Sus padres la llamaban Amparín,
aunque a ella no le gustaba ese nombre. Prefería que la llamasen Amparo. Pasó
su niñez aterrorizada por los ruidos de los motores de la aviación que lanzaban
bombas muy cerca de su casa, en el barrio de Ruzafa. Entonces todavía se podía
jugar al sambori en la calle. Era su juego preferido y siempre ganaba. Pulía
sus piedras con sumo cuidado, para que se detuvieran siempre dónde ella quería.
Pasados los tres años que duró la
guerra, Amparín vió truncados sus deseos de seguir estudiando. Ninguna niña,
que ella conociera, lo hacía. Los padres las mandaban a los cursos de corte y
confección para que trajeran dinero a casa, que tanta falta hacía y luego, si
algún hombre se fijaba en ellas, casarlas. Era el único modo de salir del
hogar. También existía la alternativa del convento o, si la vocación no era
suficiente, a vestir santos.
Amparín fue una buena alumna,
tanto con la máquina de coser como a mano. Sus largos y delgados dedos se
deslizaban por los tejidos más finos y blancos que su maestra sólo reservaba
para ella. “El traje de novia de Maruchi Prieto, que lo haga Amparín. Nadie más
lo debe tocar”.
En el tranvía, de vuelta a
casa, Amparín conoció a Paco. Procedía de un pueblo de Albacete y, por si fuera
poco, trabajaba en una mercería. Alto, moreno y guapo, era el tercero de siete
hermanos, entre chicos y chicas. Se enamoraron y transcurrido el tiempo de noviazgo
se casaron. El no quiso que Amparín
siguiera cosiendo. La quería en casa, con sus hijos, como debía de ser. Ella
le obedeció y su deleite por la costura lo conservó cosiendo para los dos hijos
que tuvieron.
Paseaba por los escaparates donde
se exhibía ropa infantil que jamás podría comprar con el sueldo de su marido y
ella, al volver a casa, con cualquier retal de tela adquirido después de
regatear un buen rato, confeccionaba pantalones para su hijo y preciosos
vestidos para su niña. Las vecinas siempre giraban la cabeza al verlos salir de
casa, tan limpios y tan guapos, con sus trajes nuevos. “Caray Amparín… ¿cómo lo
haces?”. “Con las manos y mucha paciencia, Doña Chari”.
Barrio de Ruzafa, Valencia 2012
Ana, teclea en su portátil. Está
poniendo fin al último trabajo que le queda para terminar su máster. Se levanta
para descansar la espalda y los brazos. Se prepara un café y se acerca a la mesilla de mármol que tiene junto a la
ventana abierta. Las patas son negras, de hierro fundido. Forman volutas y las
une un travesaño del mismo material en el que se puede leer “SINGER”. Acaricia
con sus dedos largos y delgados la foto enmarcada de su abuela, se sienta y
pone los pies en el pedal, los mueve arriba y abajo y aún recuerda el sonido que escuchaba de niña: "taca-taca-tacta..."
Es un relato muy tierno, entrañable, bien situado en la época. ¡Me encanta! Sólo échale un ojo a esto, a ver qué te parece:
ResponderEliminarPrefería que la nombrasen Amparo
ganaba, pulía (punto en vez de coma)
cuidado, para (fuera coma)
Sus padres, las mandaban (fuera coma)
fijaba en ellas, a casarse. (no me cuadra "a casarse", prueba con "casarlas")
Mil besos.
Prefería que la nombrasen Amparo (prueba "Prefería Amparo".)
EliminarCreo que lo he "pulido" un poco más. Espero que ahora esté bien.
EliminarGracias, Geli, por las correcciones y a Lú, que también ha contribuído.
EliminarAmparo quítale la "a" "a casarlas". Deja solo el verbo.
EliminarHecho, Geli. Mejor así.
EliminarMe ha gustado mucho ese giro final, ese caricia de Ana al recuerdo de su abuela. Un relato hermoso!
ResponderEliminarEnternecedor relato, prima, más cuando conoces, como yo, a todos los personajes. Me gusta mucho.
ResponderEliminarGracias, Lú. Creo que lo voy a dejar así, pero si veis algo...me lo decís.
EliminarPrecioso, Amparo. Me ha parecido muy tierno y emotivo. Enhorabuena!!!
ResponderEliminarGracias, Lara. Anímate y escríbenos uno.
EliminarAmparo, qué buen relato, me ha recordado a mi abuela, a mi madre y atodas las historias que escuché de niño. Lo has escrito con emoción y ternura, se nota que sabes de lo que hablas, es realmente bueno.
ResponderEliminar¡Gracias, Fernando! Puesto que también has oído historias similares...escríbenos una, que lo haces muy bien.
EliminarYa está! Te lo dedico porque creo que me ha vuelto la inspitación después de leer el tuyo. Un besico.
Eliminar¡¡Gracias Lara, me ha encantado, es precioso!!
EliminarMuy bien, Amparo!! Tierno y real, al mismo tiempo.
ResponderEliminarMuy bueno, Amparo. Me gusta la comparación de las dos épocas y el contraste de ellas.
ResponderEliminarGracias a los dos, Malén y Manuel!!!
ResponderEliminarAmparo es un relato muy bonito. Ana recuerda a su abuela, y conserva la máquina de coser. Yo también conservo la radio antigua de mis abuelos y cuando la miro y la acaricio me acuerdo de ellos. Gracias por hacer que hoy que no tengo la radio a mi alcance todavía, (está en mi otra casa, a ver si me la traigo), me acuerde de mis abuelos.
ResponderEliminarSi, tráete esa radio, también te puede servir como inspiración.
EliminarMuy bueno Amparo, en mi casa también hay una SINGER cargarda de recuerdos similares.
ResponderEliminarGracias Yolanda.
EliminarBonito homenaje a una época en la que la máquina de coser era imprescindible, siempre que la guiaran sabias manos.
ResponderEliminarGracias, Dori.
EliminarHola, Amparo. Me parece un relato muy bien medido en cuanto al tiempo. Con mucho lujo de detalles, como a ti te gusta y, sin duda, nuy íntimo y cercano a la realidad. Bravo por el esfuerzo. Un abrazo.
ResponderEliminarBienbevenido, Eufrasio y gracias por el comentario.
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