Ávida
de cualquier curiosidad que le sirviera para chismorrear con sus amigas, todos
los días a la hora más concurrida de la plaza, Tiadora se asomaba a través de
las cortinas de la puerta de su casa. ¡Creía que era invisible como un
fantasma! Pero el gastado género de los visillos, no disimulaba en absoluta su
silueta. Todas las personas que pasaban por delante de la acera disimulaban y
hacían como si no la veían; por respeto a los años, a la enfermedad y sobre
todo, al buen hacer que tuvo la anciana en sus mejores años por aquellas
personas que necesitaban una mano amiga; bien con un plato de sopa caliente, un
abrigo o manta, refugio o una moneda si en ese momento la mujer la tuviese.
Muy bueno, Fina... Siempre hay una Tiadora en cada pueblo, en cada barrio, y que no nos falte nunca. Un saludo
ResponderEliminarEs cierto y gracias a ellas mucha gente encontró consuelo.
EliminarFina, de tu relato, me quedo sobre todo con el respeto por los ancianos. Quién sabe qué manías tendremos nosotros si llegamos a viejo.
ResponderEliminarLa verdad es que las manías no solo se adquiere en la vejez, muchas veces las tenemos de jóvenes y no nos damos ni cuenta.
EliminarMuy bien destacado, las luces y las sombras que todos llevamos dentro. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Asun
EliminarDerrocha sentimiento y delicadeza. Buen micro.
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
EliminarMuy bien Fina! Tus textos crecen a medida que escribes...
ResponderEliminarGracias Amparo.
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