Sr. D.
Ramón:
Ayer, al
pasar por delante de su fábrica y ver la situación de abandono en que se
encuentra, no pude por menos que pensar en aquellos días en que las mujeres
llenaban el aire con el murmullo de sus voces, mientras limpiaban las sardinas
para enlatarlas en conserva. Los camiones entraban y salían a todas horas
cargados hasta los topes hacia todos los rincones del mundo. En el pueblo
trabajaban todos, incluso los niños que no servían para estudiar preferían su fábrica
antes que salir a faenar en el mar… Yo solo tenía catorce años cuando entre
aquí por vez primera.
Si algún día
lee esta carta (Tal vez después del primer párrafo ya la haya hecho añicos)
allá en esa isla del caribe donde vive ahora y que nosotros conocemos tan solo
por los documentales de la televisión, imagino que dirá: -Y a mí que mierda me
importa todo esto.- Tiene razón, no le importa una mierda, como tampoco le
importaba entonces, pero es que tenía ganas de darme un desahogo y contárselo, de
decirle que hoy, en el pueblo, ya no trabaja nadie, excepto Manuel, el de la
Caja de Ahorros, y algún que otro privilegiado más; decirle que solo se respira
silencio –el silencio de los muertos-. La amargura en los rostros de los
hombres y la tristeza de su mirada tan solo es comparable a un día de entierro…
Aquí todos los días son de funeral.
El cierre de
la fábrica a usted le llenó los bolsillos de billetes y a nuestras mujeres los
ojos de lágrimas, pero son duras como las rocas del acantilado y luchadoras
como ninguna para salir adelante.
Por último
decirle que por una casualidad del destino me enteré de su despiste con la
compañía de seguros al no renovar la póliza de cobertura de la casa grande del
extrarradio, su mansión… Sí, fui yo quien le plató fuego y sí, soy yo quien está
a punto de quemar lo poco que queda de la fábrica, por lo que tiene que
entender que no ponga remite ni remitente.
Como le dijo
un jugador de fútbol conocido mundialmente, portugués y que viste de blanco, a
su entrenador y patrón: “Fodase”.
Reca, me encantan estos relatos transgresores porque eso es lo que necesita esta sociedad narcotizada: la transgresión del pueblo, elevada al cubo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Rafa, realmente ha sido un enorme desahogo el escribir esta carta
ResponderEliminarLa carta transmite pasión y sentimiento. Te levanta del asiento. Muy bien Reca.
ResponderEliminarGracias David. La historia es casi real... la foto es de la fábrica que había en mi pueblo, el negocio lo hicieron los amos al venderla para hacer un complejo hotelero ( que nunca fue adelante)
ResponderEliminarEl texto de principio a fin esta bien estructurado. El mensaje que en un principio se muestra como una especie de nostalgia se transforma primero en reproche, en juicio y en justicia. Mwle ha gustado mucho. un saludo
ResponderEliminarGracias compañero, un halago así de alguien a quien admiro como escribe, además de paisano, me motiva muchisimo. Un abrazo desde el Morrazo
ResponderEliminarAy, Reca, qué falta nos hacen cartas como la tuya, con sentimiento y pasión como dice David, y además cargadas de razón, esa que ya no se nos dá como a los locos -ni derecho a eso tenemos-, sino la que nos quitan a golpe de recorte. No dejes de escribirlas. Un abrazo.
ResponderEliminarAsun gracias. Descuida que mientras no nos corten las manos seguiremos escribiendolas. Un beso y hasta la oliva...
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