Aún recuerdo tu figura, amigo, sentado en aquel banco oxidado por el tiempo; rodeado de la única riqueza que poseías en este mundo: tus inseparables palomas.
Perdías la mirada en el vacío, hablando a solas no sé de qué ni con quién, liberando, inevitablemente, amargos recuerdos que tratabas de retener en tu inetrior.
Naciste en familia acaudalada y te cultivaste en buenos colegios, me contabas mientras consumías la taza de café que lograbas sacarme en las interminables tardes de inviernos, allí, en tu feudo: los Jardines de Murillo.
Hablabas con prisas, como temiendo que la vida no te diese tiempo a buscar un depositario de tu memoria. Verborrea interminable, alocada, inextinguible pero conectada con cada capítulo de tu existencia.
Yo buscaba en ti filosofía, comprender cómo se puede mantener la dignidad y una franca sonrisa aun cuando la vida te pisotea miserablemente. Y aprendía.
A cambio de tu enseñanza –mi respetado Diógenes-, solo me exigías una bolsita de cañamones para tus palomas y una buena taza de café bien caliente para entonar el cuerpo.
Fuiste el hijo rebelde de esa familia que, junto con las malas compañías, logró amargar a sus padres hasta que éstos decidieron echarlo de casa. Y como no podía faltar de nada en esa vida descarriada y aventurera, romanticismo incluido, te imaginé en el Pabellón de Chile, alistándote a la Legión Extranjera y consumiendo los años de tu juventud en las tierras del Ifni, allá por el Sáhara español.
No dejaste ningún corazón que por ti suspirase en esta tierra, ni unos ojos que recordar mientras se mira la Luna. Únicamente silencio, indiferencia, vacuidad.
Hace tiempo que tu banco está vacío, sigue oxidándose ajeno a tu ausencia. El café aquí ya no me sabe a nada y las palomas…las palomas han olvidado el sabor de los cañamones.
Estés donde estés, que no es en este mundo, deseo que hayas encontrado esa paz interior tan añorada que tú mismo te arrebataste.
Mi admirado mendigo.
Pues es un relato cargado de añoranza. Está chulo, Manuel.
ResponderEliminarIncluye en esta frase un "de": no sé "de" qué ..
a sus padres hasta que éste decidió echarlo (pronombre y verbos en plural)
Un abrazo.
Hola, Geli.
EliminarMuchas gracias por tus correciones, amiga. Paso a corregir.
Un abrazo.
Qué bonitas palabras para un recuerdo. Precioso!!
ResponderEliminarHermoso relato! Me ha gustado mucho!
ResponderEliminarMuchas gracias, amigas. Algo hay de verdad en dicho relato.
ResponderEliminarMe lo imagino, qué historias oiríamos si nos pusiéramos a hablas con los habitantes de las calles. Un día vi una entrevista de un mendigo que era licenciado en Filosofía y Filología Hispánica. Entrañable tu relato, Manuel.
ResponderEliminarUn ejemplo lo tienen, Lu, en la famosa canción de: "Sr. Troncoso", del grupo Triana de Jesús de la Rosa.
EliminarPor cierto, Manuel, a aun le sobra la tilde.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy tierno, aunque en el fondo triste. Enhorabuena por tú historia
ResponderEliminarPrecioso relato Manuel. La verdad es que cuando los veo, siempre me pregunto cuantas historias llevarán escondidas en su interior. Tú nos has contado una y muy bien, por cierto.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigas, es verdad que cada persona es un mundo y aun cuando se hallan sumidas en la miseria o mendicidad tienen mucho que contarnos y nosotros, mucho que aprender.
ResponderEliminarMe he quedado mudo leyendo tu relato. Me gusta el ambiente que has creado. Espero que este sea el tema de la semana, porque ahora mismo me pongo a escribir sobre ello.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando. ¡Adelante! ¡A escribir, compañero!
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