En uno de mis
viajes tuve la tremenda suerte de conocer a una civilización bastante parecida
a la nuestra. Se trataba de seres con los que fácilmente podríamos
confundirnos, pero de los que nos distinguen grandes cosas. Se trata de los “its” —la mejor transcripción que pude
hacer del sonido prácticamente ininteligible a nuestros oídos— como se hacen
llamar.
Cuando llegué a
su hábitat me recibieron como si fuera uno de los suyos. Al notar que no podía
entenderlos usaron la telepatía para simplificar la comunicación. Estaban
sorprendidos de que no supiera que nosotros también éramos capaces de
comunicarnos así, ya que según habían aprendido, los terrícolas éramos una
versión antigua de los its, algo así
como nosotros vemos a los primates, unos antepasados que no evolucionaron. La
analogía me pareció graciosa, sentirme como un primate hablando con los
“evolucionados humanos” me hizo pensar en que a mi regreso podría compartir con
nuestra civilización un contacto cercano con nuestro futuro lejano. Partiendo
de ese pensamiento me propuse extraer de los its todo lo que creyera más atractivo y útil para nuestra sociedad
actual.
Para mi sorpresa
su estructura anatómica era idéntica a la nuestra, de alturas entre un metro
sesenta y uno noventa, algunos más corpulentos, otros más esbeltos, pero en
general no noté grandes diferencias en ese aspecto. Sobre diferencias que
podríamos llamar étnicas tenían la misma variedad racial que nosotros, aunque
no reconocí ninguna raza dominante o con mayor proporción que otra en la
población con la que tuve contacto. Todos hablaban el mismo idioma —al parecer,
porque yo sólo era capaz de ver que se entendían entre ellos con los sonidos
que no podía comprender— o tal vez la telepatía hacía que no fueran necesarios
los idiomas. En todo caso, gesticulaban con los brazos, las manos y todo el
cuerpo como lo hacemos nosotros y eso también era bastante útil para mí. Se
alimentaban básicamente de distintos tipos de vegetales, aunque luego aprendí
que en su planeta la línea entre el mundo vegetal y el animal no era tan
marcada como en el nuestro, un tema de evolución de las plantas, según me
dijeron. Aunque tecnológicamente están mucho más avanzados que nosotros, su
sociedad y manera de vivir condenaba la ociosidad, por lo que eran bastante
activos a nivel de salud corporal, deportes y actividades culturales. Observé
la preponderancia de los deportes de equipo y las expresiones culturales como
el teatro y la música —cosa que me hizo ver que eran más universales de lo que pensábamos.
Pasados varios
días de mi estancia en su planeta y después de compartir experiencias de todo
tipo, me dí cuenta de algo bastante significativo. No era capaz de distinguir
su sexo. Después de participar en lo que en la tierra llamaríamos una “fiesta”
en la que disfrutamos de una buena cena y luego danzas muy afines a las
nuestras —seguramente por el hecho de que su estructura morfológica y su música
también se parecían a las nuestras— caí en la cuenta de que bailaban en
parejas. Hasta aquel momento no me lo había planteado porque no había tenido la
necesidad de notarlo, pero viendo aquel acto tan “nuestro” tuve la necesidad de
una explicación. Estuve tentado de preguntar en el momento, pero me pareció que
podía ser algo ofensivo, dado que para nosotros a veces es un tema tabú —el
sexo y la relación entre personas del mismo o diferente sexo— por lo que
preferí ahondar en la investigación antes de formular preguntas.
Había diferentes
tipos de danzas, algunas más rítmicas y otras más solemnes. En estas últimas
noté que ambos seres ponían el mismo interés y sentimiento. ¿Cómo era posible
que en todos esos días no hubiera notado algo que diferenciara al macho de la
hembra?, —porque lo más lógico era que si estaban de a parejas hubiera uno o
como mucho dos sexos— pero no lo había hecho. Para mí, eran todos iguales,
podría haber asegurado unos hermafroditas o seres neutros, me era igual. Presté
entonces más atención a los bailes, sus movimientos, las manos, los brazos y la
expresión de sus caras. Había algunas parejas más juntas, más apretadas y que
se miraban con los ojos como queriendo decir algo —estaban hablando
seguramente— y ni aún así, en el momento de lo que podríamos llamar “amor de
verdad” pude notar nada diferente en ninguno de los dos seres. Eran bellos, muy
bellos. Daban ganas de acariciarlos, de quererlos mientras se querían, de ser
uno más en esa unión silenciosa y explícita a la vez.
Ese día no pude
más que quedarme con la intriga o, como después asumí, disfrutar de no saberlo,
porque me dio igual. Se amaban de a pares, de eso no había dudas, pero daba
igual si eran asexuados, hermafroditas, o cualquier otra forma que no pudiera
imaginar. No había diferencias de sexo en estos seres. Ni en su vida social,
laboral o amorosa. Pensé por un momento en nosotros, pensé en todas las
diferencias que tenemos y me agradó saber que tenemos diferencias morfológicas
y psicológicas entre el hombre y la mujer. Recordé a mi mujer y la extrañé como
nunca. Extrañé sus curvas, su carácter, su instinto maternal, su ternura, sus
facciones femeninas, su saber ser mujer. Pensé en lo diferente que debería ser
no tener diferencias y me alegré de no ser un It, finalmente había
encontrado una ventaja de no ser evolucionado.
Cerca del
momento en que tocaba volver a la tierra, Shtlitl-it,
mi noble guía It, me invitó a pasar
unos días en su casa, con su familia. Recuerdo que nada mas llegar a su
“choza”, salieron a recibirme dos pequeñas criaturas, tendrían la mitad de
altura que sus progenitores. Eran casi como las nuestras, unas crías alegres y
juguetonas que no paraban de esconderse y revolotear. Me tocaban la cara y el
pelo, sorprendidas de ver alguien tan diferente, sorprendidas pero no
temerosas. Shtlitl-it me comentó que
desde muy pequeños tenían una educación que les enseñaba la existencia de otras
formas de vida en el universo y que por eso se sorprendían de tener la suerte
de ver a una. Su comunicación telepática era realmente graciosa, porque me
transmitían todo lo que pensaban y era genial saber que querían hacer pis, caca
o incluso comerme una oreja. Se reían de todo y respetaban nuestras
conversaciones. Imagino que al ser una sociedad más avanzada, las directivas
del respeto venían dictadas desde la primera infancia. Aquel día hacía calor, y
la cría más pequeña se sacó lo que sería el pantalón y se sumergió en un
líquido azul intenso. Una vez más noté la similitud con nosotros y disfruté ver
como chapoteaba y mojaba a la otra criatura que se integró pronto en el juego.
Reí y jugué con ellos hasta que los vi salir del líquido azul intenso. ¡Tenían
sexos distintos! La criatura más pequeña era lo que llamaríamos sexo femenino y
la criatura mayor era masculina. Shtlitl-it notó la expresión de sorpresa en mi cara y
sonrió. Me preguntó que cómo era posible que no les hubiera preguntado sobre
ese tema hasta ese momento. Yo mismo me lo pregunté. Después del momento de la
danza había olvidado completamente el tema porque me pareció irrelevante. Pero
al constatar que estaba equivocado, que mi presunción de que tenían el mismo
sexo o eran asexuados era falsa mi sorpresa y mis evaluaciones anteriores
descubrieron la causa por la que no había querido indagar más.
Me dí cuenta en
ese momento de que sí existen diferencias importantes entre nosotros y los Its. Nosotros estamos divididos en dos
grandes grupos: hombres y mujeres, como ellos, pero como las diferencias son
notables —y cada vez que podemos las intensificamos más— aprovechamos esas
diferencias para primar un sexo sobre el otro, para someterlo, para denigrarlo,
para menospreciarlo. En distintos niveles, en muchas situaciones diferentes,
pero siempre en el mismo sentido: el sexo fuerte se aprovecha del sexo débil. Y
la fortaleza no es más que física, pero es suficiente. Mi amigo It me comentó que eso sucedía en la
antigüedad en su sociedad, pero conforme evolucionaron aprendieron que lo más
importante es el amor. El amor los llevó a primar la vida a las clases de seres
it, y así primó el ser It a el ser
macho o hembra. Todos tenían los mismos roles en la sociedad, las mismas
responsabilidades, ventajas y desventajas. La única diferencia era que la
hembra It concebía y llevaba a la
cría en su vientre. Pero a partir de allí volvían a ser iguales. Por ello las
diferencias morfológicas fueron desapareciendo y hasta llegaron casi a
confundirse con miles de años de evolución —digo casi, porque me explicó que
aunque yo no las viera, las había y eran importantes, pero claro, si no
entendía su idioma, eso tampoco lo iba a poder entender— y es así como su
sociedad no discriminaba a nadie. Incluso en una sociedad tan igualitaria las
personas podían tener parejas de igual sexo y no había nada que decir, ya que
todos eran iguales, para la sociedad.
Y aquí estoy,
otra vez en la tierra para contaros todo esto que he vivido, comprendido y
asumido como un futuro que probablemente no llegaré a ver, pero del que espero
saquemos conclusiones interesantes, porque, lo queramos o no, es nuestro
destino, es a lo que deberíamos tender y es bello. Los its son seres más que humanos, son seres para los que el amor y la
sociedad son el principio y fin de sus vidas. Nosotros tenemos eso dentro de
nosotros, espero que no tengamos que esperar millones de años para darnos
cuenta de ello y sacarlo fuera, donde se pueda ver.
Pernando Gaztelu
Muy interesante el planteo Pernando. Esto da para seguirlo en una nouvelle o en una novela, no te parece. Me gustó cómo describiste la civilización it y claro que es como una utopía para nosotros, pero quién sabe... cambian tanto las cosas! Te felicito.
ResponderEliminarInteresante fábula utópica. Saludos
ResponderEliminarQue hermoso cuento, Pernando. Tienes mucha razón, ojala no tenga que pasar miles de años... Todos llevamos un It dentro. Un abrazo.
ResponderEliminarFoixos
Has recreado un fabuloso mundo, sólo le pongo un 'pero', de momento la telepatía bien, pero con botón de bloqueo de transferencia, a veces también se malinterpreta y no tiene garantía de éxito.
ResponderEliminarGracias a todos, sí, creo que da para más, hay que darle una vuelta... Telepatía, todo depende, si pensamos cosas buenas, amables, gentiles, por qué no transparentarlas, y con lo contrario lo mismo, si no somos cerrados.
ResponderEliminarMás que un cuento, una parábola con tintes futuristas. Gran planteamiento que hace reflexionar sobre los necesarios cambios a los que todavía gran parte de la sociedad se opone. Un abrazo, Pernando.
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