Estela camina por la acera y
busca con la mirada a Fernando. Se retrasa. Llama su atención una furgoneta
aparcada en lugar prohibido y ve al conductor que le sonríe de forma diabólica.
El fogonazo hace que todo lo que
le rodea se paralice. El estruendo traga todo el ruido de la calle. Fernando
que se encuentra al otro lado de la calzada llega a su lado. Coge con mucho
cuidado la mano que Estela le ofrece, su mano en la que hasta ahora ni siquiera
ha reparado que le faltan dos dedos. No deja de mirarlo. Lo único que le amarra
a la realidad es ese olor a quemado y un dolor difuso difícil de ubicar. Entre
el bullicio y el humo, distingue las llamaradas que devoran los coches, bultos
inmóviles varados en la humareda como piedras en la niebla, voces quejosas
y maldiciones para el mal nacido por crear
esa situación . Luces anaranjadas que se encienden y se apagan con un constante
“io... io.. io...”, cada vez más cerca.
Fernando la mira con los ojos
borrosos por las lágrimas, sin saber qué hacer, ni qué decir. Le aparta de la
cara pequeños restos de cristales y piedrecillas. Acaricia su mejilla con la
intención de que le sirva de consuelo.
Como en un destello Estela ve a sus
padres y su hermana llorar desconsoladamente. Cuando tienen el valor de
mirarlas, mojan con sus lágrimas sus fotos; reviven aquellos momentos que se
hicieron inmortales a través de la cámara. Comienzan cuando era muy pequeña,
hasta llegar a la última que hizo en las navidades en que presentó a Fernando
como su prometido.
Alguien se acerca hasta ella con
las manos envueltas en guantes. Advierte en sus profesionales ojos, la misma
mirada que tenía Fernando cuando se le acercó : el espanto que ella no percibe;
sin embargo, no siente apenas dolor y nota cómo se mueven sus labios, aunque no
consigue escucharlo. Fernando intenta soltarla para dejar paso a los
sanitarios, pero le retiene con toda la fuerza que en ese momento puede ejercer.
Con voz débil le suplica que no se le ocurra dejarla, que se quede hasta que sus
pulmones ya no recojan ni una gota de aire. Su mirada se queda perdida. Y sin
saber porqué, recita mentalmente:
“Tan oscura
como negra es la noche en un mundo enorme como solitario, con multitud de ojos
que miran a mi paso.
Oscura es mi
alma en esta tierra de nadie. Un golpe de suspiro surge de mi
corazón.
Miradas perdidas
que me observan, extraños seres que invaden mi espacio
estrangulando el llanto de la
vida con la voz de un
susurro perdido, que demuestra mi falsa soledad.
Mi presencia
camina de puntillas por este mundo”.
Seudónimo: ALMA
Intenso relato, Alma, me ha gustado. Suerte.
ResponderEliminarMomento duro y triste.
ResponderEliminarufff, qué relato más duro, me ha recordado a los atentados terroristas... perfectamente escrito porque duele leerlo.
ResponderEliminarSí, un relato duro, triste y bien trabado. Suerte!!
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