No
me gustan nada los gatos. No es que no me gusten es que los odio, no puedo vivir cerca de ellos. Cuando era pequeña me encantaba ver a los recién nacidos.
¡Qué chiquitines y qué monos eran! Hace tiempo que no veo ninguna miniatura de
gato pero seguro que me seguiría pareciendo precioso y un milagro de la
naturaleza.
Mis
problemas con ellos datan del año 1985 para ser exactos. Se dio la
circunstancia de que vivía en un ático bohemio y precioso en la calle
Vestuario, paralela a Comedias, en una de las zonas más hermosas de Valencia.
Vivíamos allí mi hijo Manuel de cinco años y yo. Y luego estaba Victoria, la
bella y bondadosa Victoria que cuidaba de Manuel mientras yo estaba trabajando.
Victoria y su madre, que era pescatera y tenía las mismas virtudes que su hija,
tenían pasión por los gatos y convivían con varios en su piso de la Plaza de
Nápoles y Sicilia, otro lugar emblemático de la ciudad.
Un
buen día, un ratoncillo atrevido se instaló con nosotros en casa sin pedir
permiso y se sentía él tan a gusto al amor de la estufa de leña que teníamos en
el centro de un amplio salón con vigas de madera. Y si hay algo que yo no pueda
soportar de ninguna manera es a estos invitados indeseables compartiendo mi
despensa, mi ropa y mi cuarto de baño.
Conversando
sobre el problema con Victoria, me propuso prestarme a uno de sus gatos unos
días, asegurándome que no quedaría ni rastro del ratoncillo. Acepté encantada
el ofrecimiento pero mi vida se convirtió en un horror. Al miedo hacia el
roedor se unía aquel gato empalagoso que
no paraba de restregarse contra mis piernas y que me seguía allá donde yo iba. Manuel estaba encantado y lo rebautizó como Azrael, que era el gato de los pitufos. Pero yo le
pedí a Victoria que por favor me librara de él y de sus directas insinuaciones y ella lo devolvió a su casa con gran pesar de mi hijo. El otro animalillo no tuvo tanta suerte, me armé de valor y acabé con el infortunado invitado de un escobazo certero.
Madre mía, Lucrecia, ¿qué te ha pasado? ¿Es autobiográfico?.....
ResponderEliminarJajaja, pues sí, algo de eso, pero ya he superado el trauma, solo que no quiero gatos.
ResponderEliminarLos gatos caseros se hacen amigos de los ratones, hay que tenerlo en cuenta.
ResponderEliminarVaya, a escobazos que acabas el relato, podrías haber adoptado al gato y aprovechando la presencia del ratón, formar una miniserie de aventuras animadas al estilo Pxie y Dixie, total los actores ya los tenías.
ResponderEliminarBien narrada la experiencia.
Un abrazo.
Muy buen relato. Enhorabuena.
ResponderEliminarDesde el respeto y el cariño sincero que te tengo, debo decir que el relato lo veo contradictorio. Hablas de un problema con los gatos que data de 1985, pero más que un problema lo que hay es animadversión, un sentimiento de rechazo grande hacia esa especie.
ResponderEliminarEn el párrafo final, le pides ayuda a Victoria. ¿Para qué? Si de un escobazo ya lo has solucionado tú. Además,¿era necesario matar al gato para librarse de él? ¿por qué no devolvérselo a su dueña sin más?
Creo que si te centraras en la animadversión que sientes por los gatos, en los porqués de ese sentimiento, en cómo te sientes cuando el gato se refriega por tus piernas,...etc. la historia tendría mucha más fuerza.
Como siempre, es solo mi opinión, la de una lectora que te aprecia y que tal vez por eso, se atreve a hablar como lo hace. Espero que no te moleste.
Un abrazo.
Bueno, bueno, creo que lo he contado mal. El gato se fue con su dueña y a quien me cargué de un escobazo fue al ratón. Si la historia sigue siendo censurable dímelo. Y sí creo que tuve un problema de relación con aquel gato. Un abrazo.
EliminarEs evidente, hada, que no he entendido tu texto. Olvida en ese caso, mi comentario anterior.
EliminarUn beso.
Olvidado. No sé si se entiende bien, me parece que Manuel también ha creído que el muerto era el pobre gato. Un beso.
EliminarCreo que la cercanía de la frase "me librara de él" con "un escobazo certero" sumada al odio que sientes hacia los gatos, en una lectura rápida, pueden llevar a la confusión, como nos ha pasado a mí y a Manuel.
EliminarQuizás si sustituyes "me librara de él" -que tiene connotaciones con sabor a muerte- por otra menos ambigua, el texto gane en claridad.
He hecho algunos cambios, creo que ahora queda más claro.
EliminarHola hada. Con estos cambios no hay lugar a la ambiguedad.
EliminarYo creo que tú nunca has sido de animales, Lu. Pero eso les pasa a un montón de personas. Lo importante es que acabaste con el ratón. Yo, un buen día acabé con un murciélago que entró en mi habitación. Los odio. A estas alturas de mi vida tampoco me veo con un animal: demasiados sacrificios.¿El relato? Pues estupendo, me gusta ese pequeño recorrido por el casco antiguo de Valencia. Bsitos.
ResponderEliminarEn este caso puede decirse, Lu, que fue peor el remedio que la enfermedad. Pobre gato, de haber sabido el final, seguro que hubiese hecho un pacto con el ratón para que este se fuese de casa.
ResponderEliminarBuen relato, Lu, me gusta el ritmo.
Manuel que el que muere es el ratón, el gatito volvió con su adorada familia.
EliminarLu, a mi me ha quedado claro que el invitado no deseado era el ratón, que es quien muere a escobazos. Si nos hubiéramos conocido antes... yo en el 85 era el terror de los ratones, podía esperar agazapado durante horas para dar caza a cualquiera de los que rondaban por la casita en el pueblo. El relato me ha encantado.
ResponderEliminarLo tendré en cuenta si se me presenta otro de estos invitados en el futuro. Gracias, Fernando.
Eliminar((Ahora que no nos oye nadie, confieso que a mí tampoco me gustan los gatos)).
ResponderEliminarUn buen relato, Lu! Un abrazo!
Yo sí que he entendido quién era la víctima y como Carmen confieso el mismo pecado. Lo mío son los canes!! Muy bien, Lu, tampoco me hubiera importado ningún escobazo al pelma del gato!!
ResponderEliminarGracias a tod@s, amig@s. Me encanta que haya tanta animación en el blog. Que no decaiga. Felicidades a tod@s y un abrazo. También para Marco y Gertrud.
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