Me decidí a entrar al ver las
llaves abandonadas en la cerradura. Las reiteradas llamadas al timbre habían
resultado infructuosas. No soy un ladrón, aunque algo de eso sentía en mi
interior cuando crucé sigiloso el umbral. Introduje el manojo de llaves en mi
bolsillo para evitar sorpresas desagradables. Siempre me había gustado el
aspecto alegre y desenfadado de mi joven vecina, Pamela, aunque apenas la
conociera. Ahora el piso corroboraba el buen gusto de su propietaria. ¿Se
dedicaba al diseño? Me deslicé por el salón y el resto de dependencias, todo
se hallaba desierto y en orden. Aquella puerta debía ser la de su habitación,
estaba cerrada. La empujé un poco, despacio, como temiendo inmiscuirme en su
privacidad, y allí estaba ella, tumbada con un libro sobre la cama. Quiero pensar que me esperaba, pues el gesto
de aproximación que me hacía con su mano no dejaba lugar a dudas. No cruzamos palabra alguna. Desperté yo solo
en su cama, ni rastro de ella. Golpeaban la puerta, no entendí bien qué gritaban, aunque sí la
palabra Policía. Entonces comprendí mi increíble situación y me sentí como una
rata cazada por el aroma cautivador de un exquisito queso.
Excelente, Maga, se nota ese curso de novela negra. Felicidades.
ResponderEliminarJa, ja, ja...Demasiado magnánima conmigo. Creo que no he usado bien los tiempos verbales. En aquel curso, los entendidos solo discutían sobre si debe considerarse o no literatura, la novela negra.
EliminarMuy bueno Malén. Menuda desalmada es Pamela. Me gusta mucho como rematas la historia al final. Me sentí como una rata cazada por el aroma cautivador de un exquisito queso, ¡genial!
ResponderEliminar¡Bien Malén!
ResponderEliminarMuy bueno, Malén. Esta Pamela se las trae...
ResponderEliminarHemos hecho de Palema una astuta, caprichosa y ese toque de misterio que siempre la rodea la hace irresistible. Muy chulo Malén.
ResponderEliminarUf, me has dejado con el corazón en un puño. Pobre hombre, le veo en una celda sin llaves por una buena temporada.
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