domingo, 16 de octubre de 2011

Esclavas de piedra


Nadie conocía su secreto. Al anochecer, cuando cerraban el palacio, abandonaban su posición, a menudo un poco hierática y hacían pequeños estiramientos, despacio primero y siguiendo un orden cósmico: cabeza, brazos, manos, piernas y espalda. Se desataban los lazos que sujetaban sus largas melenas y se desprendían de los pliegues de sus ropajes, para lanzarse todas juntas a unas correrías sin freno por los jardines circundantes. Danzaban, reían y se abrazaban al son de una música maravillosa que procedía del mar. Soñaban que eran humanas. Entre risas comentaban los sucesos del día, qué visitante se había atrevido a tocarlas y cuántas fotos les habían tomado. No, no eran ninfas, tal vez no recordaran su origen, pero Selene no se atrevía a reflejarlas.

7 comentarios:

  1. Me ha parecido delicioso tu relato. Se queda una con ganas de más.

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  2. Muy hermoso y lleno de misterio, Maga.

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  3. Muy chulo, me imagino a las estatuas correteando enloquecidas por los jardines, jeje, y si las descubren quedarse inmóviles como piedras...

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  4. ¿Selene es la luna? Me imaginaba un grupo de faunos observando y todo.

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  5. Fernando, tú siempre tan voyerur, jeje. Las estatuas también retozan...

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  6. Yo también imaginé a las estatuas así.En cuanto pueden se bajan del pedestal.Y en el fondo, para reirse un poco de nosotros.

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