Apartó la
cabeza del marco de la ventana, donde se había apoyado, volvió la vista hacia
la cama una vez más. No era capaz de reconocer en aquel desecho de piel y
huesos que ahora dormía, a la persona que cuarenta y cinco años atrás le
despedía, entre un mar de lágrimas, en el puerto de Vigo.
Un crucero de nombre “Begoña” –el barco de los
emigrantes-, cargado hasta los topes de esperanzas, sueños, hambre y familias
rotas, le llevaría hasta Argentina, primera etapa hacia su destino final, México,
donde Remigio se convertiría en un próspero hombre de negocios. Ya no volvería
a su tierra en todos esos años, era un emprendedor demasiado ocupado como para
pensar en otra cosa que no fuera la gestión de sus hoteles en Punta Cana.
El telegrama que le entregaron aquella mañana le devolvió a sus orígenes: “Papá se muere. No hace otra cosa que preguntar por ti. Tu hermana Maruja”.
El telegrama que le entregaron aquella mañana le devolvió a sus orígenes: “Papá se muere. No hace otra cosa que preguntar por ti. Tu hermana Maruja”.
Acercó los
labios a la frente de aquel viejo, su padre, y le beso suavemente. Abandonó la
habitación y atravesando la cocina, donde su hermana preparaba café en un
puchero, salió al pequeño corral que estaba en la parte de atrás de la casa. Se
sentó en la enorme piedra que sobresalía de la tierra (su padre nunca dejó que
nadie la quitara, -es el pilar de la casa- decía), prendió un cigarrillo y
aspiro el humo… Como necesitaba ese calor en sus pulmones. Cerró los ojos,
mientras saboreaba la sensación que le dejaba el tabaco, y se dejó transportar:
Se vio cuando apenas eran un chiquillo, sentado en aquella piedra, jugando con
la navaja y un trozo de madera de roble. Nunca consiguió tallar nada, a excepción
de una pequeña cruz que arrojó en una esquina, pero de algún modo aquellas horas de lucha contra
lo imposible –su falta de talento como escultor- le imprimieron ese carácter perseverante
e indomable del que siempre había hecho gala… Hasta hoy. Su padre se estaba
muriendo y él apenas se había acordado del viejo en tantos años.
Un murmullo
lejano le hizo abrir los ojos, era ya noche cerrada. Vio un resplandor en el
camino del acantilado. No… eran más de una luz. Parecían una procesión de
candiles. Abrió tanto los ojos que por poco no se le salen de las órbitas.
-¡Dios mío,
la Santa Compaña! – Exclamó, pero el grito murió en su garganta; de su boca,
abierta hasta el infinito, no salió sonido alguno.
La Santa
Compaña, la marcha de las almas en pena, los muertos que no tenían ni cielo ni
infierno y vagaban por este mundo de vivos en la procura de almas que llevarse
con ellos.
La Santa
Compaña… Dejó caer el cigarro y corrió al interior de la casa. Venían a por
papá, seguro. A trompicones entró en el cuarto, Maruja estaba sentada a los
pies de la cama sorbiendo el café recién hecho. El viejo seguía durmiendo,
aparentemente tranquilo.
- La
Compaña, Maru… - Ella ni se inmutó, se limitó a encogerse de hombros.
Ya no se
movió de la habitación en toda la noche, sentado en el pequeño sillón, bajo la
ventana. Los primero rayos de sol le despertaron. Miró a su padre… ¿Su padre? La
cama estaba vacía. Se lo había llevado y ahora estaría vagando por el
inframundo.
- ¡No! –
Gritó con todas sus fuerzas, saliendo de la estancia; al llegar a la cocina el
corazón le dio un vuelco, quedó petrificado en el umbral de la puerta, el viejo
Remigio Carballo estaba sentado a la mesa y tomaba un tazón de caldo con pan de
maíz. Se miraron.
- Ven rapaz,
sienta a mi lado y toma una cunca de caldiño conmigo.
- Papá, pero
papá… La Santa Compaña… -
El hombre se
encogió de hombros y abriendo la camisa le mostró el torso desnudo. De su pecho
colgaba una pequeña y rudimentaria cruz de madera de carballo (roble en
español).
- Aun no era
mi hora.
Afuera se
escuchaba el tañir de las campanas de la iglesia… Tocaban a muerto.
Muy bien escrito. prescindiría de aclaraciones a lectores que no conozcan términos o leyendas. Para eso tenemos diccionarios e internet. Las explicaciones cortan el ritmo del relato. Quizá yo hubiera descrito otro final. El que ve la Santa Compaña es el que muere. Haría que el hijo creyese ciertamente en que su padre moriría pero él sería el muerto, aunque no fuera consciente aún de su muerte. En lo que se refiere a los aspectos descriptivos tienes frases en el relato que son perfectas. Te animo a escribir relatos más largos. La paciencia es la que te llevará de la mano. pronto te verás escribiendo como el que hace un dictado. Esta historia bien podría ser el inicio de algo más largo. Un saludo, amigo Foixo dende Vigo.
ResponderEliminarGran relato, Reca. Todos esperamos un final trágico y nos sorprendes con la "resurrección" del viejo. Tal vez el final alternativo que apunta José Luis también hubiera sido impactante. Un abrazo.
ResponderEliminarRafa, como le dije a José Luis, esa es la idea. Son varias las ideas de lo que representa en realidad la Santa Compaña, tan solo escribí lo que me salió de dentro (muy adentro) a una idea que apuntaron anoche David y Jorge en un relato de fantasmas y apariciones, en el que le hace un regalo en forma de guiño a mi ojito derecho. Un abrazo mi buen amigo.
EliminarJosé Luis, ese es precisamente el final... El muerto ha de ser el hijo, pero no lo sabe. Como sabes siempre va un vivo con la santa compaña, hasta que le pasa el testigo a otro o simplemente se muere. No quería dejarlo tan claro en el relato y que cada uno lo acabe como le parezca o crea. gracias por los consejos, sigo en proceso esponja y no me canso de aprender de todos vosotros, es la única forma de crecer. Oye, somos vecinos: aunque de Cangas mi residencia es Vigo. Un abrazo
ResponderEliminarjajajaja, mi cruz es vivir en el Calvario.
Eliminar¡Qué bueno Foixos! Hablando de casualidades. Cuando leí el relato de Volivar me vino a la mente la Santa Compaña y ¡cómo no! a un gallego como tú. Me encanta que sirviera para este buen relato que nos has soltado. Un abrazo
ResponderEliminarDavid, gracias a ti por la idea y la inspiración. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminar¡Ayssss, cómo me gustan estos relatos!!! Muy bueno Foixos. Me gusta la idea de que el muerto sea el hijo. Puedes escribir algo más largo o la continuación... Un abrazo.
ResponderEliminarAmparo, no quiero ser yo quien termine la historia, pero caerán otras parecidas. Gracias. Un beso y un abrazo.
EliminarGran relato Foixos. Volver a casa no para enterrar a su padre sino para morir. ¿Casualidad o destino?
ResponderEliminarAmbas cosas, Fina. Muchas veces lo que parece casualidad resulta que estaba predestinado y otras es la casualidad lo que provoca que el destino sea diferente. Un beso y un abrazo.
EliminarVaya buen relato Reca¡¡ Llevas a las meigas dentro y nos envuelven en los misterios ancestrales conforme vamos leyendo tus letras. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Asun. Tengo un pequeño secreto: El apellido de mi padre por parte de mi abuela es Soliño... La bruja más famosa de Galicia fue Maria Soliño, de Cangas, mi pueblo... Eso es otra historia.
ResponderEliminarEso no me lo pierdo... ahí sí que hay misterio contundente, a escribir...
EliminarMe ha gustado mucho. El tema me apasiona, a tu narración no le falta suspense y el final... muy conseguido.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato. El tema me apasiona,a tu narración no le falta suspense y el final... lo mejor. Creo que deberías dedicarle más tiempo. 😘😘
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