sábado, 15 de octubre de 2011

El Café Central

El Café Central

Carlota se sentó en un pequeño café cercano a su casa, estaba cansada de tanto andar, le dolían los pies y tenía los tobillos hinchados. Le gustaba ese café por la alegría que transmitía su decoración llena de color y por su famoso café irlandés, además era un sitio tranquilo. Cuando el camarero le trajo su copa de humeante y aromático café, Carlota entornó los ojos. El olor intenso del café y el aroma amaderado del whisky hicieron que su mente evocara recuerdos de mejores tiempos.
Se encontraba en Viena, con treinta años menos. Estaba sentada en un café, cómo no, saboreando su otro vicio, la tarta de chocolate. Había ido unos días de vacaciones con dos de sus mejores amigas que habían decidido ir de compras, Carlota prefirió esperarlas en el famoso Café Central, recomendado en todas las guías turísticas.
Comía la tarta lentamente, paladeando el sabor del chocolate que se derretía en su boca. En el fondo había un hombre solo, sentado en una mesa mirándola fijamente. Era algo mayor que ella, quizás aparentaba unos cuarenta, llevaba un lápiz en la mano y de vez en cuando parecía trazar algo en un fino cuaderno del tamaño de un folio, cuando levantaba la mirada, sus ojos claros se dirigían hacia ella. Carlota experimentó cierto nerviosismo y trató de calmarlo observando aquél maravilloso lugar. Había leído que en aquel café se habían reunido filósofos y escritores, también se decía que fue allí donde Trotsky había planeado la Revolución Rusa. Sus altas columnas terminaban en labrados capiteles que sujetaban arcos que se cruzaban entre sí, como en una catedral. Las lámparas de tulipas color blanco estaban encendidas, el ambiente era sumamente acogedor. A su derecha, un largo mostrador exhibía, debidamente protegidas, las diferentes tartas y dulces caseros que ofrecía el local a sus clientes. Los camareros, con sus chaquetas cortas granates y pantalones negros iban y venían caminando sobre el suelo de madera que, aún después de tantos años, no había perdido su belleza. De las paredes colgaban enormes cuadros representando retratos de mujeres elegantemente vestidas que Carlota imaginó salidos de la película de Sisi Emperatriz.
El hombre que le observaba se levantó dirigiéndose hacia ella. Carlota tragó saliva, educadamente él le entregó un dibujo. Era ella, su rostro estaba dibujado con trazo rápido pero, aún así, sus facciones, su mirada algo asustada, sus labios marcados y su pelo recogido hicieron que enmudeciera.-Es usted una mujer inquietante, no he podido resistirme a dibujarla, perdone mi atrevimiento-. Carlota sólo podía balbucear.- Gra…, gracias-. Menos mal que aún recordaba algo de francés del colegio de monjas. Recuperando la compostura le pidió que se sentara. Estuvieron charlando, a duras penas, el tiempo suficiente para que ella acudiera al mismo café durante los tres días que le quedaban de estancia en Viena y luego Carlota repitió sus viajes, año tras año, hasta que pasó el tiempo…
El camarero le preguntó si quería tomar algo más. No, se tenía que marchar, en casa le esperaba su marido. Anduvo los pocos metros que le conducían a su domicilio, abrió la puerta y entró a su habitación, quería quitarse los zapatos y ponerse cómoda. Cuando terminó, fue al salón, sentado en una silla de ruedas estaba Vincent, ella le abrazó y le besó en la frente, los ojos claros de él se clavaron en los de ella, ya no sonreía como antes, tampoco podía andar ni hablar ni comer solo. Carlota desvió su mirada a la pared y observó con nostalgia, igual que hacía todos los días, aquél dibujo que Vincent le hiciera años atrás… en el hermoso Café Central.
Amparo Hoyos

6 comentarios:

  1. Bonita historia de final inesperado. Quedaría mejor "ella lo abrazó y lo ...,sus ojos claros...
    Lo mismo sucede más arriba "El hombre que la observaba..." Siempre le quedarán los recuerdos.

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  2. Tienes razón,Malén, el caso es que mientras escribía, estuve dudando pero me dió miedo caer en el leísmo o laísmo, ya no recuerdo muy bien.Volveré a repasar esa lección. Gracias,agradezco las correcciones para no volver a cometer errores.

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  3. Amparo, tienes madera de novelista por tu recreación en el detalle, y lo haces muy bien, pero ahora te envío el decálogo para escribir microrrelatos.

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  4. me ha gustad omucho, pensé que tenía un amante y el final me ha dejado buen sabor de boca, muy romántico.

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  5. No sé cómo explicarlo a distancia, se trata de una sencilla sustitución pronominal. Ej. Perdí la servilleta----la perdí. Perdí el bolso----lo perdí; cuando es persona lleva la preposición a, pero es lo mismo: perdí al novio....lo perdí. Perdí a mi novia....la perdí. Solo le cuando la palabra que sustituyes no recibe directamente la acción del verbo y es C.I.
    Escribí una postal a mis novios.............
    les escribí una postal.
    La historia es comprobar cuándo es C.D. o C.I.

    Le di un beso. Te mando otro.

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  6. Lo empiezas como la pasión turca y lo acabas como mar adentro. Doy la razón a Lucrecia, tus descripciones piden novela.

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