martes, 22 de mayo de 2012

EL SECRETO





                    Aquel día llovía a cántaros. Mi madre no me dejaba salir de casa. Aburrida, me dediqué a mirar por la ventana. Tras los gruesos hilos de agua, la vi saltar y correr hacia la terraza. Abrí silenciosamente la puerta y allí estaba; sentada sobre las patas de atrás se lamía una de las delanteras con parsimonia. La rosada lengua contrastaba con el color gris de su hermoso pelaje y el verde intenso de sus ojos. Contuve la emoción unos segundos y no me pude resistir a abrir la puerta con sigilo. Ella no se movió, sólo dejó de lamerse y fijó sus ojos en los míos. Me agaché despacio y le tendí mi mano. Dudó unos instantes pero se acercó y olisqueó mis dedos. Su silueta era demasiado delgada y su vientre estaba algo ajado. Entré en casa de puntillas y en un cuenco  puse un poco de leche a la que añadí unas migajas de pan que aumentaron de tamaño con rapidez. Ella continuaba sentada, le ofrecí el cuenco y comenzó a beber con apetito. Yo la contemplaba extasiada. De pronto, sentí unos pasos que salían de la casa, ella saltó como un rayo hacia los escalones y desapareció.

-Nena, te he dicho mil veces que no quiero animales en casa. Si les das de comer luego no te los quitas de encima. Además, tu padre tampoco quiere.

-Bueno, vale. ¡¡Pero yo quiero un gatito…me gustan mucho!! Además, cazan ratones y bichos...

El día siguiente amaneció soleado. Salí a la terraza, el suelo estaba ya seco y caminé hacia mi bici. Escuché un sonido nuevo para mí. Procedía del macizo de las hortensias. Separé sus ramas con cuidado y contemplé lo que, para mí, era un milagro. Había vuelto, pero no estaba sola. Cuatro chiquitines mamaban con avidez. Nos miramos las dos…sería nuestro secreto.

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