Eran las seis de la mañana, el sol se
mostraba perezoso pero tenía el deber de salir, Ulises se lo había prometido a
Amaranta.
Amaranta lo esperaba con su pelo recogido
enseñando descaradamente la nuca, su piel era morena y parecía brillar con los
primeros rayos que el sol ya regalaba. Ulises la miraba y pensaba en la armonía,
la dulzura y la belleza de aquella pequeña silueta de su amada. Bajaron hasta
el puerto en donde se encontraba el velero de Ulises y subieron a bordo.
Mientras Ulises seguía el rumbo navegando a
través, Amaranta lo abrazaba por la espalda le encantaba sentir el calor de su
piel sobre sus pechos, se excitaba con el olor a sal que se mezclaba con el
tibio sudor de su amado.
Querían detener el tiempo y que el tiempo
se detuviese a si mismo, pero sabían que solo contaban con aquel maravilloso
sol, él les marcaría el final de su trayectoria cuando se pusiera por poniente
y ya no fuera posible ver ni siquiera un ápice de su luz, entonces significaría
que el viaje había terminado.
Llegaron
al lugar adecuado, elegido días antes por Ulises, éste detuvo el barco soltando
escotas hasta que las velas quedaron flameando, el barco fue perdiendo
velocidad poco a poco. Amaranta se quitó el pantalón y el jersey y se quedó
desnuda. Ulises no tuvo que quitarse nada, ya iba lo suficientemente desnudo. Cuando
ya estaban los dos en el agua se abrazaron formando un ángulo casi perfecto, se
besaron una, dos, tres, millones de veces, por tantas veces como habían escrito
en sus menajes la palabra beso. El agua del mar les regalaba pequeñas olas que
causaban en ellos un extraño placer.
Ulises sujetaba a Amaranta, era como una
pluma entre sus brazos, y al refugio de uno de los lados del Sondemar se entregaban mutuamente a lo que tantas
y tantas veces habían soñado, hablado, estudiado, pero esta vez era una
realidad. El vaivén de las olas rompía cada vez con más fuerza y pronto comenzó
la tormenta.
Hacían el amor
como si fuera el último deseo que la vida les iba a permitir, y lo era, se
repetían al oído incansablemente “te quiero”.
Cuando culminó
el acto de su amor perpetuo, quedaron tan extasiados que se dejaron sumergir
por las aguas de aquel mar sin nombre. Ulises miró a Amaranta e inmediatamente
comprendió lo que podía suceder. Tiró de ella fuertemente hacia la superficie,
Amaranta respiró profundamente, aunque no hubiera querido hacerlo. El sol se
estremecía por poniente y el sueño se terminaba.
Ulises atracó
primero cerca de la ciénaga de Macondo para dejar a Amaranta en la más caótica
soledad y puso el Sondemar rumbo a Ítaca de donde nunca debió regresar.
De cara al sol el
plástico ardiente,
volcó de pronto una gota de amor,
-del más puro amor- y pasión en mi piel,
que fría no puedo, aunque quiero, quitar
sin romperme la carne adherida con él. (Versos censurados dela Odisea. )
volcó de pronto una gota de amor,
-del más puro amor- y pasión en mi piel,
que fría no puedo, aunque quiero, quitar
sin romperme la carne adherida con él. (Versos censurados de
Seudónimo: Martina.
Un episodio desconocido de la "Odisea". Felicidades, martina.
ResponderEliminarMuy hermoso el relato. Me hubiera gustado ser Amaranta por un segundo.... Seguramente siempre seré Penélope...
ResponderEliminarEl título ya lo dice todo. Precioso y original relato, Martina.
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