Ha llegado el otoño y con él los árboles de nuestra calle han vuelto a quedarse desnudos. La tristeza, esa que sobrevuela como ave de rapiña en busca de nueva presa, se va posando sobre mi e intento no pensar en ella frente a un televisor que no me dice nada y envuelta en una vida que se me tambalea por instantes… Y en ella, en mi vida, también está él. Ese mismo él que no hace tanto me llamaba “amor“ intercalándolo magistralmente entre frase y frase. Pero de eso ya hace tanto…
Sé que aún es esa misma persona porque esos son sus ojos, esas sus manos y ese su viejo pijama que yo misma le compré hace mil navidades. Y sin embargo aquí, desde este frío metro que separa mi sofá del suyo lo siento como a un completo extraño al que no sé cómo dirigirme sin sentir un terrible miedo a su respuesta.
Decido entonces jugar a contar los minutos que pasan hasta que gira su cabeza para mirarme… Pero al final me cansó de contar. Como siempre. Y le doy las buenas noches mientras camino hacía mi dormitorio preguntándome cuánto tiempo llevará sin hacerlo, sin mirarme de verdad, o cuánto más tendré que contar hasta que me decida por fin a dejar de guardar este silencio absurdo.
Andrea Marcos
Es peor la soledad cuando tienes alguien a tu lado que cuando estás completamente sola. En muchas ocasiones el tiempo desgasta a la pareja. Suerte Andrea Marcos
ResponderEliminarA veces tenemos mucho miedo a perder lo que tenemos, aunque lo que vivimos no nos hace felices... Muy emotivo el relato.
ResponderEliminarTriste situación y, desafortunadamente, muy frecuente. Suerte, Andrea.
ResponderEliminarMás que otoño, refleja el frío glacial que se instala en la soledad compartida. Buena suerte!!
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