Llueve, el agua adolescente corre escaleras abajo
sin freno... sueña desaforada con llegar al mar... La paciencia de Manuel es ancha, profunda y
romántica.
Alguien con voz nerviosa le suplica:
- ¿Puede vigilar un momento mi chelo? ¡Vuelvo
ahora mismo! Debo hacer una llamada urgente y en la cabina de la esquina no cabemos los dos... ¡Por favor Señor!
¿Que hago
aquí? ¿A quién estoy aguardando? No conozco a esa muchacha de nada, ni siquiera
recuerdo los rasgos de su cara. Giro mi cabeza a ambos lados de la calle y
busco una mirada cómplice...
- ¡Oiga caballero! ¿Recuerda a una chica menuda,
morena, con falda larga estampada en
flores y una chaqueta de punto grueso de color marrón?
- No le oigo bien, no se quÉ dice... yo no he
visto a nadie... ¡muévase hombre, se va a empapar!
El paraguas es pequeño, minúsculo, no cabemos los
dos... y este instrumento es tan grande, tan orondo y se mantiene tan mudo que
a su lado, solamente puedo oír el ruido de las gotas estrellarse sobre el
suelo, sobre su cuerpo de madera e irremediablemente, contra mi gabardina
nueva...
Muy ameno este relato. Y acertado final. Enhorabuena, Mer.
ResponderEliminarPrecioso, Mer. Enhorabuena.
ResponderEliminarEspectaculares descripciones. Y esa chispa, pobre hombre, jeje
ResponderEliminarMe gustó mucho Mer
ResponderEliminarMe llama mucho la atención el ritmo del relato: pese a tratarse de una espera, resulta trepidante. ¡Buen trabajo, Mercedes!
ResponderEliminarMe ha gustado, Mer. Felicidades.
ResponderEliminarMuy bien!!
ResponderEliminarMer, eres una gran observadora. Tu relato me da penita.
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