En el pueblo, la normalidad era muy estricta. Cualquier novedad o el mínimo acontecimiento era motivo de comentario, que en cierta medida se agradecía porque rompía la monótona vida de los habitantes del lugar.
Ese día, del que sólo quedó la tarde después de la llegada del tren, la empleamos en presentarte a los amigos, cumplir con algunos familiares cercanos y visitar los rincones más populares del pueblo, para que hicieras realidad los sitios que tantas veces te había detallado por carta.
Evitamos curiosos y nos hicimos algunas fotos, con la intención de que, cuando te fueras, certificaran que lo que estábamos viviendo no había sido un sueño.
Un sueño que había empezado hacía un año.
Decidimos ir a la capital, ciudad histórica donde las haya. Nos fuimos en tren, mudo testigo de nuestros encuentros.
Cuando recuerdo aquellos días, sólo veo vagones, estaciones, besos y lágrimas. Aún hoy, no veo la estación de otra manera. Se puede decir que allí nos conocimos.
Fue como el primer día de una vida diferente. Nuestro enemigo era el tiempo que pasaba más de prisa de lo que deseábamos, tanto que ni nos acordábamos de comer, como si eso fuera una pérdida de tiempo.
Deseaba que aquel día se repitiera, pero la duda que tenía no me abandonaba y por momentos pensé incluso que tenía más lógica, que llegaría la hora de despertarse de ese sueño y habría que ser realista.
Me sentí aliviada cuando me dijiste “mañana nos vemos”, al despedirte aquella noche antes de irte a dormir.
***
Camino de la estación íbamos muy callados, ese silencio me asustaba. Hubiera dado parte de mi vida por una respuesta a la única pregunta que me hacía: ¿volverá?
Escuchamos los chasquidos eléctricos de los raíles que anunciaban la proximidad del tren, parecía tener prisa por arrancarte de mi lado, y tú, en un momento que te noté también triste, me miraste a los ojos, me acariciaste. Nos despedimos con la mirada. Cogiste la cinta de mi pelo que llevaba a modo de diadema y escribiste algo.
Detrás del Cerro de San Cristóbal asomó la oscura silueta del tren. Me pareció todo demasiado rápido para asimilarlo de manera normal, tenía la esperanza de que cuando el tren se alejara pudiera encontrar una respuesta que me tranquilizara.
Ya desde el tren, cogiste mi mano y depositaste en la mía la cinta del pelo, yo estaba confusa y ya no me acordaba.
Con un resoplar de aire comprimido, se cerraron las puertas. Asomado a la ventanilla, me gritaste el último te quiero para que no lo devorara el ruido de partida.
Yo necesitaba oír más y los perseguí hasta que se me terminó el andén.
Dejé de oír el tren en la lejanía pero me quedé allí mientras pude verlo.
Todo mi consuelo giró en torno a mi mano cerrada, allí estaba el lazo del pelo con algo escrito. La curiosidad dejó paso al temor y extendí la cinta.
“Tal vez no consigas ser una escritora de éxito, pero hoy has empezado a escribir el libro de nuestra vida. Cuando me llames volveré”
Estaba escrito en el guión desde el primer momento. Como no podía ser de otra manera, nuestra fotografía mostraba unas manos diciéndome adiós y yo… como siempre quedándome en el andén.
Cuando te llamé, aún se veía en la lejanía el tren como un punto negro.
Siempre he pensado que me escuchaste, porque volviste y te quedaste junto a mí para siempre.
Muy tierna y romántica esta historia. Me alegro de que forme parte de tu vida. Felicidades. Un abrazo.
ResponderEliminarUna bella historia, con un bonito final feliz.
ResponderEliminarHola,Rosi. Ta te adelanté algo antes pero me reitero. Es una historia muy bonita y entrañable y me alegro de que, además, sea "tu" historia. Enhorabuena.
ResponderEliminarUna historia muy especial y con una carga emocional y con un final poco frecuente. Muy bonita
EliminarMe ha encantado! Bienvenida, Rosi.
ResponderEliminarMuchas gracias a todas por vuestras lecturas y comentarios. Espero seguir aquí con tod@s vosotr@s.Besitos.
ResponderEliminarHermosa historia de amor, que cuando forma parte de tu vida, es aún más bonita. Enhorabuena Rosi
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