Cuarenta años han pasado ya. Y como
cada tarde, desde hace cuarenta años, Prudencia se asoma tras la cortina que
cuelga en la entrada de su casa. A través de ese tenue tejido la anciana semeja
un pez atrapado en la red, aunque su expresión es, ciertamente,
la de un pez muerto.
Como cada tarde, desde hace
cuarenta años, la mujer escruta los rostros silenciosos o parlanchines de los marineros
que vuelven de faenar. Se dice que los peces no tienen memoria, pero Prudencia conserva
intacto el recuerdo de cada mirada, cada caricia, cada piropo y cada beso de su hombre. Solo
su esperanza va empequeñeciendo a medida que pasa el tiempo: intuye que Agustín
y sus cuatro compañeros jamás regresarán, pues un océano egoísta y caprichoso se
prendó de ellos y decidió retenerlos consigo.
Prudencia envidia a los peces
muertos sin imaginar que es, desde hace mucho tiempo, uno de ellos. Solo desea
que llegue pronto el día en que el corazón se detenga, para que embarquen su
cuerpo rumbo al paraíso de los pescadores
desaparecidos.
Me encantan tus relatos justicieros, los irónicos y los detectivescos, pero éste me ha gustado también muchísimo, tan melancólico y, sobre todo, la metáfora del pez. Un abrazo grande.
ResponderEliminarGracias, Asun. Valoro mucho vuestros comentarios, para mí sois más maestros que compañeros. Un abrazo.
Eliminar¿Qué hacer cuando se para el reloj? Somos memoria e ilusión, pasado y futuro. Muestras la desazón cuando se pierden ambas cosas. Chapeau Rafa!
ResponderEliminarResulta difícil ponerse en la piel de esas mujeres que pierden en el mar a sus padres, maridos o hijos. Me imagino que es complicado superar cabalmente una prueba tan dura. Gracias, David.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarRafa, estaba seguro que había comentado tu relato... me equivoqué. De todos modos sigo pensando lo que comenté (en sueños, supongo). Tu relato me transportó a mi pueblo en los años sesenta (es un pueblito marinero cerca de Vigo), era una estampa habitual ver a las viudas de marineros en la puerta de casa remendando redes o detrás de la cortina de la ventana -no las recuerdo, las cortinas, en las puertas-... siempre esperando.
ResponderEliminarUn abrazo
Reca, por desgracia aún no conozco Galicia, pero la estampa de la mujer en la puerta detrás de la cortina enseguida me dio la idea del pez y la red. A partir de ahí construí esta historia. Un abrazo y hasta pronto.
EliminarEh, si pensé que era Foixos el que escribía, pero no era el marinero gallego, sino el levantino... Muy buen relato, mejoras tu atmósfera a pasos agigantados rafa, me encanta, un abrazo desde la ya fría Iruña.
ResponderEliminarGracias por tus amables comentarios, Pernando. Un abrazo desde Valencia (imagino que ignoras cómo nos fastidia que nos llamen Levante o levantinos).
EliminarMe ha encantado, Rafa, es uno de esos relatos que no te cansas de leer. Sencillamente: muy bueno.
ResponderEliminarDescribes muy bien el dolor de una mujer de pescador. Siempre con la esperanza, siempre.
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