Nadie conocía su secreto. Al anochecer, cuando cerraban el
palacio, abandonaban su posición, a menudo un poco hierática y hacían pequeños
estiramientos, despacio primero y siguiendo un orden cósmico: cabeza, brazos, manos,
piernas y espalda. Se desataban los lazos que sujetaban sus largas melenas y se
desprendían de los pliegues de sus ropajes, para lanzarse todas juntas a unas
correrías sin freno por los jardines circundantes. Danzaban, reían y se
abrazaban al son de una música maravillosa que procedía del mar. Soñaban que
eran humanas. Entre risas comentaban los sucesos del día, qué visitante se
había atrevido a tocarlas y cuántas fotos les habían tomado. No, no eran ninfas,
tal vez no recordaran su origen, pero Selene no se atrevía a reflejarlas.
Me ha parecido delicioso tu relato. Se queda una con ganas de más.
ResponderEliminarMuy hermoso y lleno de misterio, Maga.
ResponderEliminarMuy chulo, me imagino a las estatuas correteando enloquecidas por los jardines, jeje, y si las descubren quedarse inmóviles como piedras...
ResponderEliminar¿Selene es la luna? Me imaginaba un grupo de faunos observando y todo.
ResponderEliminarUna hermosa historia de Musas
ResponderEliminarFernando, tú siempre tan voyerur, jeje. Las estatuas también retozan...
ResponderEliminarYo también imaginé a las estatuas así.En cuanto pueden se bajan del pedestal.Y en el fondo, para reirse un poco de nosotros.
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