Aprendí a suspirar dos segundos después de conocerla. Pasó a
mi lado y observé cómo el movimiento de sus caderas, hacía que sus pies apenas
tocaran el suelo. De mi interior, salió el suspiro más profundo que jamás se
haya escuchado en una esquina. Se dio la vuelta, sus ojos me ignoraron con
desdén y quedé irremediablemente enamorado.
Luego fue un continuo perseguirla, un encontrarnos forzando
la casualidad. Yo era invisible a sus ojos, ella, el cristalino de los míos y
en el fondo de mi silencio, encontré la frase para abordarla. Le dije que si
estaba buscando un esclavo, ya lo había encontrado, que dejara de buscar. Le hizo
gracia. Tomé forma ante sus ojos por primera vez.
El café del mercado, fue mi campo de derrota, su campo de
pruebas. Probó conmigo todas sus armas de humillación y todas acertaron
en pleno centro de mi ego. En aquella guerra desigual, el héroe y el desertor
vestían el mismo uniforme y abanderaban una misma misión, la de conquistar a la mujer de nuestra vida a través de la sumisión más degradante. Enseguida, se supo dueña
del tablero y no tardó mucho en jugar sus terroríficas bazas contra esa pobre
apertura y mi pueril defensa. Cuando el mate era inevitable, dejaba morir
alguna de sus piezas para alargar mi agonía y en uno de aquellos errores
controlados, encontré la fisura en la que acomodar mi supervivencia. El mal
genio, fue su talón de Aquiles y nimios reflejos de rebeldía por mi parte,
consiguieron sacar de quicio aquella cancela celestial.
Sabía que le gustaba el café sólo y que el Jamaica Blue
Mountain era su debilidad. Lo tomaba sin azúcar. En un alarde de generosidad,
una tarde, en vez del ébano jamaicano, me atreví a pedir una taza de Kopi Luwak*,
considerado el mejor café del mundo. Lo saboreó con deleite, con temple,
aguantando un pequeño sorbo de aquél néctar en la boca, hasta arrancar el
último matiz de su sabor y de su aroma. Yo soy incapaz de distinguir un Saimaza
de un Illy, incluso si tomo un Nescafé, también me valdría, pero ella no, ella
era capaz de distinguir entre los diamantes del café, cuál tendría una esquirla
en su talla. Algo en su gesto, me dejó claro que había notado el cambio, un tic
infinitesimal, una fugaz sombra. Se enfadó tanto, que la cafetería quedó
desierta presagiando la hecatombe, yo enmudecí ante los efectos de su enfado y
tomé nota.
Tras aquél primer plante y sus consecuencias, vinieron
muchos más. Una tarde de luna llena, me atreví a elegir una película
costumbrista japonesa, argumentando que era un film de terror, ella no estaba
en modo pensamiento y se enfadó. Gocé con cada segundo de su ira. En otra ocasión, me apoderé
del mando de la tele un medio día de septiembre en el que se emitía un maratón
de Sexo en Nueva York. Aguantó estoicamente las primeras tres horas de la etapa
reina de la Vuelta ciclista a España, se levantó del sillón, volvió a no
mirarme y cerró tras de si la puerta de mi casa con un portazo tal, que hizo
caer al suelo el cuadro de Banksy colgado en la pared. La expresión de su
rostro me hizo tocar el cielo con la punta de los dedos.
Volvía a reagrupar mis huestes, la guerra no estaba del todo perdida.
Volvía a reagrupar mis huestes, la guerra no estaba del todo perdida.
Tardó en llamarme dos semanas y lo hizo para citarme a un
duelo en nuestro café de siempre. Llegué diez minutos antes de la hora prevista
para estudiar la orografía del terreno y poder colocar así en una posición
aventajada a mis ejércitos. Apareció acompañada de todas las miradas del
bistrot, con un traje de chaqueta femenino de corte severo y minifalda tatuada sobre sus curvas. Me ordenó que pidiera su café, lo hice. Repetí mi afrenta del Kopi
Luwak. Al primer sorbo, lo descubrió, me preguntó su nombre y a penas salió éste
de mis labios, dejó caer al suelo la taza, el plato y la cucharilla, escupió
sobre mi cara el contenido sin tragar que quedaba dentro de su boca, cruzó mi
cara con el dorso de su mano, me miró por ultima vez y se marchó de mi vida ofreciéndome su espalda.
No me hizo falta saber por qué se había enfadado tanto, supongo
que de alguna forma, conocía como se elabora aquél café.
Creedme, valió la pena. Reconozco, que desde la primera vez, quedé
enganchado a la expresión que adoptaba su rostro al enfadarse. ¡Dios, estaba tan bella!
* El Kopi Luwak o café de civeta es el café obtenido de
granos cultivados en Java y Sumatra que, tras ser digeridos por la civeta,
pasan por su tracto intestinal y son expulsados entre sus heces. Estos animales
se atiborran de frutos maduros de café y expulsan el grano parcialmente
digerido.
Una alegría volver a leerte... La historia me parece fascinante y astuta... Creo que es él el que domina en todo momento el juego a pesar de la dureza y seguridad de ella.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDivertidísimo, no me extraña que "doña mal genio" tirara la taza, después de leer por dónde pasa el grano del café, se comprende.
ResponderEliminarEspero leerte con más frecuencia. ´Quédate por favor!
Un abrazo.
Compi, menuda imaginación!!!! Me ha hecho reir y como siempre tengo que darte un sobresaliente. Perfecto!!!!
ResponderEliminarGenial y divertido, Fernando. Un abrazo.
ResponderEliminarA mi me ha seducido la primera frase: "Aprendí a suspirar dos segundos después de conocerla". Había leído los comentarios antes, así que me había creado grandes expectativas. Luego tengo que confesarte, desde mi total subjetividad, que me ha resultado un poco largo.
ResponderEliminarDicen por ahí que en VE cuando se hace una crítica saltan chispas. A mí me gustaría que en esta nueva etapa seamos más sinceros.
Este relato inaugura septiembre y espero que le sigan muchos más por tu parte y por la de todos. Felicidades, Fernando.
Tienes razón Lu, pero lo he alargado porque temo estar encasillándome en los relatos cortos. A mi nunca me han molestado las críticas, si todo el mundo te lame el C, jamás progresas. Gracias jefa.
EliminarFer, jajajajja, qué cruel, jajajajaja, me he reído desde la primera frase. Yo me quedo con la forma de conquistar a la diva: "que si estaba buscando un esclavo, ya lo había encontrado", jajajajaja. Tu venganza bien servida en una sencilla taza de café. Por cierto, ahora tengo dudas de si quiero que me invites a alguno, yo tampoco distingo un nescafé de un saimaza, ajjajajajaa
ResponderEliminarMientras no me la juegues no corres peligro, amiga.
EliminarQue sepais que el café Kopi Luwak existe de verdad y se produce tal y como explica la cita. Gracias preciosas.
ResponderEliminarMuy divertida, pero a mí también me resulta un poco larga. Me ha encantao
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