Hoy he llevado a mi perra al veterinario para que la sacrificara, tenía quince años y el cuerpo cansado. Me ha regalado su último aliento con gratitud, me he quedado hasta el final, quería estar segura de que no se hiciera un mal uso de su cuerpo. He llorado amargamente, igual que llora la niebla día tras día de este húmedo otoño en el que Negra ha muerto.
No quería volver a casa, sabía que estaba completamente vacía, al igual que mi corazón… He paseado largo tiempo pisando hojas muertas a los pies de sus amos, árboles que con generosidad acatan las órdenes de la naturaleza.
El equilibrio se ha hecho realidad una vez más. He recogido mis últimas lágrimas y las he guardado cuidadosamente en el bolsillo, envueltas en un suave pañuelo de tela blanca.
Luego, he llamado a mi gente, he compartido una comida alegre y distendida, me he abrigado con sus besos, me he nutrido de mi suerte.
Anónimo
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ResponderEliminarDesgraciadamente quien tiene una mascota sabe que faltará antes que ella. Una historia muy tierna. ¡Suerte!
ResponderEliminarEntrañable relato. Suerte.
ResponderEliminarUna forma diferente de expresar el sentido de la amistad, pase lo que pase... los amigos son el antídoto de la tristeza... Me gusta. Afortunados quién los tiene.
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