Con
los ojos llenos de lágrimas, observaba a los veraneantes de agosto caminar
ajetreados por debajo de su ventana. Iban cargados de sillas plegables,
sombrillas, cubos, palas de plástico, colchonetas inflables, neveras llenas de
refrescos y bolsas de toallas. Desfilaban
en dirección al mar con paso cansino, pero contentos y risueños. El calor plomizo
les hacía moverse lentamente y con pereza.
Miranda
los observaba desde su balcón sentada en su silla de ruedas y con la tristeza
en los ojos. El año pasado ella también formaba parte del espectáculo. Se echaba crema y se ponía el bikini, y cargada
con la bolsa de esparto, se fundía junto a la marea humana rumbo a la playa.
Ahora sólo podía observar y, acurrucada en su esquina, lloraba desconsolada por
su mala suerte.
“Se
les ve tan alegres”, pensaba. Y ese
pensamiento le hacía aún más desgraciada.
Cerró los ojos y se imaginó
levantándose de su silla, cogiendo su bolsa y uniéndose al grupo. Se quitó las
chanclas al llegar a la arena y se lanzó al agua del mar para refrescar su piel. Nadó y
buceó como una sirena; recogió conchas del fondo, acompañó a los peces en su
paseo, se tumbó en la orilla a tomar el sol y a escuchar las olas del mar
estrellarse en la orilla. Sintió la brisa acariciando su piel morena por el
sol. ¡Qué bien se sentía! Y todo parecía
tan real.
Y, ya sin tristeza, Miranda abrió los ojos. Había descubierto una poderosa arma para combatir los malos
momentos; su imaginación.
Holiday
Al principio es muy triste, pero luego es precioso. Gracias Holiday
ResponderEliminarUn final muy lindo para una historia triste.
ResponderEliminarLa ilusión tiene que existir siempreeeeee!!! es el motor de la vida. Sin ella, estamos postrados en un inmovilismo permanente. Muy chulo.
ResponderEliminarTriste y cierto, gracias a la imaginación la vida es mucho más leve. Suerte.
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