Viernes por la noche. La niña tiene fiebre,
mucha fiebre, más de cuarenta… A pesar del baño, felpas frías y húmedas en la
frente, ingles y axilas, la fiebre se niega a retirarse de su cuerpo, no tiene
intención de darle a Luna una tregua, le ha robado la voluntad y yace abandonada,
desparramada encima de la cama sin encontrar acomodo en la postura.
La habitación no es muy grande y la escasa
luz del farolillo de la mesilla de noche está ejerciendo una deformación del
cuarto que inquieta mi espíritu. Las paredes han pasado del azul turquesa diurno
a un gris opaco, el visillo de gasa de un blanco albo ha desaparecido, la
multitud de cacharros que Luna va acumulando en la mesa de trabajo, sillón, estante,
están adoptando formas en escorzo, toda la estancia se va empapando de sombras
difíciles de definir. El aire se entumece por momentos.
La fiebre no cesa en su pesadez de
plañidera nocturna; empiezo a estar asustada… Luna, zambulle cada vez más su
ánimo en un delirio que no puedo mitigar con palabras ni con caricias.
Tengo que sustituirle con demasiada
frecuencia los pañitos calientes y secos por otros húmedos y fríos. Permanezco
tan cerca de su cara que trago sin cesar su aliento con posos de acetona…
La noche avanza y la fiebre no retrocede,
terca y tenaz en su empeño por calentar un cuerpo que tirita.
De pronto, Luna, hace un esbozo de acariciar
el aire con los dedos, y yo, intento dar sentido a lo que estoy viendo, a la
vez, su rostro se contrae de forma fea y tosca a la altura de la boca… su mano
derecha sigue dibujando cariños en ninguna parte. Su cuerpo empieza a sesear en
la cama pegándose cada vez más a mí. Me empuja. Voy a caer al suelo sin
remedio.
Le pregunto con voz clara y apagada:
- ¿Qué haces Luna?
¿Qué pasa?
- Ha venido a
visitarme. Tengo que hacerle sitio a mi lado.
- ¿Quién ha venido a
verte?
- Es la abuela mamá.
Me está cantando una canción.
- La abuela nos
quería mucho; si ha venido es para cuidarte…
- Ya lo sé mamá. Me
está cantando “patufet”
Unas irritantes gotas de sudor frío me recorren
el espinazo, yo también siento que está aquí con nosotras, en la misma cama. Creo
que nos mira a las dos con esos ojos azules como el mar, se abanica de forma
pausada con un cartón doblado, como hacía cuando yo era niña en aquellas
siestas veraniegas agobiantes y aburridas.
Esta noche, ha venido para tararear una de
las canciones perdida en el baúl de mi infancia. Yo no puedo oírla, Luna sí; su padre, está sentado en un rincón,
mira y escucha atónito. No dice nada…
Alma
Entrañable relato. Los que se han ido siguen viviendo en nuestra memoria y en nustros delirios febriles. Suerte, Alma.
ResponderEliminarUn relato con alma, ¡¡precioso!!
ResponderEliminarNo he podido evitar el escalofrío al leerlo. Me ha gustado mucho!
ResponderEliminarEl más allá..., uff..., miedito me da aunque sea una inocente abuela la que retorna.
ResponderEliminarSuerte.
Ainssss, miedooo, la abuela ha venido a buscar a su hija, jooooo, qué bueno, un poco de terror veraniego, siiii.
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