DESOLACION
El sol hizo su entrada en la cueva y me desperté, a mi lado dormía Irma plácidamente, no le dije nada. Me asomé y contemplé el paisaje desolado a los pies de la montaña. La tierra de color ceniza, los árboles completamente calcinados, ni rastro del color verde que antaño nos alegraba los prados y los bosques, nada. El cielo había perdido su color azul con sus nubes blancas y algodonosas para convertirse en un fondo pardo que, cuando oscurecía, se tornaba en un cielo negro como el carbón que apenas dejaba adivinar el brillo de alguna tímida estrella.
Irma se despertó, su pelo enmarañado le daba el aspecto de niña mala que siempre me gustaba de ella. Me miró y sin decirnos nada comenzamos a bajar de la cueva por una escalerilla de cable de acero que encontramos en unos grandes almacenes de los que sólo se conservaba su estructura medio derruida. Pusimos los pies en la sucia tierra y comenzamos a andar. ¿El destino? Cada día escogíamos un camino diferente para poder descubrir algo distinto que nos ayudara a sobrevivir en el desolado planeta en el que se había convertido La Tierra. Los alimentos eran difíciles de encontrar puesto que, como ya he dicho, los animales y las plantas habían desaparecido de la superficie. No existía la electricidad, las centrales no funcionaban y la idea de encontrar una nevera abandonada era absurda. Tan sólo algunos insectos habían sobrevivido, entre ellos las cucarachas, hormigas, gusanos y no mucho más. Al necesitar proteínas, nos habíamos convertido en insectívoros. Te acostumbras pronto.
Estábamos demasiado lejos del mar y tampoco teníamos la certeza de que quedara algún ser vivo entre el agua, pero para llegar allí necesitábamos encontrar algún vehículo que nos trasportara y en eso consistía nuestra labor, el resto de humanos que vivían en las cuevas tenían otras funciones, nos habíamos organizado y teníamos el tiempo contado.
Otro día caminando y nada que nos ayudara a prolongar nuestra existencia. Oscurecía y todos debíamos regresar a nuestras viviendas, al llegar, hacíamos una asamblea para intercambiar nuestras opiniones y compartir el alimento. Luego subíamos a las cuevas y otro día más y otro día igual…
Muy bueno, Amparo. Una distopía desoladora a la que espero nunca lleguemos. Felicidades. Un abrazo.
ResponderEliminarLos indignados ya no están en Puerta del Sol!!!!!! Muy original, me ha gustado mucho
ResponderEliminarTienes razón Amparo, cómo maltratamos nuestro planeta. Muy bueno.
ResponderEliminarQué desolación, tu relato plasma muy bien esa angustiosa existencia!!
ResponderEliminarA pesar de la destrucción de la que hablas, he sonreído al leer el nombre de Irma...(¿la de los Picapiedra?).
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Amparo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias a todas por vuestros comentarios.
ResponderEliminarGeli, pues no lo sé, no pensaba en ella cuando le puse el nombre. Cuando era pequeña y los veía yo no entendía Irma, entedía Vilma o Wilma, no sé cómo se escribiría. De todos modos fue el primer nombre que se me ocurrió por "Irma la dulce",creo.