Los tres tenores de los fogones
llevaban toda la mañana batiendo claras a punto de nieve, a mano, llevados por
un frenesí, por un celo profesional, que sólo los genios o las minorías pueden
entender. Uno de ellos propuso sustituir los huevos de gallina por los de
avestruz, a lo que los otros dos se negaron en redondo, es decir, en 360º, lo
que les llevó al principio de la discusión. Las claras a punto de nieve
empezaban a subir como montañas de manera temeraria. Alguien precisó que, más
que una subida, se trataba de una auto escalada.
Era la primera vez que las gentes del
lugar veían nevar en pleno mes de Julio de esa manera tan dulce, pero nadie se
opuso ni dijo nada en contra, ni mucho menos los abuelos que, entre disimulos,
se dedicaban a realizar catas infinitas digitales –con el dedo, para
entendernos-.
Entre tanto, 2500 gallinas se
manifestaban a golpe de pancarta a las puertas del campo –como si pudiera
ponérsele puertas al campo- reivindicando su derecho a ser madres y no unas
simples productoras de abortos. Las protestas se tradujeron al esperanto en un
canto coral, justo y necesario, pero contraproducente con el silencio requerido
-¿dónde se ha visto nunca que un paisaje nevado parezca un gallinero?-, además,
el espesor del merengue seguía aumentando y el paisaje ya estaba a punto –a
punto de nieve, cómo no-. La congestión de los chef les confería a sus rostros
un peligroso aspecto rojo, parecía como si alguna vena del cuello fuera a
desprenderse como un látigo y le saltara a alguien un ojo; y la tercera edad
aumentaba sus índices de azúcar en sangre para desesperación de sus médicos de
cabecera -demasiado mayores para aprender “de familia”-.
-Acción-, se oyó desde el fondo y el
carruaje de caballos negros al galope sin cochero cruzó a toda velocidad levantando
nubes de nieve dulce.
-¡Corten, a positivar!- Alex y
Alejandro se miraron, esbozaron algo parecido a una sonrisa y se besaron –el
lector imaginará dónde-. Decidieron que la próxima se rodaría en febrero, pero
con efectos especiales digitales, no manuales.
Epílogo: los tres tenores no volvieron
a batir MÁS un huevo en su vida. Las 2500 gallinas siguieron manifestándose en
contra del aborto de sus huevos, pero en otro escenario. Los caballos negros
AÚN siguen cabalgando con el carruaje a cuestas porque no había cochero que los
parara.
Epílogo final: El valle quedó
impregnando de por vida de un profundo aroma merengue, sobretodo en verano.
Pero lo más importante es que el huevo, al secarse, le confirió tal rigidez y
estabilidad a los colores de la estampa que la convirtió en un fresco invernal,
lo que no dejaba de ser paradójico, si no redundante... porque en invierno
siempre suele hacer fresco.
P.D.: Nadie del equipo de rodaje quiso
hablar del diámetro de las burbujas del merengue.
Jajaja, ya el título presagia el contenido, se echaba de menos tu humor por aquí.
ResponderEliminarQuédate.
Muy bueno, Saluditero. Ya sabes que me encanta el merengue aunque lo prefiero en plato y sin cerveza.
ResponderEliminarJajajaja,...¡qué divertido! Las gallinas manifestándose por sus abortos,...jajajaja, y los de la tercera edad y sus índices de azúcar. Saluditero, como dice Yolanda, quédate.
ResponderEliminarÉchale un ojo a: "sobretodo" (separado), "gentes" (sin s)
Creo que ya te lo he dicho en el Fb. Me ha encantado, adoro los relatos con sentido del humor y éste lo tiene. Todos queremos que te quedes más.
ResponderEliminarMuy bueno, Eufrasio. Me encantan los cambios de escenas y la forma en que te mueves sobre ellas...bien por el humor.
ResponderEliminarCuánto te echaba de menos Eufrasio. Menuda imaginación, más te vale sacar esas historias de la cabeza al papel, porque si las dejas dentro el daño podría ser irreparable.
ResponderEliminarJajajaja,... "irreparable", ¡qué divertido el comentario!
EliminarUn placer leerte Eufrasio. El humor es la chispa de la vida. Enhorabuena
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