Matilde Montero se dió cuenta que ya era inevitable. Se había hecho mayor el día que un niñato le preguntó la hora en la calle. No, no se conformó el jovenzuelo ese con hacer una simple pregunta. La llamó señora. Matilde, en principio no le hizo caso, pero al observar que en la parada del autobús tan sólo estaban el niño y ella, abrió sus ojos y descorrió la manga para ver la hora, mientras pensaba...¿señora?, ¿este cabrito me ha llamado señora?. En ese momento llegaba el autobús. Mientras las ventanillas pasaban delante de su cara se fijaba en su rostro reflejado. Las puertas se abrieron y ella corrió dándole un manotazo al niño diciéndole que tenía que dejar paso a una señora.
Vió una plaza libre y se sentó al tiempo que daba un pequeño suspiro. Se enfrentó de nuevo al cristal del autobús llevando su dedo índice a las ojeras que podían adivinarse. De vez en cuando le lanzaba al niño una mirada asesina.
Tocó el timbre al aproximarse a la parada. Esperó a que parase el autobús y se levantó lanzando otro suspiro. Entonces, mientras caminaba hacía la biblioteca, comenzó a darse cuenta que era cierto. Todos los síntomas se habían cumplido ya y comenzó a enumerarlos mentalmente...
... Sin darme cuenta, sí. Fue aquel día el primero. Salí de casa, recorrí cien metros y comenzó a caer una lluvia de nada. ¡Volví a casa a buscar un paraguas!. Después antes de salir revisaba el fogón de la cocina tres o cuatro veces, ¡apagaba las luces!. Siempre salgo con una chaqueta, por si acaso... y me digo así, por si acaso. Salgo siempre con un billete, no con monedas. Me peino en el ascensor. Dios mio... me llaman señora, espero a que el autobús se detenga para incorporarme del asiento y lo peor, ¡suspiro al sentarme y suspiro al levantarme!
Matilde Montero aguardó durante años a encontrarse con aquel niñato, a aquel cabrito que la llamó señora. Un día lo encontró.
- Perdone, señor, ¿me puede decir la hora?.
Disfrutó como nunca cuando vió al cabrito ya convertido en cabrón, calvo, con pelos en las orejas, abrir sus ojos como platos.
- Gracias señor - recalcó después.
Lo inevitable siempre te lo descubre quien te empuja. Y a veces...¡ es tan agradable empujar!
¡Ja! La venganza se sirve fría. Divertido texto. Un abrazo
ResponderEliminarPues ahora que dices, José Luis, sí que jode un poco eso de que te llamen señor... Aunque yo, con la escasa memoria que tengo, en mi vida hubiera reconocido al cabrón en cuestión después de tantos años. Y (creo) tampoco hace el mismo efecto que te lo diga alguien más joven que alguien más mayor (en éste último caso incluso te hace gracia). Un abrazo.
ResponderEliminarJosé Luis, como sabes que tecla tocar... Como jode que a uno le digan la palabra maldita. Muy bueno. Un abrazo desde el Morrazo.
ResponderEliminarPero teconoced... Reconoced que al sentaros suspirais y al levantaros tambien... Señoras y señores.
ResponderEliminarJejeje quién las da, las toma. Nunca nos vemos como Señor/ra. Pero no sé por qué, sí vemos a los demás como tal.
ResponderEliminarPues totalmente de acuerdo contigo: molesta mogollón!!! También he sentido los mismos instintos asesinos que tú. Lo único que no experimento son esos suspiros al levantarme y al sentarme. Me lo haré vigilar... Muy divertido, José Luis!!
ResponderEliminarMuy bueno, la venganza perfecta.
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