Nacho y
Cristina formaban una pareja feliz. Ambos procedían de familias adineradas,
vivían en una casa cómoda y grande, más que suficiente para albergar a su
numerosa prole.
Aunque
Nacho procedía del mundo del deporte, pronto empezó a despuntar como un
avispado empresario gracias a la astucia de su profesor de economía. Juntos,
fundaron una empresa –sin ánimo de
lucro- encargada de fomentar y ofrecer ayudas para los deportistas con bajos
recursos. Cristina, aunque se hacía la remolona, pronto entró a formar parte de
dicha sociedad.
La
vida transcurría de forma dulce y placentera para todos. Tan solo existía una
pequeña nube gris: Cristina era sonámbula. Nacho era el único conocedor de este
trastorno, los niños vivían sin estar al corriente de las caminatas nocturnas
de su amantísima madre. Un día, su marido casi se vuelve loco buscándola por
toda la casa. Sus ocho habitaciones, con sus respectivos cuartos de baño,
fueron inspeccionadas una por una. También el salón de cine, los dos despachos
y el gimnasio. Una ventana abierta de par en par en pleno mes de enero, fue lo
que le alertó para asomarse al exterior y ver a Cristina de pie en la cornisa,
con su camisón trasparente de La Perla. Parecía encantada de que un grupo de
jóvenes que andaban de botellón, la piropearan y le hicieran proposiciones muy
pero que muy indecentes. Lejos de sentir miedo a las alturas, sonreía y guiñaba
el ojo izquierdo a los chicos. En el intento de hacerla desistir de su
exhibición, fue Nacho el que estuvo a punto de perder su vida.
Los
niños crecían a la par que lo hacían los negocios familiares. Cristina no podía
entender cómo entraba en la casa tal cantidad de dinero, teniendo en cuenta la
finalidad de la fundación. Sin embargo, la alegría de ver a sus hijos crecer
sanos y contentos borraba de su pensamiento cualquier duda.
Un
día de tantos, Cris volvía a casa después de dejar en el colegio a sus hijos,
cuando vio en la puerta de su casa a cuatro señores bien vestidos, incluso, dos
de ellos, llevaban uniforme de la policía. Ella pensó que velaban por la
seguridad de todos los vecinos del elegante barrio, pero uno de ellos,
tomándola por el brazo, le dijo que se la tenían que llevar a la comisaría para
hacerle algunas preguntas. Supuso que tendrían que ver con el seguro de la casa
y de los innumerables cuadros de altísimo valor que, últimamente, Nacho colgaba
en las paredes del enorme salón y que, según decía, correspondían a sendos
obsequios de empresarios agradecidos.
Sin
embargo, las preguntas que le hacían, aparte de incluir la procedencia de los
cuadros, iban dirigidas a comprobar por qué su firma, aparecía en todos los
documentos relacionados con la fundación y otras sociedades que desconocía y en
las que… ¡figuraba como administradora única! No lo podía entender, ella nunca
firmó ningún documento que la vinculara directamente, estaba segura.
Nacho acogió la noticia sin manifestar sorpresa alguna. Mientras meditaba
sobre lo acontecido, recibió la llamada de su profesor, socio y amigo: “ Hola,
Diego. Tranquilo, todo está ocurriendo como lo planeamos. Sí, sí, al doctor
también le daremos algún pellizco. A ella tampoco la encarcelarán puesto que
todo lo hizo de forma inconsciente, sonámbula, vamos. Nosotros no aparecemos por
ningún lado. Se me ocurren verdaderas locuras para continuar aprovechando el
trastorno de mi mujer…”*
*Cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia.