No sabía cómo había aceptado ese encargo. A mí me gustaba trabajar a mi aire, sin que nadie me diga cómo ni cuándo tengo que acabar; pero estaba tan bien pagado que no me pude resistir a dar un “no” como respuesta. Los tiempos eran difíciles y necesitaba ese dinero.
El modelo era una persona con experiencia y yo sabía que no mostraría ningún reparo en quitarse la ropa hasta dónde yo dijera. Llegaría en unos minutos y yo estaba nerviosa, nunca había pintado figuras humanas, pero algún día tenía que ser la primera vez. En el estudio lo tenía todo preparado desde hacía días. Sonó el timbre y le dejé pasar. Me habían dicho que era muy atractivo y no se habían quedado cortos. Alto, moreno, el cabello más bien largo y esa seguridad en sí mismo a la hora de caminar que tienen aquéllos que saben que con chasquear los dedos su vida sexual está más que solucionada.
Ya en el estudio, encontró el taburete dónde debía sentarse como si formara parte de su vida. Comenzó a desabrocharse la camisa y la lanzó hacia una silla que no se encontraba lejos. Sus dedos siguieron por los botones del pantalón vaquero pero inmediatamente dije “¡Basta, ya no hace falta más!”. Nos miramos fijamente y avancé hacia él, le despeiné el pelo, quería darle un aíre descuidado, la cabeza hacia detrás y los brazos cayendo a lo largo del cuerpo, relajados.
No estaba demasiado musculado, lo preciso; su piel dorada por el sol era tersa, sin tatuajes. Tragué saliva y empecé primero a dibujar su silueta con trazos sueltos y rápidos; de vez en cuando le pedía que bajara la cabeza, temía por sus cervicales y debíamos descansar los dos, hablábamos de trivialidades, aún así su conversación resultaba amable, desenfadada, simpática…me estaba enamorando.
La conversación se vio interrumpida por el sonido de su móvil -“Hola, qué tal. Sí, sí terminaré pronto, en una media hora. ¿Vienes a recogerme? Genial ¿Comemos juntos, no? Llevaré vino, no te pases con la comida…prefiero el postre, ya sabes. Un beso”.
Estaba claro, ilusa de mí, no debía fijarme en ese tipo de hombre pero siempre caía en el mismo error, además era demasiado joven, un inmaduro seguramente, con una chica distinta cada día, lo normal. Seguí con mi dibujo intentando disimular mis pensamientos, mi pincelada resultaba cada vez más enérgica hasta que sonó el timbre de la puerta. –“Será mi pareja ¿te molesta decirle algo mientras me visto?”- “Sí, claro, encima le abro hasta la puerta, seré idiota… “Hola ¿qué quieres?”- Ante mí tenía un fornido motorista lleno de tatuajes –“Vengo a recoger a David”-Sin quererlo, abrí los ojos como platos, giré la cabeza hacia David, me miró y se despidió con un –“Hasta mañana, a la misma hora”-.
Muy bueno, Amparo. Además has visto lo mismo que yo veo en ese cuadro: el símbolo del orgullo gay. Un abrazo
ResponderEliminarPues a mí no se me pasó esa idea por la cabeza, una desgracia para el género femenino, jeje, buen relato Amparo.
ResponderEliminarAmparo, nos hemos enamorado todas contigo. ¡Genial!
ResponderEliminarGracias, a todas y gracias por poner la foto, yo quería pero no sabía cómo.
ResponderEliminarAmparo, cuando quieras nos tomamos un café a través de la pantalla y comentamos las chorradas de publicación del blog que son muy fáciles.
ResponderEliminarQué emoción hasta la última línea!!! Me ha hechizado.La escena es perfecta.Enhorabuena.
ResponderEliminarJe, je, se veía venir, los guapos y buenos ya están cazados o son gays.....si es que....
ResponderEliminarTienes razón,Wis.
ResponderEliminarVale Malén cuando tú quieras me enseñas.
Amparo, qué intriga, aunque yo lo iba intuyendo, ahora está de moda. Chicas, yo también me apunto a las clases de blog, y poner fotos, que no soy capaz, a pesar de las aclaraciones de Wis.
ResponderEliminarEste me ha encantado Amparo, muy bien escrito, con un ritmo que engancha y un final que aunque lo esperaba, está en su sitio correcto. Genial.
ResponderEliminarEs cierto, Amparo, coincido con mis compis. Este relato tiene mucho ritmo, se lee con facilidad.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!