapa rápidamente. Encontró a la chiquilla con los ojos cerrados murmurando: “no quiero crecer”.


A la mañana siguiente, restablecida del susto, aunque los padres todavía no, se miró al espejo y se vio igual de pequeña que el día anterior. ¡Qué decepción! Mientras ayudaba a su madre a hacer el pan, se quejaba de la experiencia: no había conseguido nada, seguía sin poder amasar, tendría que esperar. Cuando vio las lágrimas correr por la cara de su madre, se abrazó fuerte a ella diciendo: “¡No crecí, mami, todavía soy tu Mary!”


Han pasado once años y Mary es una adolescente alta que juega en el equipo de voleybol de su instituto. Cada vez que ganan un campeonato lo celebran en familia con una comida en la que no falta la empanada. Juan, bromeando, da un codazo a su hermana y exclama: ¡Es culpa de la artesa! ¡Y eso que no echamos levadura, hermanita!

jueves, 27 de octubre de 2011

EL ASOMBRO

-Ana, el asombro es el primer paso hacia el conocimiento.
Eso me dijiste en nuestra primera cita. Yo era una jovencita ignorante que trabajaba en la cafetería de mis padres. Tú ibas todas las tardes, menos los jueves y fines de semana, a tomar tu café. A las 19:30 te sentabas en la mesa del rincón, junto a la cristalera, con un libro, un cuaderno y una pluma. Esa estilográfica me llamaba la atención, no conocía a nadie que utilizara pluma, solo bolígrafos bic o de los de propaganda. Los vecinos, la clientela habitual, decían que eras profesor en la universidad. Nada menos que en la universidad. A mí me parecía algo de otro mundo. ¡Un profesor de universidad! Y nada menos que en nuestra cafetería. Sin embargo, me acostumbré a verte, reflexivo, con tu libro abierto, escribiendo en tu cuaderno, mientras bebías tu café en vaso y comían un pincho de tortilla. Y un día me miraste y me invitaste al cine. Miré a mi padre con los ojos totalmente abiertos. ¡A mí! ¡A mí me pedías que te acompañase al cine! Puse no sé cuantas excusas pero las rebatiste todas con un “bueno, si no quieres… no he dicho nada”
Fui. No entendí nada de la película. A mí me gustaban las comedias y las películas románticas y ésta no tenía nada de eso, pero tú parecías totalmente concentrado en la pantalla. Yo te miraba de vez en cuando, de reojo, y te veía serio mirando al frente. Ni tan siquiera intentaste tocarme. Al salir, me pediste perdón porque te habías dado cuenta de mi ignorancia. Me sonrojé. Y te echaste la culpa de la situación. Entonces fue cuando me llevaste a ver la escultura. La evolución del hombre, la llamaste. Y me explicaste: “Todos somos ignorantes pedazos de metal que desconocemos nuestro fin, nuestro destino, pero, poco a poco, según vamos adquiriendo conocimiento de nuestro entorno y de lo que nos enseñan los mayores, nos empezamos a diferenciar de la masa primigenia para individualizarnos y ser únicos, diferentes”. Recorrías la escultura de una figura a otra como si estuvieses dando una clase en un aula. Me avergonzaba no entender. Tiernamente cogiste mi mano y alzaste mi barbilla para mirarme a los ojos. “Yo te enseñaré, si tú quieres”
Al día siguiente me llevaste un libro. “El principito”. Te reíste cuando te dije que era un cuento para niños. “Léelo Ana”. Lo leí. Me cayó mal ese niño repelente y pretencioso que se asombraba ante las actitudes humanas, y solo se preocupaba de una flor y un corderito. Me replicaste que yo era la pretenciosa al juzgar tan fácilmente la curiosidad y el análisis del género humano. Así comenzó mi aprendizaje, mi desarrollo intelectual y nuestra relación amorosa. Me sentaba a tu mesa un ratito, bajo la atenta mirada de mi padre, que me llamaba en cuanto entraban clientes, para no dar mala impresión. Comentábamos los libros que me prestabas para leer. Aclarabas mis dudas cuando no entendía algo. Sonreías cuando me sentía frustrada, te reías a carcajadas cuando me equivocaba. Siempre con paciencia y ternura (esa ternura tan tuya) me enseñabas. Me llevabas al cine, al teatro, al jardín botánico, al museo…Cuando me sorprendía por alguna cosa repetías: “Ana, el asombro es el primer paso hacia el conocimiento”

De vez en cuando, nuestros pasos nos dirigían hacia “la evolución del hombre” y me dabas otra lección sobre la evolución: el hombre, la sociedad, la humanidad… “todo evoluciona y a la vez permanece estático”. Allí fue donde te dije que quería estudiar. Ser enfermera. La economía familiar y mi trabajo en la cafetería no me lo permitían. Como siempre, me ofreciste tu mano, levantaste mi barbilla y mirándome a los ojos me propusiste: “Ana, amada mía, cásate conmigo y te ayudaré” Así, tan sencillo. Sencilla fue también la ceremonia en el juzgado de paz, a pesar de la mala cara de mi padre, porque tú no creías en falsos dioses que santificasen nuestro amor. Y fui a la universidad. Te mostraba orgullosa mis resultados académicos, que tú siempre celebrabas mostrándote orgulloso. “Estás individualizándote, Ana, amada mía” y yo, como una niña, levitaba encantada durante días. Me esforzaba para que siguieras sintiéndote orgulloso de mí. Íbamos hasta la escultura y me sacabas fotografías, cada vez un paso más adelante. El día que conseguí el título me puse delante del todo, con mi diploma para la última foto.
-Ana, amada mía, lo has logrado. Ya eres un tú individual. No necesitas mi ayuda. Ahora caminamos juntos.
Fue cuando decidimos tener un hijo. Una creación nuestra (nuestro principito) al que, partiendo de la masa primigenia, ayudaríamos los dos a ser una entidad individual. Es por eso que sufro, Miguel, amor mío, cuando veo tu expresión inalterable, que no se asombra de nada. Solo muestra un poco de alegría cuando nos acercamos paseando hasta la escultura y con una sonrisa abrazas y acaricias a la figura que surge de la masa.

HARINA DE OTRO COSTAL

Nació en el seno de una familia de panaderos, su padre lo era, su abuelo lo fue y el abuelo de su abuelo pasó la vida tosiendo la harina que embotaba sus pulmones. Lo último que hubiese querido Jaime, era convertirse en panadero, continuar con la tradición familiar, pero las circunstancias le llevaron a ello sin remedio. Heredó el molino fabricado de adobe, madera y cal, un molino que había permanecido erguido durante siglos. Conocía bien el negocio, desde muy pequeño, ya andaba con las manos en la masa, pero tenía un concepto demasiado alto de si mismo, todo cuanto le recordaba al molino, le parecía de una humildad insoportable. Su padre, el Jacinto, no sabía de dónde había sacado esas ínfulas, suponía que de los malditos libros de terror que leía y su madre, la Juana, le protegía diciendo que no tenía porque seguir los pasos de sus ancestros.

Jaime quería ser escritor y en aquel pueblo, en aquel maldito entorno, no encontraría inspiración, ni talento, aunque lo inventase.

Jacinto, desapareció una noche como por ensalmo. No pudo huir, porque su vida le encantaba tal y como era y además, nadie huye sin llevarse sus tesoros, nadie huye dejando tras de sí todo lo que le pudiese ayudar a comenzar una nueva vida y Jacinto, por dejar, había dejado hasta las tres mudas que tenía.

La Juana, sabía que algo terrible le había sucedido a su Jacinto, pero en un lugar como aquél, ¿quién iba a hacer caso de las dementes suposiciones de una vieja panadera?

Así las cosas, Jaime se vio de la noche a la mañana regentando el negocio de su familia. En un país tan machista , sus dos hermanas mayores, vieron como se esfumaba la única oportunidad que tenían de convertirse en mujeres independientes, tendrían que conformarse con aportar una dote regalada, para ser poco menos que compradas, por cualquiera de los gañanes con ovejas y tractores del pueblo.

En la primera madrugada de Jaime como obrador, trató de innovar, mezcló con la masa del pan un ingrediente que nadie reconocería, quería convertir sus hogazas en las más codiciadas de la comarca. Y vaya si lo consiguió…

El pueblo entero se volcó en la panadería del molino. Todos querían aquel pan, le llegaban encargos de los lindes de la provincia. Jaime suspiraba. Había conseguido la receta mágica que buscaran con tanto ahínco su abuelo y su tatarabuelo y más tarde su propio padre, desaparecido desde hacía dos días.

Sus hermanas lo miraban furibundas. Les había costado un mundo urdir el plan para terminar con la vida de su padre. Dos noches atrás, aguardaron en el molino, escondidas y temblorosas, a que Jacinto comenzara la jornada amasando el pan. El buen hombre, trabajador como pocos, se colocaba siempre el gorro de panadero para no introducir ningún cabello en la masa. Era meticuloso, hacendoso y legal. Sus hijas lo contemplaban sin ningún mísero sentimiento de culpa en sus corazones. Ellas querían el negocio, añoraban ser independientes y no querían por nada del mundo casarse con ningún pueblerino borracho y machista.

Aquella noche oscura, iban a conseguir apoderarse del molino. Aprovechando el momento en que se colocaba el gorro, se acercaron a su padre por la espalda y lo golpearon con una pala. Ya inconsciente, lo arrastraron hacia el horno que ardía preparado para recibir la masa de pan de la jornada. Escucharon el siseo y el crepitar del cuerpo de su padre, como en un crematorio y salieron horrorizadas, como dos alimañas nocturnas, hacia sus camas.

Lo que nunca imaginaron, es que su hermano conocía su delito y utilizaría las cenizas de su padre dos días después, para elaborar el mejor pan que la Mancha conocería jamás.

EL AMERICANO

            Baltimore no tiene molinos. Tendido sobre la cama, un hombre de setenta y cuatro años contempla amanecer por última vez. El sol entra a gatas por la ventana y acaricia las cansadas mejillas del viejo John. Ya no hay medicinas ni muros que puedan contener lo que le come por dentro. La terca alimaña del tiempo le busca  los atajos. Afortunadamente, hace ya unos días que su mente no se encuentra encerrada en esa habitación. Hoy no es ese día de septiembre de 1970 en el que ha de morir. No, hoy es un día de septiembre de 1921. El joven John, al que apodan “el americano”, camina por Campo de Criptana con su amigo Pepe Robles. Está ansioso por ver los molinos. Tres veces ha leído la inmortal obra de Cervantes y tres veces ha reído y llorado. Cuando por fin se encuentra con uno de ellos, el joven John sonríe como un niño. Saca su cuaderno de notas y comienza a escribir de forma apresurada. En un momento determinado deja de escribir, mira a su compañero y le dice: “Baltimore no tiene molinos”. Pepe no sabe qué contestar, así que simplemente pasa su mano por el hombro de su amigo. El joven John no sabe que el viejo John acaba de morir, mucho tiempo después y a muchos kilómetros de distancia. Suspendido en un eterno fluir, su mente revivirá este momento una y otra vez, lejos de Baltimore, lejos de las fiestas de la alta sociedad de Nueva York, lejos de todos los libros que aún tiene que escribir. Sólo la mano de Pepe Robles sobre su hombro y las aspas de un molino manchego serán su equipaje.

martes, 25 de octubre de 2011

GIGANTES O MOLINOS.


Desde hace algunos años, Paco y Ángela se encontraban la tarde de los martes en el Café Alacaña. Les unían varias cosas. Licenciados en la misma promoción de Ingeniería Agrícola, aprobaron la oposición el mismo año, muchas aficiones en común y en especial una hija que pronto les convertiría en abuelos. Sin embargo, también les separaba la distancia, sus objetivos, sus nuevas parejas. Paco abandonó su aburrida oficina por la agricultura ecológica en un pueblo cercano, por el contrario Ángela estaba a punto de conseguir el último escalafón de su ascenso. Pero ante todo, ellos seguían siendo amigos como escasa exparejas podrían serlo. Los dueños del local les conocían de años atrás. Cada martes, Aníbal les observaba ensimismado. Al cabo de un rato le sentenciaba a su señora: -Te digo que estos vuelven a liarse.
A lo que la ocupada Sinforosa le soltaba: -¡Anibal, no te ciegues y trabaja!. Tu, como siempre, viendo gigantes donde simplemente existen molinos.

lunes, 24 de octubre de 2011

Compañeros de viaje

Andrés volvía a casa a encerrar el ganado. El escarchado frío propio de la meseta le hizo estremecerse durante un momento. Andaba a paso rápido, seguido por sus ovejas y tras ellas su fiel perro. Volvió la vista para observarlos como siempre lo hacía. Todo discurría con normalidad.
Al cabo de un rato le pareció que Curro, el perro, olfateaba el suelo con cierto nerviosismo, las ovejas también parecían agitadas, Andrés imitando al can miró el árido suelo y le pareció ver, levemente dibujadas, una huellas. Sí, eran huellas de caballo, de dos caballos distintos, oteó el horizonte, pero no vio nada. El perro venteó el aire con su afilado olfato, gimió, pero continuó el camino sin más.
En su humilde casa, le esperaba el calor del fuego encendido. Andrés acomodó el ganado en el corral y lo dejó preparado para pasar la noche. Entró a la única estancia que conformaba su hogar y acercó sus curtidas manos a la lumbre. Estaba hambriento. Sólo tenía pan y unos chorizos, suficientes ingredientes para prepararse unas migas. Mientras lo hacía, pensaba en las extrañas pisadas del camino. Ya no era muy corriente encontrar por aquellos lugares huellas de caballo. Habían pasado a ser animales de señoritos ricos y sus casas quedaban lejos ¡Qué raro...!
Las migas estaban deliciosas y la digestión hizo que Andrés se quedara dormido al calor de las brasas. Curro, emitió un aullido y le despertó, siempre aullaba cuando había luna llena. Andrés se acercó a la ventana, Curro también. Ambos miraron al otro lado del cristal. La noche era oscura, la luna llena presidía el firmamento, a sus pies, las estrellas. A lo lejos el cerro y recortadas a la luz de la luna las figuras de dos hombre a caballo, uno alto y delgado, con yelmo. El otro, más bajo sobre un asno.

Tremendo.

Tremendo, tremendo es ver molinos donde hay gigantes, decir que es negro cuando es blanco, un te quiero cuando amas, y un te amo cuando quieres, más tremendo me parece tener un reloj a mano cuando el tiempo te ha dotado de arrugas y menesteres, que no es oro sino plata lo que reluce, y es más rico en ella quien la posea y bien sabido que es pobre el que de nada se alimenta. Tremendo me parece que quieran hoy convencerme de pedir la paz en el mundo y no el fin de las guerras, si no hay tanques ni bombas que estallen no hace falta paloma que vuela, que hablan de hablar por hablar, sin saber la verdad que declaran, solo el que habla de frente a la cara, ese sabes si miente o engaña. Tremendo sigue pareciéndome que cante victoria el que creé vencer y el que pierde se siente perdido, siempre hay meta esperando llegada a cualquiera que encuentre el camino, que los necios son solo necios y el orgullo es el apellido, que el enano no es pequeño ante el gigante que va erguido. Tremendo es que una madre llore a su hijo y que vaya a rezarle a la iglesia, que sea él el que encienda los cirios y el que rece a su madre en la tierra. Tremendo amigo Sancho, tremendo me parece todo.


domingo, 23 de octubre de 2011

¿Molinos en Ibiza?

El blanco de los molinos me recuerda el color impoluto de las casas ibicencas. Ambos rasgan el paisaje con estallidos de luz que ciegan los ojos. 
Las aspas son las manos fuertes y sabias de mi amiga que trazan círculos mientras recorren los meridianos energéticos de mi dañado mapa corporal. Es un regalo repleto de aromas esenciales, al tiempo que yo me escurro de la camilla y viajo por tierras de eólicos gigantes y enajenados caballeros andantes. Y ya no sé dónde me encuentro.


                                                                              ( Para Eva, en Ibiza)

ANTI-QUIJOTE

Todos se mostraban orgullosos: mis padres, los abuelos, mis amigos…, me calificaban, sin ambages de  triunfador. Para ellos mi nombramiento de director en el hospital unido a mi consulta privada en pleno centro de Madrid, era lo máximo.
Yo, sin embargo, llevaba tiempo sintiendo que ese no era mi sitio.
Les di la noticia y me miraron como si fuera un bicho raro, sentía cómo si entre sus manos sujetaran una lupa gigante y yo estuviera bajo ella.
-¿Cómo dices que se llama ese sitio?
-Bakool, mamá. Se llama Bakool.
-¡Menuda quijotada!, añadió –colérico- papá. ¿Para eso te hemos pagado la carrera en la mejor universidad de Europa?, para que te vayas por el mundo de quijote persiguiendo quimeras…
Partía en dos días hacia África, sus opiniones no iban a hacerme cambiar de idea.
Dentro de mí bullía una sensación nueva: ilusión y urgencia por empezar a trabajar con mis colegas de médicos sin fronteras.
Con el comentario de papá martilleando en mi mente, concluí que tanto mis compañeros como yo éramos en todo caso anti-quijotes que percibíamos una realidad que los demás, parecían no ver.

Molinos de viento


Me contó un día Luscinda que solo se había enamorado una vez. Con una experiencia había tenido suficiente. Después del primer desengaño entregó su vida a las letras. A las letras, ilegibles algunas, de los alumnos de secundaria que año tras año pasaban por sus manos. Sus cuadernos, quiero decir, pasaban por sus manos sus cuadernos. No nos confundamos.
Ella era joven, aquel era su primer trabajo y él, cuando hablaba de él, Lusci entraba en una especie de trance. Él era hermoso, inteligente, apasionado, entusiasta, fervoroso. Ella lo veía siempre en primera fila, muy atento a sus explicaciones.
Fue durante el viaje de fin de curso. La ruta del Quijote como destino y el amor, que había ido creciendo a fuego lento,  estalló con una furia para la que ella no estaba preparada. Las sensaciones que experimentó junto a este joven no ha querido relatármelas. Solo sé que desde entonces es usuaria de todo tipo de terapias. Él ganó la apuesta que había hecho con sus compañeros el primer día de clase… 

sábado, 22 de octubre de 2011

LA VERDADERA HISTORIA DEL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA Y DE SU FIEL Y ORONDO ESCUDERO POR LAS ANCHAS, Y PLANAS, TIERRAS DE LA MANCHA (Capítulo VII: del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación)

Mi señor Don Quijote se ha vuelto loco. Dice que esos treinta o cuarenta molinos que se ven allá al fondo no son molinos, sino gigantes; y yo le digo que no, que no son gigantes, que son los soldados del ejército del Gobernador de la Ínsula de Barataria pertrechados con sus escudos y sus lanzas que vienen para llevarse a mi querida Aldonza Lorenzo... Mi señor me mira de reojo y, levantando una ceja, me espeta: ¡Querido Sancho, seso y templanza, que te pierdes!

LA ERA DEL MOLINO

La verdadera respuesta no la tuve hasta varios años después, cuando me hube casado. Durante el tiempo del azafrán todas las mañanas nos levantábamos antes de que saliera el sol para ir a la plaza del casino donde el capataz nos recogía en su carro para llevarnos con los ojos vendados al bancal donde estaban las amapolas azules. Allí nos poníamos a recoger las flores con la primera luz del alba y terminábamos a la hora del señorito, que no era otra que la del ángelus, pero que mi madre la llamaba así para mofarse del dueño de las tierras por ser a la hora que solía levantarse, según contaban las malas lenguas, porque el señorito vivía muy lejos de allí. Nadie lo había visto nunca. Era a esa hora cuando deshacíamos el camino, pero siempre vendadas hasta que llegábamos al almacén donde nos esperaban las ancianas del pueblo preparadas para desflorar los tres pelos de oro y darnos algún mendrugo de pan duro con el que mojar en ese café de chicoria que sabía demonios y con el que matábamos el hambre hasta la hora de comer.
En una hora todo el trabajo estaba hecho y era el momento de irse cada una a su casa y dios a la de todas. A aquellas viejas desdentadas de pieles cuarteadas les cundía el trabajo, vamos si les cundía. A mi hermana y a mí nos tocaba subir hasta la era del molino de la loma para llevar la cosecha del día a secarla. Nos esmerábamos en poner el azafrán de forma que ninguno de los pelos se tocara entre sí, sin prisa. Así nos lo mandaba el molinero con su caldo de pollo colgando de los labios y la escopeta colgando del hombro, y así obedecíamos nosotras, arrodilladas, durante horas, sin otra cosa más en la mente que hacerlo lo mejor posible. Cuando acabábamos la tarea, el molinero, congestionado, nos daba una hogaza de pan y un trozo de queso para el camino con un beso en la cabeza a las dos, pero yo notaba que conmigo siempre aspiraba el olor de mi pelo mientras me acariciaba la espalda.
Cuando tuve mi primera menstruación mi padre decidió cambiar las azucenas del azafrán por el azahar de las naranjas. Le pregunté durante años el porqué de nuestra marcha y él siempre me respondía que por culpa de los molinos de la loma. Yo no lo entendía porque en Valencia no había molinos de viento, pero sí de agua.

viernes, 21 de octubre de 2011

Y EL AIRE ERA ROSA PORQUE NO TENÍA PIEL*

El vestíbulo se hallaba repleto de visones y alpacas. Un lujo mezclado con perfume destilaba por todas aquellos cueros bronceados y digamos... poco tersos. Pero lo que más llamaba la atención era la ausencia de cualquier forma manifiesta de juventud, ni tan siquiera el servicio podía decirse que estuviera renovado.
Foi y vino de miel, caviar y champagne, y ostras y Campari con Perrier en fino cristal de Bohemia con talla catalana.
Marcel Marceau, con su habitual atuendo, explicó desde guardarropía, con sus gráciles y precisos gestos que sólo faltaban 5 minutos para que empezase el espectáculo; los invitados podían pasar ya al foyer.
En la inmensidad de la sala en penumbra destacaba en el centro un bulto cubierto por una sábana blanca iluminada por un cañón de luz. Charlot, Pamplinas y Mr. Bean capitaneados por Bip surgieron de entre las sombras y retiraron la sábana donde descubrieron un vagabundo borracho inconsciente. El hedor de su cuerpo y de sus ropas se hizo manifiesto incluso para las últimas filas de los asistentes. Olía a sudor ácido, a sudor húmedo, a sudor viejo... como una mezcla entre mantequilla rancia, jabón corrompido y limón descompuesto.
Los mimos lo desnudaron, y un nuevo foco les indicó el camino para meterlo en un enorme barreño de acero galvanizado. Entre sus habituales pantomimas fueron aseándolo para el regocijo de los asistentes, que no disimulaban la comida a medio masticar de sus bocas mientras reían. Sus ropas fueron quemadas mientras tanto y reducidas a cenizas. Toda esa inmundicia resurgió de las aguas como un bello cuerpo de piel tersa y pliegues orondos. A la orden de Bip, Charlot sacó su bastón de sus pantalones y lo estampó contra el renacido vagabundo con tal fuerza y virulencia que no se tardó en vislumbrar como la sangre fluía por su piel. Mister Bean lo sostenía mientras Pamplinas, con un enoooooorme cuchillo de matarife fue despellejando aún en vida ese cuerpo que se tornó de un intenso color rojo, como las vetas blancas de la lutita calcárea negra del suelo de la sala. El disperso fluido vital de aquel desgraciado quedó registrado para la posteridad en infinidad de fotografías mentales realizadas por los asistentes, a quienes parecía que los globos oculares se les saliesen de sus órbitas como zooms de cámaras fotográficas.
     Nueve esbeltos jóvenes alados travestidos con lencería negra y zapatos rojos de tacón infinito descendieron del anfiteatro para recitar un epitafio al unísono: “la tragedia y la comedia, fundidas un uno, no pueden ser más que el drama, que gira y gira cada vez más rápido en el carrusel de este mundo hasta la eternidad. A dios gracias".
     Adiós, gracias.

*Estrofa del poema de Javier Corcobado “Ritmo en la ciudad”

SERVEF

-Yo trabajaba como patrocinador de la poesía heroica. Quizás usted no me conozca porque es muy joven, pero yo soy Calíope, una de las nueve musas.
-Usted me perdonará pero creo que las musas eran mujeres.
-Sí claro, las clásicas sí. Pero este es un trabajo que se ha ido heredando por concurso de méritos.
-Bueno, vale, lo que usted diga... ¿En qué quiere usted trabajar?
-Creo que lo que más me conviene es comentarista deportivo, del Tour, de partidos de fútbol, de tauromaquia.
-Eso le excluye trabajar en la ciudad condal.
-¿Dónde?
-En Barcelona, la ciudad condal es Barcelona.
-Ah, Barcelona, todavía recuerdo unas estrofas que compuse para un grupo de música, decían así...
Era una chica muy mona
que vivía en Barcelona
Cuando estábamos en la cama
me bailaba la sardana.
Pero yendo de Safari
Se ligó un Rastafari
-Normal que se haya quedado en paro.
-No crea, en aquellos años esto era de lo mejor del panorama musical español.
-Bueno, a lo que estábamos, que me hace cola... Decía que periodista deportivo ¿no?
-De gestas épicas, por favor...

EL TRISQUELIO (LE TRISKEL)

-¿Han vuelto ya las niñas?
-Creo que las he oído llegar esta mañana.
-¿Por qué no están en la mesa a la hora de comer?
-Se han ido todas con Apolo a Sikelia a crear un amuleto.
-Nunca me ha caído bien ese hijo tuyo...

-...la espiral significará la eternidad, el principio y el fin. Y el número nueve será un homenaje a vosotras, las protectoras de las nueve artes. Pero a los bárbaros les diremos que es un símbolo de la fertilidad porque coincide con el periodo de gestación de la mujer y sus gustos se centran más en los placeres de la naturaleza.
-...podríamos inscribir tres espirales dentro de otras tres espirales de manera que la primera espiral representara los tres reinos: el del cielo, el del mar y el del infierno. La segunda podría asociarse a los tres padres reinantes: Zeus en el cielo, Poseidón en el mar y Hades en el infierno. Y la tercera bien podría ser el triunfo de Cronos (el presente) sobre Caos (el pasado) y Cosmos (el futuro)
-...Yo me inclino porque represente los nueve planetas del firmamento encerrados en el círculo exterior que representaría el Sol.
-...Su forma tendrá que ser la representación gráfica de la magia que encierra el número nueve en sí mismo.El movimiento dextrógiro de la espiral, de dentro hacia fuera, representará lo natural y el levógiro, desde fuera hacia dentro, lo sobrenatural.
-¿Qué os parece si le llamamos Triskelio en memoria de esta tierra?
-Yo lo que propongo es volver cuanto antes al Olimpo. Zeus debe estar muy molesto con nosotras por haber desaparecido esta última semana en esa ciudad que los hombres llaman París.
-No sé por qué le cambiaron el nombre, con lo bonito que era el de Lutecia.
-No creas... en la lengua bárbara significa “ciénaga”.
-¿De qué estáis hablando...de París? Tenemos que empezar a pensar en no volver nunca más, que bastante estragos hemos dejado atrás. ¿Qué os parece Berlín para la próxima escapada?
-Shhhhhhh..., que ya oigo desde aquí la atronadora voz de Zeus. Apolo, no te vayas ahora, no nos dejes solas ante su cólera. 

PLAN DE RESCATE

Washington, D.C.: Calíope, Erato, Talía y Terpsícore entran en la reunión del Fondo Monetario Internacional. Ataviadas con el mármol de los siglos y con sus carteras de trabajo, se dirigen con paso firme al sillón que ocupa Christine Lagarde. Le susurran algo al oído. La Directora Gerente sonríe.
            Berlín, sede del Bundestag: Urania y Polimnia abren la puerta del despacho de Angela Merkel. Sobre la mesa de la nueva “Dama de Hierro” depositan un dracma. Merkel roza con sus dedos la desgastada moneda y sonríe.
            París, Palacio del Elíseo: Euterpe y Melpómene desayunan con Nicolas Sarkozy. Sobre una bandeja de plata hay una fotografía. Al presidente galo parecen gustarle mucho las mujeres y muy poco sonreír.
            Atenas, plaza Sintagma, sede del Consejo de los Helenos: Clío tiene un libro entre las manos. Se trata del  tercer tomo de la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides. Clío le está leyendo a Georgios Papandreu el trozo que corresponde al discurso mitilenio en solicitud de ayuda a los lacedemonios. La expresión del rostro de Papandreu parece esculpida a cincel.
            Monte Olimpo: Zeus enciende un cigarrillo con uno de sus truenos mientras ojea la prensa olímpica. El plan ha salido a la perfección: Grecia ha evitado la bancarrota. Por primera vez en muchos siglos, el Rey de los Dioses esboza una sonrisa.

jueves, 20 de octubre de 2011

Las musas...

LA PETICIÓN DE ATENEA

- Hebe, quiero volver a ser joven y bella y esbelta y… humana.

- Que yo sepa, Atenea, tu nunca has sido humana.

- Pues quiero serlo, estoy harta de ser una columna en forma de diosa en el templo erigido en mi nombre. Es una crueldad propia de Zeus. ¡Maldito Prometeo por darles el fuego, malditos humanos!

- Debes aceptar lo que te ha sido dado.

- No me vengas con moralinas, tú eres la diosa de la juventud, hija de Hera y de Zeus, hermana de Hefestos y de Ares, con semejante abolengo, no me digas que no conoces una fórmula para que pueda ser humana.

- ¿Hace falta que te recuerde que eres la diosa de la sabiduría? Esa fórmula, si existiera, deberías conocerla tú.

- Tu padre me la ha ocultado siempre, pero Dionisio me ha dicho que tú la sabes.

- ¿Vas a creer a ese borracho?

- Hebe, estoy desesperada, hazlo por nuestra amistad, me lo debes.

- ¿Qué yo te lo debo?

- Veo que ya no recuerdas quién te presentó a Quirón.

- Es cierto, tu me presentaste a mi amado y atlético Quirón en una de las fiestas de Hermes. Está bien, pero la fórmula no se ha probado nunca, si Zeus se entera, ya conoces su furia, el castigo de Prometeo sería una nimiedad en comparación con lo que podría hacernos.

- Si funciona, jamás lo sabrá, cruzaré la laguna Estigia y me refugiaré en el inframundo durante un tiempo si fuera necesario, Hades me debe unos cuantos favores.

- Está bien, escucha, según el oráculo de Delfos, la fórmula la tienes que pronunciar en el comienzo de la tercera hora de la primera luna llena.

- Pero, eso es el último día del solsticio de invierno, exactamente dentro de dos días, no podemos perder más el tiempo.

- Si es lo que realmente deseas, aquí tienes tu fórmula: ΑΝΑΓΝΩΣΤΙΚΟΝ ΤΗΣ ΑΡΧΑΙΑΣ ΕΛΛΗΝΙΚΗΣ ΓΛΩΣΣΗΣ

El día señalado, a la hora señalada, con una luna llena y blanca que no cabía en el cielo, Atenea pronunció aquella frase mágica.

El flash de la cámara nikon de una turista japonesa, la bajó del Olimpo.


miércoles, 19 de octubre de 2011

NUEVAS EMOCIONES

Isaac necesita poner sus sentimientos en orden. Lleva una vida ordenada; tiene trabajo (que es un milagro hoy en día) y una relación de ocho años con Maria, pero... apareció Patricia y en su interior se produce una lucha de nuevas emociones.
         Ese fin de semana Maria trabaja e Isaac aprovecha para relajarse en las montañas de Orbaelle , situadas en el Occidente Asturiano.
Disfruta de un paseo al lomo de un hermoso caballo. El canto de los pájaros va al ritmo de las hojas que producen los árboles al chocar unas con otras. Intenta distinguir una dulce melodía que oye a lo lejos, galopa hacía esa música que le parece celestial. A una distancia prudente distingue a nueve hermosas mujeres de largos cabellos y  vestidas con gasas blancas, bailando y tocando diferentes instrumentos. Se acerca muy despacito para que no lo vean, pisa una rama y  sorprendentemente  ve como se convierten en piedra, se acerca y la cara de todas las bellas ninfas son como la de Patricia, acerca su mano temblorosa y nada más tocar la fría piedra se evaporan.
Despierta bajo un hermoso pino silvestre. A lo lejos oye una dulce melodía...

MUSAS, MUSARAÑAS...

Papá ¿Qué son las  musas? En el asiento delantero el padre conduce mientras suena la radio y a la vez habla por el móvil con el manos libres. La pregunta de su hijo se pierde entre todo ello, se queda suspendida en el aire, sin  respuesta.
Nico no para de darle vueltas a la palabra desde el recreo, cuando oyó a su profe diciéndole a un señor gordo y barbudo: “Hay que ver hasta dónde te han llevado las musas. Enhorabuena”
Papá, ¿las musas son cómo las musarañas? ¿Las musarañas son mágicas, verdad papá?
Él ha oído como a veces su madre le dice a su hermano: acaba los deberes o crees que se harán solos mientras piensas en las musarañas…
Las nuevas preguntas se pierden de nuevo entre el asiento del niño y los sonidos que concentran la atención de su padre.
Nico, elucubrando la solución a su particular enigma, llega a la conclusión de que las musas deben de ser una especie de hadas que han traído al cole a aquel señor de aspecto tan bonachón que escribía en el libro que le tendía sonriente, su profesora.
La luz se abre paso en su cerebro: ¡está claro!, las musas con su magia, han traído al cole a Papá Noel disfrazado de señor normal, falta poco para Navidad y el lunes la señorita Asun les estuvo interrogando sobre los regalos que iban a pedirse. El destinatario de la lista se ha presentado de incógnito, a recogerla.

TRAGEDIA


¡Estoy harta, pero que muy harta! En la tierra, la de Valencia creo, hay un grupo de enajenados a los que les ha entrado la locura divina y andan todo el día invocándonos, pidiéndonos inspiración para escribir no sé qué historias. Yo no puedo más, me jubilo, lo dejo, llevo siglos y siglos con esta profesión y nunca me habían implorado tanto. Mi hermana Terpsícore está como si no fuera con ella, porque a estos terrícolas no les ha dado todavía por la danza, aunque todo se andará, se atreven con todo. Calíope, que también está quemada, ha colgado la corona, ha quemado su libro y anda todo el día haciendo sonar su trompeta, desafinada por cierto. Urania anda molesta porque le han robado su compás. Pero la que me asusta es  Melpóneme que se ha bajado enfurecida a la tierra con su espada y me temo lo peor…



martes, 18 de octubre de 2011

TALLA ROBOT.


- Mirón, no es ella, repítela.

- Y ¿ahora?

- Tenía los pómulos más prominentes y mucho más pecho y la frente no era tan despejada. No me sirve, vuélvela a hacer.

- Dime que ésta sí se parece.

- Se aproxima, cumple el canon, pero, esa nariz, los rizos, los hombros y la mirada no se corresponden con lo que te he descrito.

- Mira Alejandro, o inventas un nuevo método para el reconocimiento de personas, o tendremos que conquistar países para apropiarnos de sus canteras. Te pasó lo mismo con aquél efebo del disco que conociste en la Olimpiada. Y ahora dime, ¿qué hacemos con todas estas estatuas que no se parecen a esa mujer que viste en el ágora tan sólo unos segundos?

- Tállales un vestido, ponles un nombre y envíalas al Partenón, que últimamente andamos cortos de deidades.

lunes, 17 de octubre de 2011

Pitágoras

Después de una intensa jornada de estudio en la Academia, Teano salió al jardin interior. Llevaba consigo varios rollos de pergamino en un cesto.
Una hilera de musas de fino mármol adornaba el lugar.
Teano parecía cansada. Su marido, Pitágoras, había debatido con ella durante varios días, sobre una relación entre distancias, que urgía resolver a los arquitectos.
Se sentó en una bancada , bajo  la atenta mirada de las musas. Cerró los ojos y como en una ensoñación, vio resuelto el enigma, con la relación de sus distancias al cuadrado.
Despertó sobresaltada y abrumada por el calor y el cansancio, pensó para sí misma:

        -“Hay días… en que a una, no se le ocurre nada

Cogió su cesto y fue a buscar una jarra de hidromiel.
Con Teano en la distancia, dos de las estatuas jugaron con un rayo de sol y dicen…, pareció verse un guiño.

¡FIESTA, FIESTA!

Os dije que era una mala idea invitar a las Musas a la fiesta de Medusa, os lo dije ¿no? Que si iban a animarla con sus artes, que si la del año pasado fue muy sosa, que si había que alegrarle el día a la Arpía... A ver quién es el guapo que le dice ahora a Zeus que las niñas de sus ojos están convertidas en estatuas de mármol (de Carrara, eso sí, que estas chicas siempre han tenido mucha clase) Yo no sé vosotros, pero yo esto se lo endosaría a Hércules, o a Ulises, que ya están acostumbrados a vérselas con él y, además, sólo son semidioses. Vosotros veréis lo que hacéis... yo me vuelvo a la barra a seguir con lo mío, que es llenar las copas de vino.

ON CHERCHE

Queridos compatriotas, buenas noches. Me dirijo a vosotros para haceros una petición de trascendencia internacional. Desde ayer se buscan a las nueve musas clásicas que se han perdido por Paris. Iban vestidas con togas blancas sostenidas por fíbulas doradas y caligas aladas de estilo latino-toscano. La última vez que se las vio fue a la salida del “Follies Berger” al final de la sesión de madrugada, a eso de las tres de la mañana. Júpiter ha lanzado un ultimátum oficial a la Tierra; en el caso de que sus hijas no aparezcan antes de setenta y dos horas nos fulminará con su rayo. Así que ciudadanos de París, franceses todos, vuestro presidente os necesita, Francia os necesita, el mundo os necesita. Demostremos al mundo entero “la grandeur française” y encontremos a las hijas de Júpiter y Mnemósine. La historia nos ha elegido a nosotros, hijos de Francia, para que escribamos otra gloriosa página de su libro... Buenas noches conciudadanos de París, compatriotas de Francia. El país y yo os lo agradecemos.

¡AYUDA!

Shhhhhhh... ¿Me guardan un secreto? Las Musas... se han instalado... en mi salón... No se lo digan a nadie... y menos a Yolanda... creo que las anda buscando hace días... y no sé por qué... a ella no le hacen falta.
Creo que fue Picasso el primero que dijo que a él las Musas siempre le pillaban trabajando. Pues a mí no. Yo las tengo toooodos los días instaladas en mi casa. Un engorro porque no crean que se alimentan del arte y de la belleza, no... son unas comedoras compulsivas de pizza congelada. Tengo el microondas que echa humo... y desde que han descubierto los perritos calientes con mostaza y ketchup ya no me queda dinero.
Yo quiero ser amable y hospitalario pero... es que son nueve. Si a alguien le hace falta alguna yo se la mando a donde me digan, si quieren las nueve, mejor que mejor. ¿Yolanda... estas ahí? ¡Llévatelas, por favor! No, espera, mejor... Esto es una llamada oficial a los miembros de Valencia Escribe: por favor, compañeras y compañeros... ¿no podríamos adoptarlas entre todos? Lo tengo todo pensado... somos 27, a 9 musas, salimos a 3 por cabeza. Y luego rotamos cada semana... ¡Por favor, ayudadme, que no llego a final de mes!

Las musas van de fiesta

Afrodita organizaba una de sus múltiples y sonadas fiestas a las que siempre acudía la flor y nata del Olimpo. Nmemósine, diosa de la memoria, llamó a sus nueve hijas. No podían faltar, ya que poseían unas voces prodigiosas y el mejor repertorio de canciones para amenizar tan suntuoso acontecimiento.
Reunidas en el salón, Nmemósine las contempló: estaban perfectamente vestidas y peinadas, lucían un magnífico aspecto pero, faltaba Calíope, como siempre. 
 -Ha bajado un momento a la Tierra, está asesorando a un tal Homero, que se había quedado atascado mientras escribía, pero vuelve enseguida.
 -Talía, haz el favor de llamarla inmediatamente. No podemos llegar tarde.
 Calíope acudió rauda y veloz arreglándose el vestido y el peinado, se colocó al lado de sus hermanas y salieron de casa cantando y danzando. Eran unas chicas la mar de alegres, en eso habían salido a Zeus, su padre. Nmemosine era seria y estricta. Algo normal, ya que las había tenido que sacar adelante sin la ayuda de su omnipotente esposo, más ocupado en lanzar rayos y en zascandilear por toda Tesalia, que en atender sus obligaciones paternas.
Cuando llegaron a la magnífica casa de Afrodita, las nueve jóvenes ocuparon educadamente el sitio que tenían especialmente reservado, un lugar grande como para cantar y bailar a sus anchas acompañadas por la mejor banda de toda la región. 
Afrodita hizo su aparición enfundada en un ajustado vestido azul que resaltaba sus formas ¡Era tan sexy! ¡Los diseñadores se peleaban por vestirla!
Las hermanas iniciaron la fiesta con un tema pegadizo que provocó que los invitados se levantaran a bailar. En un palco, sentados, se encontraban los abuelos de las niñas, Urano y Hera que aplaudían y sonreían a sus nietas. ¡Estaban tan orgullosos de ellas!
Apolo entró y acaparó todas las miradas, femeninas y masculinas. Su tez morena y sus broncíneos músculos se adivinaban bajo su camisa de seda natural. Enseguida reunió a un montón de gente a su lado, incluida la prensa del corazón, todos querían saber quién era su última conquista. Si era dios(a), semidiós(a) o si había subido al Olimpo con algún habitante de La Tierra. El se mostró discreto, nada proclive a hablar de su vida privada. Dijo que venía del Santuario de Delfos, allí se sentía a salvo de los paparazzi y podía consultar al Oráculo sus múltiples dudas sobre el futuro. Cuando se acercó a las nueve Musas, pícaramente guiñó un ojo a Talía, quien le respondió con el mismo gesto.
Cuando empezó a amanecer, los asistentes ya se encontraban cansados de tanto bailar, comer y beber. Las Musas se encontraban afónicas y su madre las llamó al toque de retirada. Entre grandes besos y abrazos se despidieron con la intención de volver a reunirse en el próximo guateque que iba a celebrar Artemisa. Apolo, como un niño, continuó jugando al disco con un joven desconocido. Nnemósine y sus hijas caminaron despacio hacia El Museo, su confortable hogar junto a las fuentes del Parnaso…