-Que comience la sesión- dijo pavoneándose encima de la mesa (era lo propio pues se trataba de un pavo) El señor cordero, de inquietante mirada estrábica, era el encargado de vigilar que el gallinero no se alborotara, mientras que la señora besugo tenía como misión escribir las actas del día.
Al imputado, el rebelde cerdo convertido en dictador, se le obligó a presenciar el juicio a cuatro patas y, entre otros cargos, se le acusó de instigar al granjero a comer en navidad cualquier animal que no fuese cerdo, sobre todo pavo, cordero, y/o besugo –y gallina en pepitoria, y gallina en pepitoria- se oía gritar a las cluecas al fondo. -Beeeeee[1], señoras, beeeee- se hartaba de repetir el señor cordero mientras el rincón de los patos se soliviantaba por no mencionar lo enfermos que estaban del hígado por usarlos como aperitivo de foie.
El presidente, que seguía pavoneándose sobre la mesa, le repetía a la señora besugo que no parara de escribir todo lo que oyera y, ella, desde su pecera, con la pluma diluyendo la tinta en el agua hacía lo que podía porque todo lo que escribía lo hacía sobre papel mojado, pero se esforzaba, os juro que se esforzaba.
El señor y la señora Lapin, conejos para más señas, estaban con la mosca tras la oreja porque nadie hablaba de cómo sus hijos eran llevados uno a uno todos los domingos, a trocitos, al paellero para hacer el arroz.
El cerdo, que mientras se celebraba el juicio había estado comiéndose unas trufas que había encontrado, se levantó sobre sus patas traseras y con voz aguda y potente juró vengarse de todos ellos. Al día siguiente amaneció en su pocilga degollado con un cuchillo de la cocina de la casa de los dueños y abierto en canal. El señor Orwell lo miró con cierta extrañeza pero con estricta indiferencia inglesa y entró en casa llamando a su mujer: “Agatha... ¿Agatha...? ¡Tienes un nuevo caso por resolver...!
¡Genial! Combinar los menús de Navidad, con el Sr.Orwell. ¡Qué bueno! Menos mal que hoy cocino bacalao con miel, y no es ninguno de esos animalitos que has nombrado. Me sentiría fatal...
ResponderEliminar¡Feliz Navidad para tí también!
lavoluntad de vivir tiene eso que el grande se come al chico. Siento deciros que en mi paella de hoy habrá pollo, conejo y algo de pato. La suerte es que no hemos escuchado su opinión. Tu cuento muy bueno, Eufrasio.
ResponderEliminarEufrasio, bien venido. Sin leer la etiqueta he sabido que el cuento era tuyo. Me han entrado deseos de volverme vegetariana. Muy bueno.
ResponderEliminarEufrasio, ¡otra vez aquí! qué bien, tu ausencia se estaba alargando más de lo conveniente. Buen relato: original y divertido.
ResponderEliminarLa verdad es que Eufrasio me impresiona...
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