30 de Noviembre de 2007, el cielo está despejado, sopla un viento de componente noroeste a 17 km/h, la humedad relativa del aire es del 63%, las condiciones son idóneas para el salto.
Evel Knievel lleva puesta la famosa cazadora de flecos con su nombre bordado con tachuelas de oro, sus pantalones blancos ajustados, el casco serigrafiado con la bandera de Estados Unidos con una cámara HD incorporada y sus gafas de motorista de la Segunda Guerra Mundial. Está exultante. Va a intentar lo que nadie ha intentado jamás, esto es: saltar del ala de un avión de pasajeros que sube, al ala de otro avión de pasajeros que baja, en pleno vuelo, sin paracaídas y grabarlo todo para que quede constancia de la hazaña. Debemos recordarles que hace dos años, practicando este mismo salto en el estado de Illinois con dos avionetas fumigadoras, falló en un cálculo físico por una milésima de segundo y se precipitó hacia el suelo cultivado de heno a una velocidad de 312 km/h. El impacto no produjo ruido alguno, parece ser que el heno, en su punto máximo de crecimiento, amortiguó la caída. El resultado fue un montante de 67 huesos rotos, el bazo hecho tabaco y un susto de tres pares de narices.
Hoy, sábado 30 de noviembre de 2007, todo va a salir bien.
El piloto del avión que baja, le pide al piloto del avión que sube, que desvíe su trayectoria un grado hacia la derecha si no quieren colisionar. Evel se encuentra literalmente atado al ala izquierda del avión que baja, las botas que lleva están imantadas, cuando salte, además de desatarse, tendrá que tomar la precaución de accionar el botón que cambia la polaridad de sus botas para poder despegarse y volverlo a accionar cuando aterrice en el otro avión, para conseguir adherirse a él como un koala al tronco de un eucalipto. El plan es tan sencillo que no puede fallar.
Tres segundos y viviremos en directo algo histórico.
El salto, como todos ustedes saben, salió mal. Otro fallo físico tuvo la culpa. Ese famoso grado que se desvió el avión que subía, se transformó en tres metros que fueron físicamente insalvables para el bueno de Evel. Todo el mundo guardará en su retina la última imagen grabada por la cámara acoplada al casco de Knievel: el avión subiendo, la boca de la tragedia con forma de motor de reacción. El resto de la historia ya la conocen.
Un mes después del accidente, pusieron su nombre a una hamburguesa del Burguer King.
Muy bueno, Fernando y trágico. Sabes, me trae a la memoria imágenes de pruebas similares realizadas sobre los aviones de los años veinte; claro que las velocidades no eran las mismas, ni mucho menos. Me encanta la forma de describir.
ResponderEliminarTengo los pelos de punta Fernándo, me imaginaba la historia y uff, nenudo final. Me gusta la manera que describes las condiciones idónes para el salto, muy detallado. Enhorabuena
ResponderEliminarUn relato muy bueno. La frase final disminuye el mal sabor de boca de ese trágico accidente. Me ha gustado.
ResponderEliminarA mí me ha gustado también. Es una tragedia anunciada por lo que he podido ver sobre este personaje y sus muchos accidentes. Seguramente tenía un ser invisible dentro de él que disfrutaba con el peligro. Muy bien narrado.
ResponderEliminarEn realidad Lu, el bueno de Evel murió de una afección pulmonar. Tengo una camiseta inspirada en su vida que por delante dice: Los huesos sueldan, a las chicas les gustan las cicatrices y por detrás sale su esqueleto con una lista de todos los huesos que se rompió en vida. Era un genio en lo suyo, fue un gran especialista y este relato trata de hacerle tributo.
EliminarQué pasada!! Muy bueno!!
ResponderEliminarBuenísimo Fernando, he disfrutado desde la primera a la última línea. Genial.
ResponderEliminarUn abrazo.
Caray, Fernando, menuda historia. No la conocía. Se lee con deleite.
ResponderEliminarGeli, la historia me la he inventado, la verdadera historia de Evel no tiene desperdicio.
EliminarPues tanto mejor. Repito: es muy entretenida de leer.
EliminarExpones muy bien el tema. Solo un loco que ya se ha caído volvería a intentarlo de nuevo. Muy bueno lo de no medir el grado de desviación, jajajjaja. Y el final apoteósico, le pusieron su nombre a una hamburguesa, jajajaj. Genial, como siempre, Fernando.
ResponderEliminar¡Impresionante, Fernando! Me he visto en el avión de pasajeros contemplando la escena. Genial, bien contado y bien escrito y muy buena historia.
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