lunes, 21 de septiembre de 2015

EN EL DÍA DEL ALZHEIMER. MERCEDES


            Se aproxima el verano. He decidido arreglar armarios, sacar ropa ligera y organizar un poco la casa. La habitación que fue de Mercedes lleva cerrada mucho tiempo y con demasiados recuerdos; posiblemente ambas cosas han hecho que  me demorara tanto en abrirla, en aireara de nuevo. No puedo evitar sentir un estremecimiento cuando levanto la persiana y un potente rayo de sol penetra por la ventana iluminándola y me deja sin visión unos segundos. La luz es muy potente en estas mañanas de primavera y ha inundado todo el espacio.
            Me quedo unos instantes contemplándolo. Está pintado de un tono pastel y en las paredes cuelgan unas cerámicas antiguas. Son azulejos con pequeñas flores en tonos azules a juego con la colcha que, sobre la cama, acoge además unos almohadones regalo de uno de mis viajes a mi hermana. No quiero entristecerme al recordarla, así que sigo con lo previsto. El armario, casi vacío,  me permite colocar prendas que ya no tendré que ponerme en esta época. Voy colgando chaquetas, algún abrigo y los sueters de lana doblados dentro de una caja en el estante. También botas y zapatos que considero pueden aprovecharse el invierno próximo. Me concentro en estos temas. No quiero pensar.
            El escritorio, una mesa rectangular de madera bajo la ventana. Sobre él, algunas fotografías en portarretratos de mis padres ya fallecidos. De mis hijas y sus pequeños. Sonrío al mirarlos y arreglo unos papeles que se encuentran en uno de los cajones, un tanto dejados al azar. Son folios blancos; algunos escritos con notas que decido romper, pues están ya desfasados. No obstante, los examino uno a uno por si hubiera algo que me pudiera interesar o  necesitara guardar. Y allí encuentro el dibujo. Un dibujo en el que se  adivina el mar por la línea horizontal que  atraviesa la hoja de parte a parte y sobre la que se encuentra un barco con varios mástiles que se alzan verticales sobre la embarcación. Está trazado con lápiz y no tiene demasiados detalles, pero sí unos rasgos seguros, sin titubeos, sabiendo lo que se quieren representar.
            Me siento en la silla que, delante de la mesa escritorio, ha servido para que varias generaciones estudiasen, leyeran o dibujaran. En mi familia nos ha gustado mucho el arte y hemos practicado, con mejor o peor acierto varias disciplinas relacionadas con la creación artística. También a Mercedes le gustaba pintar y modelar, sobre todo cerámicas, y era habilidosa y ordenada.
            Ella no se casó. Creo que por no perder su autonomía. Era rebelde y con un carácter difícil. Siempre quería imponer su punto de vista y tener la última palabra. Le obsesionaba la libertad; el coche era su mejor aliado. La llevaba y la traía sin tener que dar explicaciones a nadie. Totalmente independiente era su consigna. Lo ponía en sus numerosos escritos colocados en sitios visibles de la casa. No sé si los copiaba o eran originales suyos, pero  en todos  repetía la misma idea: su libertad, lo más importante.
            Me llevaba muchos años, por eso, en nuestras frecuentes discusiones, su autoridad de hermana mayor se hacía notar y naturalmente yo siempre llevaba las de perder. Nunca debió pensar que tendría que depender de mí en la etapa última de su vida. Ni ella ni nadie de la familia ni de sus amistades. Ni de los que conocían su manera de ser, de vivir.
            Comenzó con alucinaciones que en un principio no entendíamos e incluso nos parecían bromas suyas. Siguió con olvidos importantes, confundía el valor del dinero y empezó a dar señales de apatía -ella siempre tan activa- dormitando delante del televisor... eso empezó a preocuparnos.
            La llevé en varias ocasiones al Centro de Salud pues olvidaba tomarse medicinas prescritas para  los problemas propios de la edad: osteoporosis, hipertensión... y eso aceleraba su deterioro.  Además la oscuridad de su mente se iba haciendo más patente a medida que pasaban las semanas, los meses.
            Mercedes no reconocía sus lagunas y seguía insistiendo en estar sola en su pequeño  apartamento donde vivió varios años en este rincón de la costa mediterránea donde las dos hemos pasado épocas muy felices. Nuestras viviendas, muy próximas, con ventanales orientados hacia el horizonte azul, hacia el mar, producen una sensación de bienestar, de paz, difícil de describir. Por eso yo entendía la negación a querer salir de su casa, de su mundo tan exclusivo y tan suyo.
            Pero la evidencia se hizo patente. Tras varios reconocimientos fue claro el diagnóstico: trastorno cognitivo por demencia en la enfermedad de Alzheimer de etiología degenerativa. Alto  grado de discapacidad y un total grado de dependencia tanto física como psíquica.
            Se me cayó el alma.
            Los dos años siguientes a la calificación de la enfermedad, fueron muy duros  para mí y supongo que también para ella. No podíamos saber el estado de su mente, el punto exacto de su consciencia, pues en su fase última cuando ya no pudo estar en mi casa y tuvimos que ingresarla en una Residencia por recomendación del médico, se negó a hablar, se negó a comer. Su mirada se tornó huidiza. Rara vez asentía o sonreía a lo que le  decíamos en las visitas que, tanto sus amigas como yo, le hacíamos. Parecía estar en un pozo.
            Un día le dimos un lápiz y un folio y le pedimos que nos hiciera un dibujo. Recuerdo que se quedó mirando el papel  largo rato hasta que decidió trazar sobre la hoja una línea: el horizonte. Sobre éste, el pequeño barco y todo con total dominio, sin temblarle la mano, sin romper la dirección del trazo.
            Nos quedamos asombradas por lo que supo expresar. El mar que veía desde su ventana, estaba en su mente, en su memoria. El paisaje tantas veces contemplado seguía allí con ella y en su rostro se dibujó la luz. Fueron instantes de felicidad, instantes tan sólo, pero eran sus vivencias, sus recuerdos. Supo además utilizar un lenguaje, el del dibujo - tantas veces manejado por ella. Y pudo hacerlo como afirmación de los posos que quedan en el cerebro humano de los hábitos aprendidos y gozados
            El papel que conservo da testimonio de Mercedes que ya no está, pero su presencia sigue allí delante de este mar donde forjó su identidad, su forma de ser. Ha recuperado ya la libertad plena. Su luz sigue estando en los trazos del dibujo, en el recuerdo de los que la quisimos y en este rayo de sol que inunda toda la habitación con un hálito de vida que va más allá de la propia memoria.
            Salgo cerrando despacio, como no queriendo alterar la magia de la luminosidad. Los sentimientos se han desbordado gracias a ese pequeño papel, a esas líneas, a ese recuerdo. Y le doy las gracias a Mercedes, por compartirlo conmigo.

1 comentario:

  1. María Luisa, me ha fascinado tu relato, le pusiste magia a la oscuridad de una mente enferma, sufrí con mi madre eso. Hoy tu relato me dio la esperanza de creer que en algún momento su mente vio la luz y pudo sentir que estaba junto a ella y que era yo.
    Gracias...

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