Imagen bajo licencia "CC. By Nc Sa" cortesía de malglam
Una pequeña y fugaz batalla interior dio como resultado un desahogo emocional que lo sumió directamente en una tranquilidad ligeramente culpable.
Él viajaba en un autobus distinto, con una ruta distinta, con gente distinta. Todo era distinto ese jueves.
Su espalda se quejaba acorde con sus omóplatos debido al forcejeo y sentía sus manos temblar de menos a más mientras miraba hacia abajo contemplando como la sangre le resbalaba a través de cada uno de sus dedos y dibujaban un círculo en el suelo en el que fijaba su mirada, perdiéndose por enésima vez en sus entumecidos recuerdos.
Ese jueves todo fue a peor.
Había entrado en parada tres veces casi consecutivas y logró mantenerse en el mundo de los vivos en estado crítico. Él se sentía derrotado, tenía el corazón hundido en la tristeza intentando sacar fuerzas para respirar y afrontar otro día más sin la certeza de verla al día siguiente. Cada descenso de la maquina que la mantenía con vida se convertían en astillas que se introducían en los rincones mas protegidos de su castigado corazón, desangrándolo lentamente mientras la desesperación tocaba a las puertas de su mente.
Ese jueves todo fue a peor.
Sentado en un parque lloraba desconsolado. Intentaba no hundirse en la oscuridad y se agarraba a cualquier recuerdo para seguir a flote. La imagen de la sabana blanca cubriendo a su hija se incrustó en su alma hasta dejarla seca y no podía asimilar que se hubiera ido. Su memoria lo traicionaba repetidas veces recordándola tan pequeña en sus brazos, tan mediana corriendo por la calle y tan grande e impetuosa en su boda. Ella era la perfección abrazada por un traje blanco.
Ese jueves todo fue a peor.
Mientras subía las escaleras, la tarde se echaba encima del día y traía consigo a la noche conspiradora que solo hacía acrecentar las intenciones de su pobre alma. Su respiración se quejaba mientras subía hacia su destino, reconociendo en el fondo que su mente seguía perdida en imágenes del pasado y su corazón seguía sentado en aquella habitación de hospital. Tocó a la puerta, esperó unos breves segundos, un individuo de unos 36 años apareció al otro lado, cruzaron miradas pero no palabras, hasta que el cuchillo atravesó repetidas veces el joven pecho dejándolo inerte junto a la puerta con su mano aún colocada en el pomo mientras las lágrimas perdidas entre sus sollozos humedecían la aún débil sangre que emanaba sin prisa. Henry lloraba con ansiedad, el dolor lo perforaba en un suspiro punzante que no acababa nunca, paseándose por su recuerdo mientras hundía aún más el arma blanca en la carne. La brisa que entraba por la ventana le traía un olor que solo podía calificar con la palabra venganza.
Ese jueves todo fue a peor.
El autobus se paró en seco y durante unos segundos nadie habló. Henry seguía perdido en sus recuerdos, entre los que figuraban varias denuncias por maltrato impuestas por su hija sobre su marido, unas cuantas ordenes de alejamiento no cumplidas y las muchas veces que la había encontrado medio muerta en su piso cuando después de un gran esfuerzo, conseguía llamarlo para que la llevara al hospital.
La mano en su hombro de un agente de policía lo sacó de su destierro mental. Tras pedirle varias veces educadamente que se apeara del autobús y le acompañara, lo cogió del brazo y lo levantó de su asiento. Henry caminaba tranquilo, sosegado, con la conciencia tranquila a pesar de lo que acababa de hacer hacía escasas horas. "¿Acaso no es lo justo?" Él dedicó su vida entera a criar a su hija, quería que fuera feliz todos y cada uno de los minutos que componían su existencia, la vio crecer sana, fuerte, era parte de él, cada vez que la miraba se enamoraba, se parecía tanto a su madre que lo hacía sentir el doble de orgulloso, cuando le decía papá, el mundo daba igual, cuando el mundo le daba igual, necesitaba que le dijera papá. Ella te hablaba 2 minutos y te insuflaba alegría para toda una semana y no tenía unos ojos bonitos, tenía unos ojos para mirarlos toda la vida. Ella era de él y de nadie más y cada año de maltrato hacia ella por parte de aquel individuo que ahora yacía en su puerta, le restaron 10 de vida a su pobre existencia. De repente y sin darse cuenta, se arrodilló en mitad de la calle y comenzó a llorar mirando hacia arriba bajo la atenta mirada de los dos policías que lo agarraban.
–Al fin se ha hecho justicia amor mío, cuídala en la muerte lo que no pudiste en vida, yo pronto me reuniré con vosotras.
Un mes después, Henry murió en su celda, y aún cuentan que lo hizo con una gran sonrisa.
Gran relato, Pumu. Aunque despista un poco la segunda frase ("Él viajaba en un autobús...). Saludos.
ResponderEliminarNo consigo entender el por qué :(
EliminarCreo que Henry acabó demasiado rápido con ese... Yo de él lo hubiera torturado más. Consigues reflejar muy bien las ansias de venganza, la ira. Creo que Rafa se refiere a que al indicar que la ruta es distinta, la gente, etc parece que eso es importante para la trama y luego no tiene demasiada relevancia. Podrías decir simplemente algo así como que todo le parecía distinto ese día por el peso que se había quitado. Un abrazo Pumu
ResponderEliminarQuizás llevéis razón. Siempre aprendo algo aquí ;)
EliminarPumu, ese jueves no todo fue a peor... ese jueves todo fue perfecto. Bravo!!
ResponderEliminar¡Gracias! A ti por leerlo.
ResponderEliminarImpresionante, Pumu. Un relato muy duro, pero como se suele decir: "la realidad siempre supera a la ficción". Todos los días se producen historias similares... y no se pueden evitar. Muy bien reflejados los sentimientos de los personajes. Un abrazo!!
ResponderEliminarGracias Amparo. Siento no entrar mucho últimamente pero estoy bastante liado.
Eliminar¡Un saludo!