Se
encontraba triste y deprimida. No le
gustaban los días lluviosos y oscuros de noviembre. Añoraba el sol y la luz: le
daban vida.
Se
dejó caer en la mullida alfombra, dejándose abrazar por su propia nostalgia y por
la suave cadencia de la melodía que ella misma había elegido: una samba de
Vinicius de Moraes. Cerró los ojos y aspiró el aroma de su piel recién
bañada con el mismo perfume que llevaba aquel día de verano, en el hotel de
Bahía. Pensó en el poder que tenían los sentidos para trasportarnos a otro
lugar, a otro tiempo. Sus facciones se relajaron y su boca dibujó una sonrisa
en su rostro; estaba bailando…, ahora se dejaba llevar por Manuel que
acariciaba su espalda desnuda, que besaba su cuello, que le susurraba tiernas palabras de amor con su voz sugerente y varonil. Sus cuerpos
entrelazados tejían una lenta danza, sensual y armónica…
“Ding,
dong….” Se levantó con un salto ágil, aunque sus recuerdos continuaban en
Salvador de Bahía… “ Tele Pizza, señora…”
El ding, dong nos devuelve a la cruda realidad de la protagonista. Bien, Amparo.
ResponderEliminarNos llevas a Brasil, oímos la música, nos ponemos sensuales y nostálgicas y de repente ¡plaf! la carroza se convierte en calabaza.
ResponderEliminarjejjeje, si.
Eliminar¡Qué bien nos has transportado, Amparo! ¡Bien hecho!
ResponderEliminarUn abrazo
¡Gracias, Geli!
EliminarMe parece un ejercicio para repetir muchas veces... Pero, también hay que intentar vivir nuevos recuerdos para evocar. Me gusta.
ResponderEliminarGracias, Mer
EliminarFantástico, Amparo, cómo se notan esos cursos de escritura en los que te preparas para triunfar. Besos.
ResponderEliminarPara triunfar...no sé, Dori, pero la verdad es que sí que ayudan a mejorar.
EliminarMuy bien Amparo, se nota que a tí las musas no te abandonan. Me ha gustado muchíiiiiisimo.
ResponderEliminarGracias, Fina.
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