Tengo una especie de manía personal que es la
de buscar el adjetivo que mejor califique a quienes voy conociendo. En mi caso,
como reza el dicho, “la primera impresión es la que cuenta”, porque pocas veces
me equivoco al etiquetar a quienes me rodean.
Cuando le conocí pensé de él que era un
fisgón. Y no me equivoqué. En un par de días de convivencia confirmé mi teoría
y a eso contribuyó el observar que en todo momento andaba metiendo las narices
en todos los asuntos ajenos sin mostrar vergüenza alguna.
Era un tomo extraviado de una colección de
perfumes y quizá de ahí su afán por olisquearlo todo. Recuerdo que incluso
pensé que en su caso, la genética debía tener la culpa de esa manía y que él
era fisgón, sí, pero por naturaleza.
Siempre perfumado y presumido, vestía unas
elegantes tapas duras de color crema y un “2” pintado en negro brillante en la solapa. La
belleza de sus páginas le otorgaba un aire atractivo y la verdad es que, según
él mismo me comentó, solía tener mucho éxito
entre las revistas de moda y tendencias y las del corazón. Sin embargo, no
despertaba el interés de las enciclopedias, a quienes consideraba unas sabihondas
y unas sosas sin remedio.
Cada vez que paseaba sus páginas por la
sección de cultura general e intercambiaba una broma con alguna de ellas,
solía recibir como respuesta un gráfico de datos, un refrán o una definición
tan larga y confusa que para cuando terminaba de escucharla ya no se acordaba
ni de la broma. A veces incluso le soltaban alguna fresca haciendo referencia
al santoral o recibía como única respuesta un golpe seco de aire con olor a papel nuevo. Y es que, no es por nada, pero, las enciclopedias nadie acostumbra a
manosearlas y no les toca mucho el aire. Por eso siempre desprenden ese olor a
nuevo. Quienes las conocen bien saben que solamente juguetean con sus páginas
cuando escuchan los piropos que les dicen los diccionarios desde las
estanterías de idiomas. Podría decirse que son “selectivas” en sus amistades.
El caso es que Dandy, como todos le conocían,
sabía todo lo referente a perfumes y manías olfatorias de cualquier famosa que
se precie y pasaba las noches y los descansos de la hora del almuerzo haciendo
corrillos en la sección de revistas, comentando cuchicheos, amoríos y trifulcas
familiares de actores, actrices, cantantes o presentadores de televisión.
Un día de inventario nos quedamos solos
encima del mostrador y se me ocurrió preguntarle cómo había llegado a El asilo
del libro. Me contestó que no recordaba quién le llevó hasta allí, pero que pasó
muchos años viviendo en una caja de cartón con la única compañía de unos
cuentos infantiles llenos de garabatos, una guía de viajes de la India y un libro de cocina
de una máquina de esas que se programan y cocinan solas. Guisatelotú 2000 o
algo así, le parecía recordar que se llamaba.
Me estuvo explicando que estaba harto de
escuchar las disputas entre la guía de viajes y el libro de cocina, sobre si
era más sano cocinar de forma tradicional o si por el contrario era mejor
utilizar electrodomésticos programados para llegar a casa y tener la comida
lista al instante. “Además” me dijo enojado “me aprendí de principio a fin toda
la historia de Caperucita y su abuela con puntos y comas incluidas y tengo la
lista de ingredientes de la dichosa cestita grabada en el tímpano”.
Era un buen libro, ese Dandy, ya lo creo.
Echo mucho de menos esas conversaciones de noches enteras en las que me
explicaba los intercambios de opiniones que había tenido con los clásicos y las
juergas nocturnas que se montaban cuando llegaba algún manual sobre cómo
preparar los mejores cócteles.
Podía pasarse horas jugando a inventar rimas
con los libros de poemas y durante un tiempo estuvo muy unido a una antología
poética de Benedetti. Se sabía de memoria su poema “Táctica y estrategia” y se
paseaba por la sección de moda recitando sus versos a voz en grito, abriendo y
cerrando las páginas y llenando todo el ambiente de ese olor suyo tan
embriagador.
La última noche que estuvimos juntos la
pasamos medio muertos de risa charlando con un viejo libro de chistes que
alguien había dejado allí esa misma tarde. Dandy comentó que había perdido la
cuenta de todas las buenas amistades que había ido conociendo a lo largo de su
estancia en el asilo. “A mí no se me lleva nunca nadie” dijo intentando
aparentar indiferencia, “y es algo normal, por supuesto ¿Quién necesita un
coleccionable de perfumes solitario? Las colecciones inacabadas estamos
destinadas a terminar nuestros días en una planta de reciclaje. C’est la vie”.
A la mañana siguiente, hubo bastante
movimiento en el asilo. A muchos de nosotros nos pusieron en cajas ordenados
por secciones e incluso por orden alfabético. Pasamos el día al aire libre,
encima de unas mesas de esas plegables de las ferias. La gente nos cogía, nos
miraba por un lado y por el otro, nos ojeaban y a algunos, volvían a dejarnos
más o menos en el mismo sitio del que nos habían cogido.
Al terminar el día, medio mareado, fui en
busca de mi amigo para intercambiar impresiones pero no le encontré en la
estantería de libros sin clasificar.
Anduve arriba y abajo llamándole e incluso
pregunté a las sabihondas enciclopedias, pero nadie supo qué había sido de él.Supongo que alguna nariz tan fisgona como la suya no pudo resistirse a ese aroma a vida tan peculiar que desprendía mi amigo.
Creo que me he enamorado de Dandy...
ResponderEliminar:-) Gracias por leer(me), Wis!!
EliminarGuau, Carmen, ¡qué historia tan entrañable y tan amena! He disfrutado leyendo tu semblanza sobre Dandy.
ResponderEliminarNo hay peros que valgan a excepción de una tilde que debió marchar con Dandy: era fisgón, sí, pero por naturaleza.
Y prueba esta frase de este modo a ver qué te parece:
"A veces incluso le soltaban alguna fresca haciendo referencia al santoral o recibía como única respuesta un golpe seco de aire con olor a papel nuevo."
¡Precioso, divertido, tierno, ameno, muy ameno! ¡Qué bien que vinieras y te quedaras entre nosotros!
Un abrazo
Gracias Geli! Ya corregí la tilde y la frase. Muchas gracias. Un aRbrado de esos eRnormes!! =)
EliminarHa sido un placer sumergirme en esta historia de libros. Siempre lo imaginé, pero ahora no me quedan dudas acerca de que están vivos.
ResponderEliminarUn beso, Carmen!
Leire, qué bueno verte por estos lares! Gracias por tus palabras! Un besote!!
EliminarEscribes muy bien, Carmen, me ha encantado esta historia. Haces que se simpatice con tu personaje desde el principio. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias Manuel!! :)
EliminarMuy bueno, Carmen, un día de estos tendremos que publicar un libro que se llame Valencia escribe relatos largos.
ResponderEliminarGracias Lu! Lo siento si me excedí... no supe pararlo!! Un abrazo!
EliminarEstoy de acuerdo con escribir algo un poco más largo de vez en cuando, sobre todo si tiene esta calidad y se lee así de bien Carmen.
EliminarPues no es mala idea, Lu, ya que hay relatos que exigen explayarse un poco más en ellos.
ResponderEliminar:)
EliminarPreciosa historia Carmen
ResponderEliminarGracias Fina!
EliminarMuy bonito Carmen. He imaginado a través de tu relato a los libros hablando y moviéndose por la librería. ¡Bien conseguido!
ResponderEliminarMuchas gracias, Amparo. Lo pasé muy bien mientras lo escribía. Me alegra haber sabido transmitirte las imágenes. Un abrazo!
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