Recién salida
de la universidad, me instalé en este barrio obrero con las ilusiones todavía
intactas. Coloqué una placa sencilla en la puerta: Aurora Morales, Abogada y
destiné una pequeña sala de la vivienda a gabinete.
Atendía pleitos
de poca monta -denuncias, cierres de locales por incumplimiento de la ley y
querellas interpuestas, en su mayoría, entre los mismos vecinos- pero que me
mantenían ocupada la mayor parte del día.
Al final de
cada jornada me levantaba para estirar las piernas. Calentaba una taza de café
y a sorbitos me lo bebía despacio, junto a la ventana que da al patio de luces.
Miraba al piso de enfrente y allí estaba Lucía. Entonces, yo aún no sabía cómo
se llamaba. Era una mujer joven, como yo, que escribía de manera
ininterrumpida durante horas. Me gustaba ver cómo se aplicaba a su tarea. Muy
pocas veces levantaba la vista de sus papeles; cuando lo hacía, esbozaba una
tímida sonrisa a modo de saludo. Me gustaba fantasear sobre ella y su vida:
“¿Cómo se llamará: Raquel, Manuela, Teresa?”, “¿será pasante de un importante
notario o correctora de una revista?”. Mi imaginación volaba caprichosa.
Aquel breve
descanso que me tomaba cada tarde, se convirtió en un ritual. Un buen día, me
armé de valor y me dirigí animosa hasta su casa.
-Buenas tardes,
me llamo Aurora ¿te apetece un café? –le dije un poco turbada.
-Hace meses que
lo espero –me contestó con absoluta naturalidad.
Lucía y yo nos
hicimos amigas. Entre café y café desgranamos nuestras vidas. Me confesó que era
escritora, que había publicado cuentos y relatos breves en varias revistas
culturales pero que su verdadero reto era publicar una novela.
¡Y vaya, si la
publicó! Recibió buenas críticas y las ventas excedieron sus
mejores pronósticos. Fue un éxito. Luego, llegaron más.
Abandonó aquel piso
lúgubre por otro mucho más luminoso con ascensor y garaje en un barrio residencial
a las afueras de la ciudad. Yo sigo aquí, en este barrio modesto, con mis
pleitos de siempre.De vez en cuando
quedamos y, fieles a nuestra costumbre, nos ponemos al día entre sorbo y sorbo
de café.
Bien Geli!!! Espero que sea una declaración de intenciones y sueños. Me gusta como lo cuentas, de puntillas...
ResponderEliminarUna bonita y duradera amistad, a pesar del éxito. Me ha gustado, cómo lo has contado.
ResponderEliminarPrecioso, Geli, un relato optimista sobre la amistad. Nos hacen falta este tipo de historias. Un abrazo.
ResponderEliminarUna bella historia de amistad, Geli, me ha gustado mucho.Sí que nos hacen falta, son necesarias como el aire que respiramos. Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bonita Geli. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarGracias a todas. Sois muy amables.
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