Le extrañó el silencio al llegar a casa. Aún así, gritó:
-¡Marta! ¿dónde estás, cariño?
Dejó las maletas en el suelo y sin quitarse el chaquetón avanzó hasta el salón. Un nerviosismo creciente, a medida que recorría el pasillo, atenazaba de angustia la boca de su estómago.
El único ruido, el de sus zapatos.
«Aquí tampoco está» -se encontró pensando incrédulo.
El sudor en las manos y la nuca rígida, tirante.
«Quizá se haya acostado» -se atrevió a conjeturar sin ninguna convicción.
Vacía. La habitación estaba vacía.
Antes de abrir el armario, un escalofrío recorrió sus vértebras como un latigazo. Nada. No quedaba ni una sola de sus pertenencias. Se tambaleó con el estupor perfilado en el rostro.
«Necesito refrescarme» -reflexionó.
En el espejo del cuarto de baño, escrito con lápiz de labios, leyó:
“Te dejo. Me marcho. No aguanto más”.
Al desplomarse, su cabeza se partió contra la taza del váter.
Qué fuerte!!!!
ResponderEliminarJo, Geli, no te lo has pensado a la hora de cargarte al prota , no? Se lo merecía, tal vez?
ResponderEliminarBuen y escalofriante micro.
Sí, comparto ambas opiniones, muy fuerte!!
ResponderEliminarLa verdad es que la muerte del prota es un puro accidente, una casualidad, pero me gustó la idea de pensar que tal vez en ese momento, incluso la deseara y que el destino se convirtiera en una suerte de cómplice.
ResponderEliminarBuen relato, Geli.
ResponderEliminarQué fuerte, me gusta la relación que estableces en tu comentario entre la realidad y un deseo que es probable que aparezca en tales circunstancias.
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