Cuando era una niña, recuerdo con gran ternura que mi padre me llevaba casi todos los domingos por la mañana a ver a mi abuela.
Mi abuela vivía durante el invierno con mi tía Rosa pero los veranos los pasaba en Albacete con mi tía Ana, decían que allí hacía más fresco.
Para mí, mi abuela era la clásica abuela, es decir, señora mayor, vestida de negro, peinada con moño bajo, lentes doradas y sentada en un sillón haciendo ganchillo; así era cómo veía a las abuelitas en los dibujos de los cuentos, por lo tanto, me sentía muy orgullosa de tener una abuelita de cuento.
Cuando me acercaba a darle un beso, sentía su olor a limpio y cuando me tocaba la cara sentía la suavidad de la piel de sus manos, que eran blancas, apenas manchadas y con los dedos redondeados. Después me alejaba dando un paso para contemplar su rostro: redondo, de piel muy blanca pero tersa a la vez, sin demasiadas arrugas para la edad que tenía. Su voz sonaba débil, como si se escuchara de lejos y cuando se reía, su risa era profunda a la vez que se escuchaba un sonido metálico,- Es la dentadura postiza.- Decía mi tía Rosa.
Mi abuela era feliz, así lo sentía yo, me transmitía felicidad. Nunca la vi seria ni con mala cara, al contrario, siempre estaba sonriendo y tejiendo aquella interminable pieza de ganchillo que, según mi tía, no iba a tener fin, el médico se lo había ordenado para que mantuviera ágiles sus dedos y su cerebro.
Pero el médico se equivocó en una cosa. Los dedos continuaban ágiles y cumpliendo su labor pero el cerebro…Me di cuenta una de aquellas mañanas dominicales, cuando entré en la salita y la vi hablando con el sacerdote de la Misa de los domingos del segundo canal y no rezaba el padrenuestro precisamente, le hablaba como si lo conociera de toda la vida, hasta me lo presentó como “El tirillas”, de la casa de enfrente.
Mi reacción fue de asombro y de incredulidad a la vez, no sabía si tenía que reír o llorar, miré a mi padre y noté cómo cambiaba la expresión de su rostro,- ¡Pero madre!- Mi tía dijo que llevaba así toda la semana, que había empezado respondiendo al saludo del cura y que terminó conversando sin parar. Así estuvo durante unos años, pocos, pero nos dejó con casi cien años.
Mis abuelos, mis padres…ellos han sido mis referentes. Con el paso del tiempo, somos nosotros los que nos convertimos en referentes de los que vienen detrás de nosotros. Y así sucesivamente hasta…Me resulta difícil establecer un final, el tiempo y las circunstancias que lo rodean es algo totalmente incierto, algo que no podemos manejar a nuestro antojo, que se nos escapa… ¡Y qué rápido…!
¡¡¡Amparo, precioso!!! La verdad es que nuestra abuela daría para un libro de 1000 páginas. Yo recuerdo que para ella todos los que salían en televisión eran de su pueblo. Felicidades y sigue escribiendo.
ResponderEliminarMe parece que el tema del transcurrir del tiempo nos ha puesto a todos, los recuerdos en ebullición.Entrañable.
ResponderEliminarUn bonito homenaje a su figura.
ResponderEliminarBuen comienzo Amparo, perdona si empiezo corrigiéndote, pero creo que tienes potencial y tuya es la obligación de mejorar. En mi opinión, tu texto ganaría si omitieses alguno de los pronombres posesivos (para mi mi abuela), abusas un poco de ellos. De momento esto. Las abuelas son una gran fuente de inspiración.
ResponderEliminarQue suerte haber podido disfrutar de la abuela, ella se hubiera sentido orgullosa de tu texto. Bonito homenaje.
ResponderEliminarMuy bueno Amparo. Qué gran fichaje para V.E.
ResponderEliminarQue suerte de las personas que disfrutamos de nuestros abuelos, que recuerdos... Una historia muy bonita Amparo
ResponderEliminarme encantó Amparo, que suerte de tenerte entre nosostros me gusta mucho la forma que tienes de trasmitir los sentimientos.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros comentarios que me siguen animando a seguir escribiendo.
ResponderEliminarGracias también a Fernando por sus correcciones que me ayudan a escribir mejor. Soy muy "nueva" en esto. Llevaba treintaicinco años sin escribir, que se dice pronto.