Las aspirinas me produjeron una fuerte diarrea. Después de dos horas en los aseos del museo, los guardas se mosquearon y, al verme en esas condiciones, avisaron a la ambulancia y el lavado de estómago me lo practicaron allí mismo. Me sentí como el coche de Sáinz y Molla cuando el jefe de la unidad del S.A.M.U. le decía a su ayudante: “Trata de entubarlo, Carlos, por dios, trata de entubarlo”. Un consejo: nunca tratéis de suicidaros en un museo, es muy romántico y poético, pero poco práctico.
La ingestión de setas derivó en una taquicardia, pero antes deleité a mis conciudadanos con una versión nudista de “bailando bajo la lluvia” con la diferencia de que mi lluvia era la cerveza que me iba echando yo mismo por la cabeza. Todavía me dan arranques de subir y bajar el bordillo cuando escucho la melodía mientras paseo por la calle, y no digamos cuando veo un charco: es que me voy a por él de cabeza a chapotear con el paraguas del revés. Son muy buenas –las setas- y de largo recorrido, me dijo el que me las vendió. Ahora entiendo que era lo que quería decir, y razón no le faltaba, no señor. Todavía los niños del barrio me señalan con el dedo al pasar.
El gas ciudad me dejó un terrible dolor de cabeza porque fue imposible cerrar todas las rendijas que tenía la cocina. Menos mal que la calidad de las construcciones ha bajado, dijeron los bomberos. Hay que joderse con los arquitectos, pensé yo.
Pero lo que me ha llevado al cementerio no ha sido una tentativa lograda de mis ganas por suicidarme, sino “la gamba rayada”. Le dije al maître del restaurante que no quería nada de marisco, que era alérgico... muy alérgico. Ya sé que pedir eso en una marisquería es como abrir un maletín lleno de dinero delante de un político y pedirle que no meta la mano; pero es que el sitio es muy agradable y de lo mejor que había en la ciudad, y una belleza como aquella dispuesta a cenar conmigo no la encontraba yo todos los días, así que pensé que, al menos, buen pescado podría comer: Lomo de rodaballo con salsa de chalotas y pimientos del piquillo reducida con cava me recomendó.
Cuando vi aquel hilito rojo flotando en la salsa supuse que se trataba de alguna piel del pimiento que habría saltado del chino a la cazuela, así que para dentro que es de mala educación dejarse algo en el plato, pero nunca que se tratara de un trozo de bigote de gamba. Ya se lo dije que era muy, pero que muy alérgico al marisco.
Me he divertido un montón con este cuento. ¡Menos mal que murió con buen sabor de boca! Genial,Eufrasio
ResponderEliminarMuy divertido, la alusión al "otro entubamiento" en el primer intento de suicidio me ha encantado. Genial.
ResponderEliminarGenial. Humor negro jaja
ResponderEliminarPero, ¿cuántas veces quiso suicidarse hasta que al final lo consigue? El equívoco final, para morirse.
ResponderEliminarMe encanta, Eufrasio, muy divertido.
ResponderEliminarMuerte por confusión, suicidio no intencionado, todo el relato en sí es un gran equívoco.
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