Dicen que no me
renuevan el contrato porque pasaba demasiadas horas frente a ti. Y es verdad,
desde el primer instante me atrajeron: la serenidad de tus formas, la belleza
de tu torso y tu piel marmórea. Empecé a recelar de cientos de ojos que,
ávidos, admiraban a diario tus pechos desnudos y posaban sus miradas, como
caricias lascivas, sobre ellos. Poco a poco, me convertí en tu guardián. Observaba
con desconfianza a los visitantes del museo. Desatendí las otras dos salas que
tenía a mi cargo para pasar más tiempo cerca de tu pedestal.
Hoy es mi
último día de trabajo y no puedo pasar por alto que, otro ocupará mi puesto y
venerará tus curvas perfectas, tu hermoso rostro. Esa idea me obsesiona.
“Si no eres
mía, no serás de nadie” –repito, como una letanía, mientras empuño el martillo
con decisión.
Drástico final para una bella historia de amor. Ya te echábamos de menos.
ResponderEliminarGracias Malén, y yo a vosotros.
EliminarBienvenida Geli. ¡Precioso relato!!
ResponderEliminarGeli, fantástica tu historia, he disfrutado leyéndola.
ResponderEliminarQuédate.
Un abrazo.