“Multa de dos mil quinientos euros por alteración del orden en local público y por descalificaciones racistas y xenófobas. Pago de todos los desperfectos ocasionados en el local y de las costas del juicio. De dos a tres meses de trabajos sociales con payasos sin fronteras por poseer el atuendo adecuado. Depósito de los renos en las dependencias municipales del hogar de los animales.”
Eso fue demasiado para mí. Salí del juzgado como alma que persigue el diablo y tomé prestado el primer vehículo que encontré a mano: la vespa de un funcionario de correos que estaba bregando con seis porras, seis, con su tazón de chocolate en el bar de enfrente del juzgado. Cargué los regalos que me quedaban por repartir en la baca trasera y directo hasta la capital, a todo gas. Ya mandaría a alguien a por los renos.
Decidí tomar una carretera comarcal para no llamar la atención. Con las prisas y el calentón se me olvidó cambiarme de ropa y, aunque por estas fechas hay mucho cretino que se disfraza de mí por seis euros la hora -incluso hay quien lo hace gratis- no era como para ir tentando a la suerte. Será posible que no sepa la gente que lo de ir vestido de rojo no es por gusto, lo hago porque es el color que más destaca en la nieve por si me extravío que los servicios especiales de rescate me encuentren enseguida.
La vespa, que se portó como una campeona, me llevó hasta el mismo centro de la ciudad donde el chico de los periódicos de la tarde me devolvió a la realidad con el titular que iba cantando: “Extra, extra, desaparición misteriosa de los renos de Santa Claus”. No necesitó comprar los periódicos para saber donde estaban. De momento una cosa tenía clara... El negocio, sin renos, acababa de irse al garete.
Je, je,muy gracioso. Nos estás alegrando las Navidades.
ResponderEliminarMuy divertido, la foto, genial.
ResponderEliminarHay que ver cuántas aventuras le ocurren a este hombre. Muy divertido.
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