lunes, 31 de octubre de 2011
AQUEL PAN
domingo, 30 de octubre de 2011
LIMPIEZA
sábado, 29 de octubre de 2011
LA MERIENDA
LA HORA DE LA MERIENDA
LA ARTESA
Entonces empezaba el proceso de dar forma al pan. Mamá cortaba un trozo de masa y le daba forma de bollo redondo y lo dejaba reposando en una tabla. Así hasta que casi no quedaba masa. Entonces cogía un pedazo que aplastaba con el rodillo y lo ponía en una bandeja, añadía cebolla, chorizo, tocino y lo cubría con otra tapa de masa cerrándolo por los bordes. Era la empanada que la familia comería al mediodía. Con los restos hacía un bollito más pequeño que rellenaba con chocolate, mermelada o una salchicha para la merienda de los niños. Mientras, papá iba calentando el horno: encendía dentro un fuego que alimentaba con ramas secas y cuando estaba rojo el ladrillo del lateral, avisaba a mamá que ya podía traer el pan, y barría las brasas. Mary, ayudada por mamá, cogía el cuchillo y cortaba la superficie de los panes “para que se haga por dentro”. Papá lo metía en el horno y ¡ta-chán!, salía el pan doradito, calentito y rico-rico.
Mary quería amasar el pan en la artesa y para ello necesitaba crecer. Mamá siempre le decía que cuando fuese grande podría hacerlo. Era su mayor deseo: hundir las manos en la harina, en esa masa pegajosa, cortarla, darle forma y que al comerlo todos dijeran que era el pan más delicioso (delicioso, sí, no podía ser menos) que habían probado nunca. “Tal vez…¡tal vez si se metía en la artesa crecería como la masa!”
Ese viernes pidió ayuda a su hermano Juan y entre los dos levantaron la tapa para que Mary se metiera dentro. Juan bajó la tapa y dejó allí a su hermana, a oscuras. A ella no le importaba, “seguro que estoy creciendo”, hasta que notó el polvillo en la garganta y que no podía respirar bien. “¿Y si crezco tanto que mamá no me reconoce cuando salga?” Entonces empezó el miedo. Le picaban las piernas y los brazos. “Están creciendo”. Empujó la tapa pero no pudo abrirla. Notaba “gusanitos” moviéndose por su cuerpo. Cada vez con menos fuerza gritaba: ¡Mamá, sácame de aquí! ¡Mamá, que no quiero crecer! Los padres la buscaron por toda la casa antes de que Juan dijese que “estaba creciendo en la artesa”. El padre corrió asustado y abrió la tapa rápidamente. Encontró a la chiquilla con los ojos cerrados murmurando: “no quiero crecer”.
A la mañana siguiente, restablecida del susto, aunque los padres todavía no, se miró al espejo y se vio igual de pequeña que el día anterior. ¡Qué decepción! Mientras ayudaba a su madre a hacer el pan, se quejaba de la experiencia: no había conseguido nada, seguía sin poder amasar, tendría que esperar. Cuando vio las lágrimas correr por la cara de su madre, se abrazó fuerte a ella diciendo: “¡No crecí, mami, todavía soy tu Mary!”
Han pasado once años y Mary es una adolescente alta que juega en el equipo de voleybol de su instituto. Cada vez que ganan un campeonato lo celebran en familia con una comida en la que no falta la empanada. Juan, bromeando, da un codazo a su hermana y exclama: ¡Es culpa de la artesa! ¡Y eso que no echamos levadura, hermanita!
jueves, 27 de octubre de 2011
EL ASOMBRO
Eso me dijiste en nuestra primera cita. Yo era una jovencita ignorante que trabajaba en la cafetería de mis padres. Tú ibas todas las tardes, menos los jueves y fines de semana, a tomar tu café. A las 19:30 te sentabas en la mesa del rincón, junto a la cristalera, con un libro, un cuaderno y una pluma. Esa estilográfica me llamaba la atención, no conocía a nadie que utilizara pluma, solo bolígrafos bic o de los de propaganda. Los vecinos, la clientela habitual, decían que eras profesor en la universidad. Nada menos que en la universidad. A mí me parecía algo de otro mundo. ¡Un profesor de universidad! Y nada menos que en nuestra cafetería. Sin embargo, me acostumbré a verte, reflexivo, con tu libro abierto, escribiendo en tu cuaderno, mientras bebías tu café en vaso y comían un pincho de tortilla. Y un día me miraste y me invitaste al cine. Miré a mi padre con los ojos totalmente abiertos. ¡A mí! ¡A mí me pedías que te acompañase al cine! Puse no sé cuantas excusas pero las rebatiste todas con un “bueno, si no quieres… no he dicho nada”
Fui. No entendí nada de la película. A mí me gustaban las comedias y las películas románticas y ésta no tenía nada de eso, pero tú parecías totalmente concentrado en la pantalla. Yo te miraba de vez en cuando, de reojo, y te veía serio mirando al frente. Ni tan siquiera intentaste tocarme. Al salir, me pediste perdón porque te habías dado cuenta de mi ignorancia. Me sonrojé. Y te echaste la culpa de la situación. Entonces fue cuando me llevaste a ver la escultura. La evolución del hombre, la llamaste. Y me explicaste: “Todos somos ignorantes pedazos de metal que desconocemos nuestro fin, nuestro destino, pero, poco a poco, según vamos adquiriendo conocimiento de nuestro entorno y de lo que nos enseñan los mayores, nos empezamos a diferenciar de la masa primigenia para individualizarnos y ser únicos, diferentes”. Recorrías la escultura de una figura a otra como si estuvieses dando una clase en un aula. Me avergonzaba no entender. Tiernamente cogiste mi mano y alzaste mi barbilla para mirarme a los ojos. “Yo te enseñaré, si tú quieres”
Al día siguiente me llevaste un libro. “El principito”. Te reíste cuando te dije que era un cuento para niños. “Léelo Ana”. Lo leí. Me cayó mal ese niño repelente y pretencioso que se asombraba ante las actitudes humanas, y solo se preocupaba de una flor y un corderito. Me replicaste que yo era la pretenciosa al juzgar tan fácilmente la curiosidad y el análisis del género humano. Así comenzó mi aprendizaje, mi desarrollo intelectual y nuestra relación amorosa. Me sentaba a tu mesa un ratito, bajo la atenta mirada de mi padre, que me llamaba en cuanto entraban clientes, para no dar mala impresión. Comentábamos los libros que me prestabas para leer. Aclarabas mis dudas cuando no entendía algo. Sonreías cuando me sentía frustrada, te reías a carcajadas cuando me equivocaba. Siempre con paciencia y ternura (esa ternura tan tuya) me enseñabas. Me llevabas al cine, al teatro, al jardín botánico, al museo…Cuando me sorprendía por alguna cosa repetías: “Ana, el asombro es el primer paso hacia el conocimiento”
De vez en cuando, nuestros pasos nos dirigían hacia “la evolución del hombre” y me dabas otra lección sobre la evolución: el hombre, la sociedad, la humanidad… “todo evoluciona y a la vez permanece estático”. Allí fue donde te dije que quería estudiar. Ser enfermera. La economía familiar y mi trabajo en la cafetería no me lo permitían. Como siempre, me ofreciste tu mano, levantaste mi barbilla y mirándome a los ojos me propusiste: “Ana, amada mía, cásate conmigo y te ayudaré” Así, tan sencillo. Sencilla fue también la ceremonia en el juzgado de paz, a pesar de la mala cara de mi padre, porque tú no creías en falsos dioses que santificasen nuestro amor. Y fui a la universidad. Te mostraba orgullosa mis resultados académicos, que tú siempre celebrabas mostrándote orgulloso. “Estás individualizándote, Ana, amada mía” y yo, como una niña, levitaba encantada durante días. Me esforzaba para que siguieras sintiéndote orgulloso de mí. Íbamos hasta la escultura y me sacabas fotografías, cada vez un paso más adelante. El día que conseguí el título me puse delante del todo, con mi diploma para la última foto.
-Ana, amada mía, lo has logrado. Ya eres un tú individual. No necesitas mi ayuda. Ahora caminamos juntos.
Fue cuando decidimos tener un hijo. Una creación nuestra (nuestro principito) al que, partiendo de la masa primigenia, ayudaríamos los dos a ser una entidad individual. Es por eso que sufro, Miguel, amor mío, cuando veo tu expresión inalterable, que no se asombra de nada. Solo muestra un poco de alegría cuando nos acercamos paseando hasta la escultura y con una sonrisa abrazas y acaricias a la figura que surge de la masa.
HARINA DE OTRO COSTAL
Nació en el seno de una familia de panaderos, su padre lo era, su abuelo lo fue y el abuelo de su abuelo pasó la vida tosiendo la harina que embotaba sus pulmones. Lo último que hubiese querido Jaime, era convertirse en panadero, continuar con la tradición familiar, pero las circunstancias le llevaron a ello sin remedio. Heredó el molino fabricado de adobe, madera y cal, un molino que había permanecido erguido durante siglos. Conocía bien el negocio, desde muy pequeño, ya andaba con las manos en la masa, pero tenía un concepto demasiado alto de si mismo, todo cuanto le recordaba al molino, le parecía de una humildad insoportable. Su padre, el Jacinto, no sabía de dónde había sacado esas ínfulas, suponía que de los malditos libros de terror que leía y su madre, la Juana, le protegía diciendo que no tenía porque seguir los pasos de sus ancestros.
Jaime quería ser escritor y en aquel pueblo, en aquel maldito entorno, no encontraría inspiración, ni talento, aunque lo inventase.
Jacinto, desapareció una noche como por ensalmo. No pudo huir, porque su vida le encantaba tal y como era y además, nadie huye sin llevarse sus tesoros, nadie huye dejando tras de sí todo lo que le pudiese ayudar a comenzar una nueva vida y Jacinto, por dejar, había dejado hasta las tres mudas que tenía.
La Juana, sabía que algo terrible le había sucedido a su Jacinto, pero en un lugar como aquél, ¿quién iba a hacer caso de las dementes suposiciones de una vieja panadera?
Así las cosas, Jaime se vio de la noche a la mañana regentando el negocio de su familia. En un país tan machista , sus dos hermanas mayores, vieron como se esfumaba la única oportunidad que tenían de convertirse en mujeres independientes, tendrían que conformarse con aportar una dote regalada, para ser poco menos que compradas, por cualquiera de los gañanes con ovejas y tractores del pueblo.
En la primera madrugada de Jaime como obrador, trató de innovar, mezcló con la masa del pan un ingrediente que nadie reconocería, quería convertir sus hogazas en las más codiciadas de la comarca. Y vaya si lo consiguió…
El pueblo entero se volcó en la panadería del molino. Todos querían aquel pan, le llegaban encargos de los lindes de la provincia. Jaime suspiraba. Había conseguido la receta mágica que buscaran con tanto ahínco su abuelo y su tatarabuelo y más tarde su propio padre, desaparecido desde hacía dos días.
Sus hermanas lo miraban furibundas. Les había costado un mundo urdir el plan para terminar con la vida de su padre. Dos noches atrás, aguardaron en el molino, escondidas y temblorosas, a que Jacinto comenzara la jornada amasando el pan. El buen hombre, trabajador como pocos, se colocaba siempre el gorro de panadero para no introducir ningún cabello en la masa. Era meticuloso, hacendoso y legal. Sus hijas lo contemplaban sin ningún mísero sentimiento de culpa en sus corazones. Ellas querían el negocio, añoraban ser independientes y no querían por nada del mundo casarse con ningún pueblerino borracho y machista.
Aquella noche oscura, iban a conseguir apoderarse del molino. Aprovechando el momento en que se colocaba el gorro, se acercaron a su padre por la espalda y lo golpearon con una pala. Ya inconsciente, lo arrastraron hacia el horno que ardía preparado para recibir la masa de pan de la jornada. Escucharon el siseo y el crepitar del cuerpo de su padre, como en un crematorio y salieron horrorizadas, como dos alimañas nocturnas, hacia sus camas.
Lo que nunca imaginaron, es que su hermano conocía su delito y utilizaría las cenizas de su padre dos días después, para elaborar el mejor pan que la Mancha conocería jamás.
EL AMERICANO
martes, 25 de octubre de 2011
GIGANTES O MOLINOS.
lunes, 24 de octubre de 2011
Compañeros de viaje
Tremendo.
domingo, 23 de octubre de 2011
¿Molinos en Ibiza?
Las aspas son las manos fuertes y sabias de mi amiga que trazan círculos mientras recorren los meridianos energéticos de mi dañado mapa corporal. Es un regalo repleto de aromas esenciales, al tiempo que yo me escurro de la camilla y viajo por tierras de eólicos gigantes y enajenados caballeros andantes. Y ya no sé dónde me encuentro.
( Para Eva, en Ibiza)
ANTI-QUIJOTE
Molinos de viento
sábado, 22 de octubre de 2011
LA VERDADERA HISTORIA DEL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA Y DE SU FIEL Y ORONDO ESCUDERO POR LAS ANCHAS, Y PLANAS, TIERRAS DE LA MANCHA (Capítulo VII: del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación)
LA ERA DEL MOLINO
viernes, 21 de octubre de 2011
Y EL AIRE ERA ROSA PORQUE NO TENÍA PIEL*
Nueve esbeltos jóvenes alados travestidos con lencería negra y zapatos rojos de tacón infinito descendieron del anfiteatro para recitar un epitafio al unísono: “la tragedia y la comedia, fundidas un uno, no pueden ser más que el drama, que gira y gira cada vez más rápido en el carrusel de este mundo hasta la eternidad. A dios gracias".
Adiós, gracias.
SERVEF
EL TRISQUELIO (LE TRISKEL)
-...podríamos inscribir tres espirales dentro de otras tres espirales de manera que la primera espiral representara los tres reinos: el del cielo, el del mar y el del infierno. La segunda podría asociarse a los tres padres reinantes: Zeus en el cielo, Poseidón en el mar y Hades en el infierno. Y la tercera bien podría ser el triunfo de Cronos (el presente) sobre Caos (el pasado) y Cosmos (el futuro)
PLAN DE RESCATE
jueves, 20 de octubre de 2011
LA PETICIÓN DE ATENEA
- Hebe, quiero volver a ser joven y bella y esbelta y… humana.
- Que yo sepa, Atenea, tu nunca has sido humana.
- Pues quiero serlo, estoy harta de ser una columna en forma de diosa en el templo erigido en mi nombre. Es una crueldad propia de Zeus. ¡Maldito Prometeo por darles el fuego, malditos humanos!
- Debes aceptar lo que te ha sido dado.
- No me vengas con moralinas, tú eres la diosa de la juventud, hija de Hera y de Zeus, hermana de Hefestos y de Ares, con semejante abolengo, no me digas que no conoces una fórmula para que pueda ser humana.
- ¿Hace falta que te recuerde que eres la diosa de la sabiduría? Esa fórmula, si existiera, deberías conocerla tú.
- Tu padre me la ha ocultado siempre, pero Dionisio me ha dicho que tú la sabes.
- ¿Vas a creer a ese borracho?
- Hebe, estoy desesperada, hazlo por nuestra amistad, me lo debes.
- ¿Qué yo te lo debo?
- Veo que ya no recuerdas quién te presentó a Quirón.
- Es cierto, tu me presentaste a mi amado y atlético Quirón en una de las fiestas de Hermes. Está bien, pero la fórmula no se ha probado nunca, si Zeus se entera, ya conoces su furia, el castigo de Prometeo sería una nimiedad en comparación con lo que podría hacernos.
- Si funciona, jamás lo sabrá, cruzaré la laguna Estigia y me refugiaré en el inframundo durante un tiempo si fuera necesario, Hades me debe unos cuantos favores.
- Está bien, escucha, según el oráculo de Delfos, la fórmula la tienes que pronunciar en el comienzo de la tercera hora de la primera luna llena.
- Pero, eso es el último día del solsticio de invierno, exactamente dentro de dos días, no podemos perder más el tiempo.
- Si es lo que realmente deseas, aquí tienes tu fórmula: ΑΝΑΓΝΩΣΤΙΚΟΝ ΤΗΣ ΑΡΧΑΙΑΣ ΕΛΛΗΝΙΚΗΣ ΓΛΩΣΣΗΣ
El día señalado, a la hora señalada, con una luna llena y blanca que no cabía en el cielo, Atenea pronunció aquella frase mágica.
El flash de la cámara nikon de una turista japonesa, la bajó del Olimpo.
miércoles, 19 de octubre de 2011
NUEVAS EMOCIONES
MUSAS, MUSARAÑAS...
TRAGEDIA
martes, 18 de octubre de 2011
TALLA ROBOT.
- Mirón, no es ella, repítela.
- Y ¿ahora?
- Tenía los pómulos más prominentes y mucho más pecho y la frente no era tan despejada. No me sirve, vuélvela a hacer.
- Dime que ésta sí se parece.
- Se aproxima, cumple el canon, pero, esa nariz, los rizos, los hombros y la mirada no se corresponden con lo que te he descrito.
- Mira Alejandro, o inventas un nuevo método para el reconocimiento de personas, o tendremos que conquistar países para apropiarnos de sus canteras. Te pasó lo mismo con aquél efebo del disco que conociste en la Olimpiada. Y ahora dime, ¿qué hacemos con todas estas estatuas que no se parecen a esa mujer que viste en el ágora tan sólo unos segundos?
- Tállales un vestido, ponles un nombre y envíalas al Partenón, que últimamente andamos cortos de deidades.