Esta madrugada, al rededor de las
tres de la mañana ha estallado la guerra mundial definitiva. El bien conocido
general de las fuerzas armadas aliadas ha lanzado el ataque con misiles. Está
planeado que continúe durante dos días, hasta diezmar completamente el poderío
de los insurgentes. Según datos de la agencia de inteligencia, los estados
implicados tienen armas químicas, misiles de largo alcance y artillería pesada
aunque no se tiene conocimiento de la existencia de armas de destrucción masiva
o biológicas.
En una operación que lleva meses
de estudio, se lanzaron misiles teledirigidos sobre los principales puntos de
conflicto, ubicados a varios miles de kilómetros uno de otro. Las dianas o
puntos objetivo de los misiles han sido marcados con sistemas locales de
direccionamiento para minimizar el efecto de dispersión y error que tienen los
sistemas teledirigidos sin ajuste local. Estos sistemas de posicionamiento
local están formados por células de militares infiltrados en el territorio enemigo
que son capaces de apuntar al blanco de los misiles con una precisión de
décimas de metro siendo marcados los puntos desde diez o doce kilómetros de
distancia, asegurando así que el radio de acción de los misiles no afecta al
personal de marcado. Los «marcadores» son militares expertos entrenados en el
arte de encontrar blancos partiendo de imágenes satélite. Una vez visualizado
el blanco, apuntan sus marcadores láser sobre los objetivos y permanecen
durante horas esperando el impacto de los misiles. Su misión comienza en la
búsqueda de la diana y termina con la confirmación —vía satélite— de la
destrucción del punto marcado.
A partir de las tres y media de
la mañana los «marcadores» comenzaron a dar las primeras confirmaciones de
blanco. El enemigo, sorprendido por los misiles —recordemos que estaban aún en
fase de negociaciones con los aliados y la ONU no ha aceptado ningún ataque
preventivo—, no ha tenido tiempo de reacción ante los primeros ataques.
Alrededor de las cuatro de la mañana, comenzaron los impactos en zonas no
marcadas, según nos confirmó una fuente local de una de las zonas atacadas.
Parece ser que los insurgentes, conocedores de la técnica de marcado de los
aliados, usaron la misma para encontrar primero a los marcadores y luego hacerse
con los equipos. Los aliados, sin ser prevenidos del hecho y sin esperar
confirmación de la segunda tanta de impactos, lanzaron la tercera y esta es la
que ha sido determinante en la batalla del día de hoy. El fuego amigo ha
destruido cientos de aldeas de países vecinos. El ingenio de los insurgentes ha
dado tiempo suficiente para adherir a drones
—aviones normalmente no tripulados— a tres de los «marcadores» —junto a sus
expertos militares aún con vida— que habían sido robados a los aliados hace
unas semanas. Estos drones fueron
teledirigidos a las principales ciudades aliadas y el saldo de muertes es aún
desconocido pero según nuestras estimaciones podría rondar el millón y medio de
personas.
La situación actual es
desconcertante. Los aliados han decidido hacer un alto el fuego mientras
estudian la forma de asegurar que los «marcadores» no vuelven a ser
interceptados y, por otro lado, tratan de explicarse lo sucedido. Los gobiernos
de los aliados están sumidos en el caos tratando de consolar a las víctimas y a
la vez actuar contra un enemigo invisible, según ellos, que ha provocado el
rearme de los insurgentes. La opinión pública y los medios de muchos países
cuestionan en estos momentos la idea del desarme de los enemigos, dado que
aunque ya no disponían de armas de destrucción masiva, sólo su ingenio les ha
valido para usar las de los aliados en su contra.
Algunos medios —entre los que se
encuentra nuestro rotativo— piensan que los aliados están perdiendo una guerra
que comenzaron con objetivos económicos y que por lo tanto no fue ni
planificada ni necesaria a nivel internacional. Llevamos ya cinco horas de alto
el fuego y las manifestaciones contra la guerra están siendo multitudinarias,
sobre todo en las ciudades que han sido masacradas. La gente en occidente sale
a las calles con los féretros de sus muertos, con la sangre de sus muertos
sobre la cara y clama, a los gobiernos de los aliados, que paren esta matanza
sin sentido.
Más allá de las transmisiones en
cadena del líder del gobierno de nuestro país y de los demás aliados,
transmitiendo tranquilidad y que lo sucedido era un hecho aislado que no
volvería a repetirse, lo que la masa reclama es volver a la normalidad antes de
la guerra. Diezmados por la inflación y los impuestos, los ciudadanos de las
naciones occidentales exigen paz. Ya no se trata del bienestar común o las
libertades individuales en riesgo, el pueblo exige a sus estados que vuelva la
paz y las negociaciones entre las partes. Aún no tenemos respuesta de los
aliados ante este reclamo y según nos aseguran nuestros reporteros a pie de
calle, la gente se está organizando y probablemente esta exigencia pacífica
pronto se trasforme en algo más. Seguiremos informando.
Pernando Gaztelu