Se aproxima el verano. He decidido arreglar armarios,
sacar ropa ligera y organizar un poco la casa. La habitación que fue de
Mercedes lleva cerrada mucho tiempo y con demasiados recuerdos; posiblemente
ambas cosas han hecho que me demorara
tanto en abrirla, en aireara de nuevo. No puedo evitar sentir un
estremecimiento cuando levanto la persiana y un potente rayo de sol penetra por
la ventana iluminándola y me deja sin visión unos segundos. La luz es muy
potente en estas mañanas de primavera y ha inundado todo el espacio.
Me quedo unos instantes contemplándolo. Está pintado de
un tono pastel y en las paredes cuelgan unas cerámicas antiguas. Son azulejos
con pequeñas flores en tonos azules a juego con la colcha que, sobre la cama,
acoge además unos almohadones regalo de uno de mis viajes a mi hermana. No quiero
entristecerme al recordarla, así que sigo con lo previsto. El armario, casi
vacío, me permite colocar prendas que ya
no tendré que ponerme en esta época. Voy colgando chaquetas, algún abrigo y los
sueters de lana doblados dentro de una caja en el estante. También botas y
zapatos que considero pueden aprovecharse el invierno próximo. Me concentro en
estos temas. No quiero pensar.
El escritorio, una mesa rectangular de madera bajo la
ventana. Sobre él, algunas fotografías en portarretratos de mis padres ya
fallecidos. De mis hijas y sus pequeños. Sonrío al mirarlos y arreglo unos
papeles que se encuentran en uno de los cajones, un tanto dejados al azar. Son
folios blancos; algunos escritos con notas que decido romper, pues están ya
desfasados. No obstante, los examino uno a uno por si hubiera algo que me
pudiera interesar o necesitara guardar. Y
allí encuentro el dibujo. Un dibujo en el que se adivina el mar por la línea horizontal
que atraviesa la hoja de parte a parte y
sobre la que se encuentra un barco con varios mástiles que se alzan verticales
sobre la embarcación. Está trazado con lápiz y no tiene demasiados detalles,
pero sí unos rasgos seguros, sin titubeos, sabiendo lo que se quieren representar.
Me siento en la silla que, delante de la mesa escritorio,
ha servido para que varias generaciones estudiasen, leyeran o dibujaran. En mi
familia nos ha gustado mucho el arte y hemos practicado, con mejor o peor acierto
varias disciplinas relacionadas con la creación artística. También a Mercedes
le gustaba pintar y modelar, sobre todo cerámicas, y era habilidosa y ordenada.
Ella no se casó. Creo que por no perder su autonomía. Era
rebelde y con un carácter difícil. Siempre quería imponer su punto de vista y
tener la última palabra. Le obsesionaba la libertad; el coche era su mejor
aliado. La llevaba y la traía sin tener que dar explicaciones a nadie.
Totalmente independiente era su consigna. Lo ponía en sus numerosos escritos
colocados en sitios visibles de la casa. No sé si los copiaba o eran originales
suyos, pero en todos repetía la misma idea: su libertad, lo más
importante.
Me llevaba muchos años, por eso, en nuestras frecuentes discusiones,
su autoridad de hermana mayor se hacía notar y naturalmente yo siempre llevaba
las de perder. Nunca debió pensar que tendría que depender de mí en la etapa
última de su vida. Ni ella ni nadie de la familia ni de sus amistades. Ni de
los que conocían su manera de ser, de vivir.
Comenzó con alucinaciones que en un principio no
entendíamos e incluso nos parecían bromas suyas. Siguió con olvidos
importantes, confundía el valor del dinero y empezó a dar señales de apatía -ella
siempre tan activa- dormitando delante del televisor... eso empezó a
preocuparnos.
La llevé en varias ocasiones al Centro de Salud pues
olvidaba tomarse medicinas prescritas para
los problemas propios de la edad: osteoporosis, hipertensión... y eso
aceleraba su deterioro. Además la
oscuridad de su mente se iba haciendo más patente a medida que pasaban las
semanas, los meses.
Mercedes no reconocía sus lagunas y seguía insistiendo en
estar sola en su pequeño apartamento
donde vivió varios años en este rincón de la costa mediterránea donde las dos hemos
pasado épocas muy felices. Nuestras viviendas, muy próximas, con ventanales
orientados hacia el horizonte azul, hacia el mar, producen una sensación de
bienestar, de paz, difícil de describir. Por eso yo entendía la negación a
querer salir de su casa, de su mundo tan exclusivo y tan suyo.
Pero la evidencia se hizo patente. Tras varios
reconocimientos fue claro el diagnóstico: trastorno cognitivo por demencia en
la enfermedad de Alzheimer de etiología degenerativa. Alto grado de discapacidad y un total grado de dependencia
tanto física como psíquica.
Se me cayó el alma.
Los dos años siguientes a la calificación de la
enfermedad, fueron muy duros para mí y
supongo que también para ella. No podíamos saber el estado de su mente, el
punto exacto de su consciencia, pues en su fase última cuando ya no pudo estar
en mi casa y tuvimos que ingresarla en una Residencia por recomendación del
médico, se negó a hablar, se negó a comer. Su mirada se tornó huidiza. Rara vez
asentía o sonreía a lo que le decíamos
en las visitas que, tanto sus amigas como yo, le hacíamos. Parecía estar en un
pozo.
Un día le dimos un lápiz y un folio y le pedimos que nos
hiciera un dibujo. Recuerdo que se quedó mirando el papel largo rato hasta que decidió trazar sobre la
hoja una línea: el horizonte. Sobre éste, el pequeño barco y todo con total
dominio, sin temblarle la mano, sin romper la dirección del trazo.
Nos quedamos asombradas por lo que supo expresar. El mar
que veía desde su ventana, estaba en su mente, en su memoria. El paisaje tantas
veces contemplado seguía allí con ella y en su rostro se dibujó la luz. Fueron
instantes de felicidad, instantes tan sólo, pero eran sus vivencias, sus
recuerdos. Supo además utilizar un lenguaje, el del dibujo - tantas veces
manejado por ella. Y pudo hacerlo como afirmación de los posos que quedan en el
cerebro humano de los hábitos aprendidos y gozados
El papel que conservo da testimonio de Mercedes que ya no
está, pero su presencia sigue allí delante de este mar donde forjó su
identidad, su forma de ser. Ha recuperado ya la libertad plena. Su luz sigue
estando en los trazos del dibujo, en el recuerdo de los que la quisimos y en
este rayo de sol que inunda toda la habitación con un hálito de vida que va más
allá de la propia memoria.
Salgo cerrando despacio, como no queriendo alterar la
magia de la luminosidad. Los sentimientos se han desbordado gracias a ese
pequeño papel, a esas líneas, a ese recuerdo. Y le doy las gracias a Mercedes,
por compartirlo conmigo.