viernes, 4 de mayo de 2012
Locura, también la mía
Varios años han pasado desde mi última visita al que fue mi hogar durante casi una década. Y el caso es que, si me paro a pensar en el porqué de este viaje, no logro encontrar las razones que me han traído hoy hasta aquí. Quizá debería matizar que en mi recobrada cordura, fruto de una superada (pero no olvidada) locura, aún puedo recordar las sensaciones que viví entre esos cuatro muros que ahora alcanzan a ver mis ojos.
El mismo camino de tierra polvorienta, las mismas vistas, el mismo edificio gris, perdido en esta inmensidad verdosa a trazos. El mismo atrezzo, pero ahora, con un guión distinto, pues de mi anterior visita, por suavizar su nombre, no recuerdo apenas nada más que borrosas diapositivas con olor a desinfectante y a química, un sabor oxidado en la garganta, un incesante dolor en la sien y la horrible sensación de no poder moverme, como de tener los brazos atados a la espalda.
No quisiera parecer descortés y sin embargo, aún no me he presentado. Me llamo Teodoro y soy escritor o al menos, una vez lo fui. O al menos, eso dicen mis amigos más íntimos, que presumen de conocer a un escritor famoso, alguien que dedica libros, hace entrevistas, acude a presentaciones… un nombre conocido en un mundo lleno de letras, de frases, de palabras que te llevan al éxito.
Mi éxito, no obstante, pagó un alto precio. Me costó unos años viviendo en la confusión entre realidad y ficción. Podría decirse que perdí el norte, aunque a mí, que soy hombre de pies fríos, me apetecería más disfrutar del sol y el aire del sur. Pero vamos a dejar de hablar de mí, que yo al contrario de aquel viejo amigo mío, “no he venido a hablar de mi libro”.
Lo que aquí vengo a explicaros es una historia que no acierto a clasificar como cierta o falsa, pues como antes os he dicho, hubo un tiempo en que las lagunas de recuerdos, de momentos vividos, de pensamientos y hasta de sentimientos, inundaron mi ser.
Sin embargo, no he dejado de pensar ni un solo día de estos diez últimos años en aquel hombre de mirada triste y perilla afilada, como de punta de lanza, que encontré un día sentado en el jardín.
Era una mañana de temperatura agradable, iluminada por un sol rojizo de otoño que me calentaba la espalda mientras paseaba por los jardines del hospital psiquiátrico, cuando al levantar la cabeza, le vi. De pie, quieto, cual muñeco en un museo de cera. Sus ropas largas y negras despertaron mi interés y me acerqué sin apartar la vista de aquel desconocido, preguntándome cuando habría ingresado en el centro, pues no le había visto nunca. Y en esto, os aseguro, no hay error posible, pues su aspecto no me habría dejado indiferente.
- Buenos días, señor- dije alargándole mi mano- me llamo Teodoro ¿Cómo está usted?
- Buenos días nos dé Dios – contestó el desconocido inclinando su cabeza a modo de reverencia- ¿Qué buenas nuevas me trae de la provincia? ¿Acaso tiene usted noticias del hidalgo caballero y sus andanzas?
Rompí en sonoras carcajadas ante la ocurrencia de aquel extraño tipo que parecía caído del cielo con la misión de alegrarme aquella mañana de domingo. Sin embargo, él no se reía y me miraba con una mueca mezcla de enfado e incredulidad, como si él no hubiese entendido la broma.
- Es usted muy gracioso, la verdad- le dije-. Ya llevaba yo tiempo sin reír a carcajadas.
- Disculparme usted merece, pues no entiendo tal estruendo ni aún su comportamiento- contestó manteniendo su postura rígida- Sepa usted- prosiguió- que al buen hacer jamás le falta premio.
De nuevo rompí a reír ante aquel extraño, ahora serio y con semblante de pocos amigos. Abrí la boca para decirle algo, cuando se me adelantó diciendo:
- Permita vuestra merced este osado atrevimiento ¿Es la falta de cordura la que motiva su comportamiento o es su atrevimiento el que de mí provoca sus risas?
- Perdóneme, perdóneme usted- le dije controlando a duras penas mi ataque de risa- es que es usted un tipo muy ocurrente. Permítame que vuelva a presentarme, me llamo Teodoro – y volví a alargarle la mano.
- Don Miguel de Cervantes, para servirle a Dios y a usted- contestó con una reverencia idéntica a la anterior y respondiendo a mi apretón de manos con un tacto suave y frío.
Casi como con miedo, di un paso atrás para observar a aquel extraño personaje al que no sabría si calificar de loco o de cuerdo disfrazado que se hacía pasar por loco. Me inclinaba más hacia esta segunda opción, pues la visión del hombre se me antojaba verdaderamente un cuadro de El Greco.
- ¿Miguel de Cervantes? ¿Cómo el escritor, el autor de Don Quijote de la Mancha?- pregunté incrédulo.
- El mismo que viste y calza ¿Podría vuestra merced darme buenas nuevas del hidalgo caballero, si es dicha de usted el haberle conocido?
- ¿Conocido a quién?- pregunté, reconozco, elevando un poco el tono de voz, pues la situación empezaba a parecerme ridícula- ¿A Don Quijote?
- Pues así se le conoce en estas tierras, el hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha- me dijo atusándose con ambas manos un tieso y fino bigote- Un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
¡Y ahora se pone a recitar! me dije para mis adentros. Este hombre está para que lo encierren, pensé, al tiempo que caí en la evidente cuenta del lugar en el que estábamos y decidí seguirle el juego.
- Pues sepa usted- le dije- que no hará más de una hora que salió raudo y veloz en su caballo en dirección a…. al norte, si- proseguí un poco indeciso, señalando con el dedo hacia ningún lugar concreto – y a no mucho tardar, seguro que vuelve de su paseo.
Me giré hacia mi nuevo y extraño amigo y comprobé con asombro que el semblante de su rostro había cambiado. Ahora me miraba con ojos satisfechos, como si hubiese encontrado en mí a alguien con quien compartir sus confidencias.
- Ha usted de saber- me dijo con un tono alegre que no encajaba con su blanca tez- que nuestro gallardo amigo, valientes días ha corrido por estos nuestros mundos de Dios. De grandes hazañas soy sabedor, pues de su misma boca las he oído yo. Penas, hambre y soledad ha sufrido, más no por eso ha interrumpido su cabalgar deshaciendo todo género de agravio, encontrando y superando cuantiosos peligros de índole insospechada. Y de ahí, estimado amigo, se cobra un nombre que sin duda eterno será y aún, es más, también su fama ha de perdurar.
- ¿Y podría usted, noble caballero, compartir con este fiel servidor algunas de sus hazañas? – pregunté, sorprendido del uso que hacía de un lenguaje tan extraño para mí- Sepa usted que por desgracia, no he tenido el inmenso placer de compartirlas yo con tal valiente caballero.
- Con gran orgullo y placer hacérselas saber he de hacer a vuestra merced- me dijo con la mirada fija en algo o en alguien detrás de mí-más ruego me disculpe este quehacer. Será después, pues ahora arduas tareas reclaman mi atención.
Volví la vista atrás y me encontré con los ojos de Javier, enfermero del hospital.
- ¿Qué hace usted aquí Don Teodoro?- me preguntó- ¿Con quién hablaba usted?
A punto estuve de contestar a su pregunta, cuando al volverme, no encontré más que un grueso tronco de roble y sentí como si se me helara la sangre.
- Con nadie, no hablaba con nadie- acerté a decir- Solamente recitaba unos versos en voz alta ¿Conoce usted la historia del hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha?
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Ya te lo dije, Carmen. Es un texto muy entretenido, y con una idea genial.
ResponderEliminarLocura dentro de la locura. ¿o es cordura?
Se te escapó esto: "el por qué de este viaje" ("porqué" todo junto y con acento, cuando es un sustantivo)
¡Muchas gracias, Geli! He corregido ese "porqué". Un aRbrazo de esos... :-)
EliminarMuy bueno, Carmen, me ha encantado. Muy original, además. No esperaba este final, me ha encantado.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Manuel!
EliminarCarmen una delicia leer tus historias. Espero que sea más amenudo
ResponderEliminar¡Gracias Fina! La verdad es que ahora tengo poco tiempo.Yo me quedo con la boca abierta cuando veo la facilidad con la que los compañeros y compañeras escriben y el nivel que hay en este blog! A mí me cuesta lo mío, así que publicar más amenudo es complicado para mí. Pero de verdad que lo voy a intentar! Gracias otra vez!
ResponderEliminarUn relato perfecto. Lo he leído varias veces porque me ha gustado. Publicar a menudo dices que te cuesta. No publiques a menudo. Eres una talladora. Y pules bien las palabras. Por eso tómate todo el tiempo. No pierdas ese hábito de trabajo que tienes. Ese período de gestación necesario hace que tus escritos nazcan sabiendo andar. Juega también a dar pasos de baile, pero estás llamada para ser coreógrafa, creadora de bailes. Un saludo
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias por este comentario tan alentador!Saludos
EliminarMuy bueno, Carmen, sin duda nos hallamos ante otro loco atacado por el virus de la literatura. Cuidado, es muy peligroso.
ResponderEliminarUn pequeña corrección: Y el caso es que, si me paro a pensar en el porqué de este viaje, no logro encontrar las razones que me han traído hoy hasta aquí.
Es solo un pequeño desplazamiento de la coma, a mi me parece que queda mejor.
¡Gracias, Lu! Desplazada esa coma.
Eliminar¡Un abrazo!
Muy buena historia Carmen, qué suerte que tu protagonista se tomara con Don Miguel en su locura, seguro que fue muy inspirador. Estoy con Jose Luis, publica cuando tengas un producto acabado y así la calidad seguirá nutriendo a este grupo de locos por la literatura.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Espero estar a la altura. Saludos!
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