Quiero meditar sobre uno de los inventos más retorcidos, malévolos y demoníacos de la historia de la humanidad. Un artilugio que, diseñado con refinado sadismo, nos daña la moral día a día y, aunque nuestro deseo es su pronta destrucción, por no decir extinción, no tenemos más remedio que doblegarnos a su tiránico mandato.
No, no me refiero a cosas tan normales y hasta aceptables en una civilización como la bomba atómica, la de hidrógeno, el gas mostaza o el lanzallamas. Me refiero a algo aún peor: el despertador.
Estoy seguro que el tipo que inventó dicho aparato no se hablaba con sus vecinos, no lo tragaban en la comunidad del bloque o su mujer le engañaba con el del quinto, era un amargado, es fijo que los bancos no le daban crédito alguno y no se podía largar al Caribe a veranear, por lo tanto, como venganza, inventó el artilugio.
Hay que ser malo en la vida para inventar algo que, cuando estás en los en los dulces brazos de Morfeo, donde eres el héroe de mil aventuras, con un sonido estridente te devuelva a la cruda realidad… ¡Llego tarde al trabajo!
Entonces comienza la tortura: saltas de la cama como un poseso, cegado por el sueño te pones la camisa como pantalones, los pantalones como camisa y te lanzas a prepararte un café –caliente o frío, da igual, sin azúcar que no hay tiempo para ello-. Con la taza aún en las manos, corres escalera abajo, saltando los peldaños de seis en seis para alcanzar el coche y salir pitando a la oficina. Cuando estás en su interior con la llave de contacto a punto de arrancar tu mente tiene un momento de lucidez, se despeja y cae en la cuenta de la cruda realidad: ¡Hoy es Domingo, merluzo!
Por eso digo que al tipo que inventó el despertador había que hacerle un juicio de Nuremberg, llenarle el traje de pica pica y, a ser posible, cuando se esté duchando en pleno invierno, cerrarle la llave del agua caliente.
Y le voy a decir lo que dice mi amigo Arcos, gitano de pro, cuando alguien le toca mucho, pero que mucho, la moral, que ya es difícil porque es un cacho de pan:
-¡Mal fario te parta, malos mengues te “joan”, so “esaborío”!
Bueno, compañeros, como ya es tarde, voy a poner el despertador para mañana que me tengo que levantar tempranito para ir al “currelo”, que si no, me quedo dormido y me tengo que tragar la bulla del jefe y no están los tiempos para eso.
¡Buenas noches!
Muy divertido, el mío está dentro de mi cabeza así que...mejor la dejo como está, a estas alturas poco se puede hacer!!
ResponderEliminarJejeje, muchas gracias, Malén.
EliminarMuy bueno, Manuel. Tengo los mismos sentimientos que tú hacia ese maldito artilugio. Aunque me gusta madrugar pero por medios naturales.
ResponderEliminarjaja, muy bueno Manuel. Yo también lo odiaba, ahora me pasa como a Malén, lo tengo integrado en el cerebro.Serán cosas de la edad.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigas. Mientras tanto, el maldito invento sigue fastidiándonos los dulces sueños, jejeje.
EliminarSiempre te quedará rezarle al ángel de la guarda para que te despierte con un suave batir de alas.
ResponderEliminarManu ¡qué razón tienes en cuanto a ese artilugio se refiere!
ResponderEliminarMás de una mañana lo estamparía. Pese al rechazo hacia el despertador, el tono de humor en el que narras hace que ese rechazo sea menor, se suavice.
Échale una ojeada a:
-Estoy seguro que el tipo... (seguro de que...)
-es fijo que los bancos (esta expresión me suena rara. ¿Qué tal "está claro"?)
Un abrazo