Todo iba a pedir de boca.
Mateo tenía una familia: Laura, su mujer, y la pequeña Andrea, el verdadero tesoro de
su vida; y también, un trabajo en el banco.
Recién duchado, afeitado,
con aquella fragancia fresca y varonil, desayunaba con Laura un café bien
cargado y una tostada con aceite y sal. Luego, despertaba a su hija. Le
apasionaba cómo le rodeaba el cuello con sus brazos regordetes y le daba «aquel
beso de esquimales» -decía, que consistía en frotar su naricilla contra la suya.
Vestido con discreta elegancia, maletín en mano, salía de casa con el semblante
sereno y la seguridad en el paso.
Todo iba a pedir de boca,
sí. Cruzaba la ciudad de punta a punta en el metro, y en el bar de Manolo se
cambiaba de ropa. La primera vez que lo vio surgir del baño, vestido de esa
guisa, se rió pero pronto se acostumbró y antes de que se lo pidiera, ya le
tenía preparado un café bien cargado. Después, lo veía caminar hacia el banco
de la plaza, frente a su establecimiento, en una zona muy transitada. Eso era, precisamente,
lo que necesitaba Mateo.
En aquel banco de madera,
desplegaba cuanto requería para entretener a su público: un juego de cartas,
unas esposas, un sombrero de copa, unas bolas y un libro de cuentos. Su
espectáculo era como tantas otras funciones callejeras, pero a la vez, no lo
era. La diferencia radicaba en la actitud de Mateo. Él vivía cada una de
aquellas sesiones como si se tratara de la última. Se dejaba la piel, su piel
de artista, en cada juego malabar, en cada truco de magia. Adquirió una fama
relativa como “cuentacuentos”. Era increíble. Poseía una voz profunda que
modelaba según el personaje que interpretara. Mateo disfrutaba de aquellas
mañanas como nadie. Las gozaba con deleite.
Al final de cada función,
volvía al bar, recuperaba su aspecto de respetable banquero y se marchaba con
un “hasta mañana, Manolo"; y Manolo, lo veía alejarse con un
sentimiento agridulce: una suerte de admiración y pena, a partes iguales, por
aquel hombre que parecía habitar en otro mundo.
Todo iba a pedir de boca,
sí. Mateo regresaba a casa y le contaba a Laura con todo lujo de detalles –su imaginación
no tenía límites- las transacciones bancarias que había tenido que realizar, la
volatilidad de los mercados, lo que sucediera en la reunión con el director y
hasta lo que comentara Gutierrez sobre la nueva cajera.
Laura agradecía aquellas
confidencias. Bien sabía ella la suerte que tenía con Mateo. Estaba cansada de
oír a sus amigas quejarse de lo poco comunicativos que eran sus maridos.
Además, era un cielo con Andrea, y la niña adoraba a su padre.
Todo iba a pedir de boca,
sí, hasta que una tarde –de eso hacía dos meses- Laura le planteó aquella
absurda idea: dejar su puesto de técnico superior en la multinacional para la
que trabajaba, y montar su propia consultoría. Cuando se casaron, acordaron
vivir del sueldo de Laura y que Mateo invirtiera el suyo, en diferentes
productos bancarios con la finalidad de alcanzar la vejez sin penurias
económicas. O eso, al menos, es lo que había creído Laura, hasta que le vio
palidecer cuando le pidió que vendiera algunas acciones o cancelara alguno de
los fondos de inversión, para poder cubrir los gastos iniciales del alquiler del
local y el equipamiento de la oficina.
Laura jamás pudo entender
cómo Mateo le había mentido de esa manera, ni comprendió que las inclinaciones
artísticas de Mateo eran la esencia misma de su persona, que sus mejores rasgos
-aquellos que la enamoraron y la acercaban a él- provenían de la fantasía con la que encaraba la vida. No era egoísmo sino, quizás, un grado de inmadurez
inapropiado para un hombre de su edad.
Mateo
abandonó la vivienda conyugal sin acabar de vislumbrar en su justa medida, la
irresponsabilidad de sus actos y dirigió sus pasos hacia el único lugar en el
que la vida cobraba verdadero significado para él; allí, donde sin lugar a
dudas, todo iba a pedir de boca.
Este relato ha surgido de un híbrido. Comencé a escribirlo pensando en el viejo de las palomas, pero no sé por qué asociación de ideas, me vino a la cabeza la película "La vida de nadie". Este es el resultado.
ResponderEliminarPues un resultado genial, Geli. Sin leer tu comentario, también he creído que era sobre el señor de las palomas, pero, a la vez, también me recordaba a una película cuyo título ya había olvidado hasta que tú me lo has recordado.
ResponderEliminar¡Muy bueno!
Me ha gustado, Geli. No he imaginado al señor de las palomas sino a un artista callejero muy bien caracterizado en su papel. ¿La vida de nadie es un película de Coronado?
ResponderEliminarAsí es, Lu. Me gustó mucho esa peli.
EliminarUna gran idea tu asociación de ideas, Geli! Me ha gustado mucho. Y espero que Mateo sea feliz en su banco, ocupando el tiempo en hacer aquello que le sale "a pedir de boca". Un abrazo!
ResponderEliminarMuy bien Geli, al principio, me ha chocado que utilizases ese tiempo verbal en el relato, luego me pareció lo mejor. Yo sólo cambiaría esta frase: "provenían del modo fantasioso en el que encaraba la vida", por "provenían de su fantasía". El relato es muy bueno, amiga.
ResponderEliminarMuy bien, Geli. Yo de la frase de Fernando solo cambiaría la preposición "con el que encaraba..."
ResponderEliminarMuy bueno, Geli. Parece que las ideas son algo vivo, comienzas pensando en una e, irremisiblemente, pueden hacerte cambiar el rumbo de lo que tenías definido.
ResponderEliminarMe gusta la sinceridad del personaje consigo mismo.
Gracias a todos por vuestros comentarios y aportaciones. ¡Sois unos lectores muy agradecidos! jajajaja...
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