miércoles, 9 de mayo de 2012

Dandy, historia de un aroma


Tengo una especie de manía personal que es la de buscar el adjetivo que mejor califique a quienes voy conociendo. En mi caso, como reza el dicho, “la primera impresión es la que cuenta”, porque pocas veces me equivoco al etiquetar a quienes me rodean.

Cuando le conocí pensé de él que era un fisgón. Y no me equivoqué. En un par de días de convivencia confirmé mi teoría y a eso contribuyó el observar que en todo momento andaba metiendo las narices en todos los asuntos ajenos sin mostrar vergüenza alguna. 

Era un tomo extraviado de una colección de perfumes y quizá de ahí su afán por olisquearlo todo. Recuerdo que incluso pensé que en su caso, la genética debía tener la culpa de esa manía y que él era fisgón, sí, pero por naturaleza. 

Siempre perfumado y presumido, vestía unas elegantes tapas duras de color crema y un “2” pintado en negro brillante en la solapa. La belleza de sus páginas le otorgaba un aire atractivo y la verdad es que, según él mismo me comentó,  solía tener mucho éxito entre las revistas de moda y tendencias y las del corazón. Sin embargo, no despertaba el interés de las enciclopedias, a quienes consideraba unas sabihondas y unas sosas sin remedio.

Cada vez que paseaba sus páginas por la sección de cultura general e  intercambiaba una broma con alguna de ellas, solía recibir como respuesta un gráfico de datos, un refrán o una definición tan larga y confusa que para cuando terminaba de escucharla ya no se acordaba ni de la broma. A veces incluso le soltaban alguna fresca haciendo referencia al santoral o  recibía como única respuesta un golpe seco de aire con olor a papel nuevo. Y es que, no es por nada, pero,  las enciclopedias nadie acostumbra a manosearlas y no les toca mucho el aire. Por eso siempre desprenden ese olor a nuevo. Quienes las conocen bien saben que solamente juguetean con sus páginas cuando escuchan los piropos que les dicen los diccionarios desde las estanterías de idiomas. Podría decirse que son “selectivas” en sus amistades.

El caso es que Dandy, como todos le conocían, sabía todo lo referente a perfumes y manías olfatorias de cualquier famosa que se precie y pasaba las noches y los descansos de la hora del almuerzo haciendo corrillos en la sección de revistas, comentando cuchicheos, amoríos y trifulcas familiares de actores, actrices, cantantes o presentadores de televisión.

Un día de inventario nos quedamos solos encima del mostrador y se me ocurrió preguntarle cómo había llegado a El asilo del libro. Me contestó que no recordaba quién le llevó hasta allí, pero que pasó muchos años viviendo en una caja de cartón con la única compañía de unos cuentos infantiles llenos de garabatos, una guía de viajes de la India y un libro de cocina de una máquina de esas que se programan y cocinan solas. Guisatelotú 2000 o algo así, le parecía recordar que se llamaba. 

Me estuvo explicando que estaba harto de escuchar las disputas entre la guía de viajes y el libro de cocina, sobre si era más sano cocinar de forma tradicional o si por el contrario era mejor utilizar electrodomésticos programados para llegar a casa y tener la comida lista al instante. “Además” me dijo enojado “me aprendí de principio a fin toda la historia de Caperucita y su abuela con puntos y comas incluidas y tengo la lista de ingredientes de la dichosa cestita grabada en el tímpano”.

Era un buen libro, ese Dandy, ya lo creo. Echo mucho de menos esas conversaciones de noches enteras en las que me explicaba los intercambios de opiniones que había tenido con los clásicos y las juergas nocturnas que se montaban cuando llegaba algún manual sobre cómo preparar los mejores cócteles.
Podía pasarse horas jugando a inventar rimas con los libros de poemas y durante un tiempo estuvo muy unido a una antología poética de Benedetti. Se sabía de memoria su poema “Táctica y estrategia” y se paseaba por la sección de moda recitando sus versos a voz en grito, abriendo y cerrando las páginas y llenando todo el ambiente de ese olor suyo tan embriagador.

La última noche que estuvimos juntos la pasamos medio muertos de risa charlando con un viejo libro de chistes que alguien había dejado allí esa misma tarde. Dandy comentó que había perdido la cuenta de todas las buenas amistades que había ido conociendo a lo largo de su estancia en el asilo. “A mí no se me lleva nunca nadie” dijo intentando aparentar indiferencia, “y es algo normal, por supuesto ¿Quién necesita un coleccionable de perfumes solitario? Las colecciones inacabadas estamos destinadas a terminar nuestros días en una planta de reciclaje. C’est la vie”.

A la mañana siguiente, hubo bastante movimiento en el asilo. A muchos de nosotros nos pusieron en cajas ordenados por secciones e incluso por orden alfabético. Pasamos el día al aire libre, encima de unas mesas de esas plegables de las ferias. La gente nos cogía, nos miraba por un lado y por el otro, nos ojeaban y a algunos, volvían a dejarnos más o menos en el mismo sitio del que nos habían cogido.
Al terminar el día, medio mareado, fui en busca de mi amigo para intercambiar impresiones pero no le encontré en la estantería de libros sin clasificar.
Anduve arriba y abajo llamándole e incluso pregunté a las sabihondas enciclopedias, pero nadie supo qué había sido de él.
Supongo que alguna nariz tan fisgona como la suya no pudo resistirse a ese aroma a vida tan peculiar que desprendía mi amigo.

17 comentarios:

  1. Creo que me he enamorado de Dandy...

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  2. Guau, Carmen, ¡qué historia tan entrañable y tan amena! He disfrutado leyendo tu semblanza sobre Dandy.

    No hay peros que valgan a excepción de una tilde que debió marchar con Dandy: era fisgón, sí, pero por naturaleza.

    Y prueba esta frase de este modo a ver qué te parece:

    "A veces incluso le soltaban alguna fresca haciendo referencia al santoral o recibía como única respuesta un golpe seco de aire con olor a papel nuevo."

    ¡Precioso, divertido, tierno, ameno, muy ameno! ¡Qué bien que vinieras y te quedaras entre nosotros!
    Un abrazo

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    1. Gracias Geli! Ya corregí la tilde y la frase. Muchas gracias. Un aRbrado de esos eRnormes!! =)

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  3. Ha sido un placer sumergirme en esta historia de libros. Siempre lo imaginé, pero ahora no me quedan dudas acerca de que están vivos.
    Un beso, Carmen!

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    1. Leire, qué bueno verte por estos lares! Gracias por tus palabras! Un besote!!

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  4. Escribes muy bien, Carmen, me ha encantado esta historia. Haces que se simpatice con tu personaje desde el principio. Enhorabuena.

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  5. Muy bueno, Carmen, un día de estos tendremos que publicar un libro que se llame Valencia escribe relatos largos.

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    1. Gracias Lu! Lo siento si me excedí... no supe pararlo!! Un abrazo!

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    2. Estoy de acuerdo con escribir algo un poco más largo de vez en cuando, sobre todo si tiene esta calidad y se lee así de bien Carmen.

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  6. Pues no es mala idea, Lu, ya que hay relatos que exigen explayarse un poco más en ellos.

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  7. Muy bonito Carmen. He imaginado a través de tu relato a los libros hablando y moviéndose por la librería. ¡Bien conseguido!

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  8. Muchas gracias, Amparo. Lo pasé muy bien mientras lo escribía. Me alegra haber sabido transmitirte las imágenes. Un abrazo!

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