La verdadera respuesta no la tuve hasta varios años después, cuando me hube casado. Durante el tiempo del azafrán todas las mañanas nos levantábamos antes de que saliera el sol para ir a la plaza del casino donde el capataz nos recogía en su carro para llevarnos con los ojos vendados al bancal donde estaban las amapolas azules. Allí nos poníamos a recoger las flores con la primera luz del alba y terminábamos a la hora del señorito, que no era otra que la del ángelus, pero que mi madre la llamaba así para mofarse del dueño de las tierras por ser a la hora que solía levantarse, según contaban las malas lenguas, porque el señorito vivía muy lejos de allí. Nadie lo había visto nunca. Era a esa hora cuando deshacíamos el camino, pero siempre vendadas hasta que llegábamos al almacén donde nos esperaban las ancianas del pueblo preparadas para desflorar los tres pelos de oro y darnos algún mendrugo de pan duro con el que mojar en ese café de chicoria que sabía demonios y con el que matábamos el hambre hasta la hora de comer.
En una hora todo el trabajo estaba hecho y era el momento de irse cada una a su casa y dios a la de todas. A aquellas viejas desdentadas de pieles cuarteadas les cundía el trabajo, vamos si les cundía. A mi hermana y a mí nos tocaba subir hasta la era del molino de la loma para llevar la cosecha del día a secarla. Nos esmerábamos en poner el azafrán de forma que ninguno de los pelos se tocara entre sí, sin prisa. Así nos lo mandaba el molinero con su caldo de pollo colgando de los labios y la escopeta colgando del hombro, y así obedecíamos nosotras, arrodilladas, durante horas, sin otra cosa más en la mente que hacerlo lo mejor posible. Cuando acabábamos la tarea, el molinero, congestionado, nos daba una hogaza de pan y un trozo de queso para el camino con un beso en la cabeza a las dos, pero yo notaba que conmigo siempre aspiraba el olor de mi pelo mientras me acariciaba la espalda.
Cuando tuve mi primera menstruación mi padre decidió cambiar las azucenas del azafrán por el azahar de las naranjas. Le pregunté durante años el porqué de nuestra marcha y él siempre me respondía que por culpa de los molinos de la loma. Yo no lo entendía porque en Valencia no había molinos de viento, pero sí de agua.
Hizo bien el padre. Mejor nuevos aires que viejos y corruptos!!
ResponderEliminarTengo entendido que es la rosa del azafrán (tengo media parte manchega)No acabo de entender "con su caldo de pollo colgando de los labios" ¿Saliva? Enorme figura retórica donde las haya.
ResponderEliminarQué gran injusticia pagar tanto trabajo con pan y queso y encima, el molinero quería llevarse algo más gratis. Me gustó.
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