Los días de lluvia en Otoño mi abuela Lola nos solía contar siempre la misma historia. Se la pedíamos como si se tratase de un ritual, y ella, aunque se quejase, al final se levantaba de su mecedora y asomándose a los ventanales para ver caer el agua sobre la calle, empezaba de nuevo por el principio:
“Cuando yo era tan pequeña como vosotros casi no habían carreteras, ni coches… Mis padres tenían un carro que tiraba un viejo caballo y con él nos sobraba para ir de aquí para allá. ¿Veis todos estos edificios? Pues entonces no existía ninguno de ellos. Y esta casa estaba rodeada de mucha huerta donde los niños jugábamos a piratas, al escondite o a policías y ladrones entre naranjos, limoneros y mucho azahar con ese olor divino que ya se va echando en falta. ¿Sabéis el que os digo?
-Todos asentíamos con la cabeza y ella seguía contando sin dejar de mirar hacía afuera-
Mañana en cuanto amanezca os llevaré a dar un paseo para que lo respiréis y cojáis muchos vinagrillos.
Pues bien, cuando yo era muy pequeña dos de mis vecinos discutieron una tarde en la que llovía tantísimo como hoy. Uno de ellos se había pasado en las lindes del terreno del otro y cuando éste se dio cuenta y fue a pedirle explicaciones, el vecino ladrón lo amenazó con gritos y empezó a golpearlo sin entrar en razón hasta que al final en uno de esos golpes la fuerza de una de las herramientas de trabajo que llevaba en la mano pudo con la cabeza del otro. Mi abuelo Pedro siempre me dijo que Juanillo era demasiado bueno y que por eso le pasó aquello. Y así fue como a Juanillo un mal vecino le robó y después lo dejó medio muerto sobre la tierra inundada sin darle auxilio.
-¿Lo pillaron? ¿A que sí, Lola? (Le preguntábamos siempre interrumpiendo el relato)-
Sí, cariño. A los malos siempre se les coge. No lo olvidéis nunca. Pasa lo mismo que con los mentirosos y sus patas muy cortas.
Bueno, pues pasaron muchos años y una tarde en la que volvía a llover de la misma forma que hoy, estaba mi padre tomando unos vinos en la taberna con otros vecinos cuando escucharon como uno de ellos asomado a la ventana se decía a sí mismo en voz alta: “El agua cae tan fuerte que hace pompas sobre los charcos igual que aquella tarde en la que Juanillo murió. Lo último que dijo el pobre fue eso, que ellas serían las únicas testigos de su muerte.” Se hizo un silencio terrible, de esos que cortan el aire, y cuando el hombre se dio la vuelta comprobó como toda la taberna lo miraba ya de otro modo. Como se mira a un asesino.
¡Todos a cenar que ya está bien de tanta lluvia y malas historias!”
Y entonces nos envolvía el aroma de la mejor tortilla de patatas del mundo…
Marife.
Las historias de los abuelos. ¡Menudos recuerdos! Mucha suerte Marife
ResponderEliminarBonito relato Marifé, muy entrañable y evocador.¡Suerte!
ResponderEliminarMe ha gustado la historia de la abuela Lola. Suerte.
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